En Venezuela, la contabilidad pública se ha transformado en herramienta de propaganda. Las proyecciones de organismos como la Cepal, que anticipan un crecimiento económico de 4,4% para 2024, son presentadas por el régimen como confirmación de una recuperación en marcha. Pero esa cifra, extraída de estimaciones generales y no de estadísticas verificables, poco o nada dice sobre el país real: ese que sobrevive entre la escasez, la informalidad y un bolívar en fase terminal.
En un país
donde el salario mínimo permanece congelado en 130 bolívares —alrededor de 3,5
dólares— desde marzo de 2022, hablar de crecimiento económico raya en el
sarcasmo. La mayoría de los venezolanos subsiste gracias a remesas, ingresos en
divisas y una economía paralela que el propio Estado simula ignorar.
La
dolarización informal, tolerada pero no legalizada, ha permeado todo: desde los
servicios odontológicos hasta la venta de gasolina subsidiada. En regiones como
el estado Táchira, la moneda oficial dejó de ser el bolívar. El peso colombiano
ha sido adoptado de facto en el comercio, el transporte y las transacciones
cotidianas. No hay ley que lo respalde, pero la práctica impone su lógica: el
bolívar no sirve ni siquiera como referencia.
En este
contexto, el dólar paralelo ha sido el único indicador medianamente confiable
para fijar precios. Portales como Monitor
Dólar Venezuela, Dólar Today, En Paralelo Venezuela, BCV.info y El Dorado se volvieron esenciales para
comerciantes y consumidores. Hasta que dejaron de serlo. Desde abril, varios de
estos sitios han sido bloqueados o suspendidos, algunos tras amenazas veladas
por parte de Conatel. Uno de los casos más comentados fue el del portal El Dorado, obligado a cesar operaciones
tras una campaña de presiones que no fue ni discreta ni legal.
El gobierno no
ofreció justificación formal, pero su objetivo era claro: contener la
exposición pública del verdadero precio del dólar. El dólar de la calle, no el
del Banco Central, fijado de manera opaca y con escasa liquidez. En una
economía donde más del 60% de las transacciones se realizan en divisas, impedir
el acceso a información sobre su valor es tan absurdo como criminal.
El argumento
oficial habla de “estabilizar el tipo de cambio” y “proteger la economía”, pero
en realidad se trata de reprimir el síntoma para fingir que no hay enfermedad.
Lo mismo ocurre con las cifras del BCV, que se publican con cuentagotas y sin
el menor sustento técnico verificable. Es una economía dirigida más por
decretos que por mecanismos de mercado, y más por miedo que por estrategia.
El espejismo
del crecimiento, repetido por burócratas y entusiastas de ocasión, no resiste
una verificación elemental. No hay aumento sostenido del consumo. No hay
reactivación productiva. No hay crédito bancario. Lo que existe es un leve
rebote de importaciones, impulsado por burbujas en zonas específicas, y una
élite dolarizada que opera bajo privilegios fiscales y jurídicos. Crece un
segmento, sí, pero sobre las ruinas del resto.
Y mientras
tanto, el régimen intenta tapar la realidad del dólar tumbando las páginas web
que informan su cotización. Como si borrar el precio de la divisa de internet
pudiera devolverle valor al bolívar. Venezuela no está creciendo: está
desfigurándose. Y el gobierno lo sabe. Por eso prefiere el silencio a la evidencia,
y la censura al cálculo. Pero la economía, como la verdad, tiene una
persistencia testaruda. No se deja callar por decreto.- @humbertotweets
No hay comentarios.:
Publicar un comentario