Durante años se habló de que el chavismo era un ciclo que se agotaría por su propio peso. Que el hambre, la emigración masiva, la corrupción o las sanciones internacionales terminarían por fracturar al régimen. Pero veinte años después, el aparato de poder sigue intacto, y con cada elección controlada, cada opositor inhabilitado y cada negociación fracasada, la realidad se impone: el chavismo no se tambalea. Se afianza.
La razón
principal no es un secreto. A diferencia de otros regímenes que caen por
divisiones internas o presiones externas, el chavismo ha aprendido a gobernar
desde la escasez, a dominar desde la precariedad, a estabilizarse en el
colapso. No necesita prosperidad ni legitimidad. Le basta el control. Control
del aparato militar, de la justicia, del sistema electoral, de las instituciones.
Control del discurso, de las armas y del miedo.
Las sanciones
internacionales, lejos de debilitarlo, se han convertido en combustible ideológico.
El enemigo externo siempre ha sido más útil que el espejo. Las protestas
populares, aunque masivas en el pasado, hoy son sofocadas antes de que prendan.
Y la oposición, fragmentada, dividida entre quienes llaman a votar sin
condiciones y quienes llaman a no votar sin estrategia, ha sido el mejor aliado
involuntario del poder.
Tampoco ha
habido una fractura interna significativa. Ni generales reformistas, ni purgas
que salgan mal, ni conspiraciones exitosas. El chavismo ha premiado la lealtad
y disciplinado la ambición. Las Fuerzas Armadas no son un actor externo al
poder: son parte de él. Participan del botín, controlan territorios y economías
paralelas, y no tienen incentivo alguno para desmontar el orden que les
garantiza impunidad y privilegios.
¿Puede cambiar
esta situación? En política nada es eterno, pero algunas estructuras se pudren
antes de quebrarse. En el corto plazo, la probabilidad de un cambio real es
mínima. En el mediano, dependerá de factores hoy inexistentes: una oposición
unificada, una ruptura en el poder, una presión externa con consecuencias
reales. Y en el largo plazo, todo dependerá de si el chavismo logra o no
trasladar su modelo de dominación a una siguiente generación, si puede o no
perpetuar su proyecto sin su círculo original.
Lo ocurrido el
25 de mayo no fue un hecho aislado, ni una simple "irregularidad
electoral". Fue otra parada en la ruta. Un paso fríamente calculado hacia
la consolidación del modelo cubano, con su partido único de facto, sus
elecciones decorativas y su pueblo secuestrado entre la obediencia o el exilio.
El chavismo no imita a La Habana: la está reconstruyendo en Caracas.- @humbertotweets
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