El 25 de mayo podría quedar marcado en la historia no por lo que se elija, sino por lo que se pierda. No serán elecciones democráticas —eso lo sabemos—, pero quizás sí sean las últimas con apariencia de tal. ¿Por qué? Porque el régimen chavista tiene en marcha su verdadera jugada: desmontar, desde adentro y con su legalismo fraudulento, el modelo republicano venezolano. Lo que viene es el Estado comunal. Y eso no es un eslogan, es una advertencia.
El Estado comunal no
es una idea nueva. Aparece camuflado en los textos del Plan de la Patria, en la
Ley Orgánica de las Comunas y en las arengas de quienes aún recitan, como en
trance, las frases de Chávez sobre el “poder popular”. En esencia, es una copia
mal disfrazada del sistema cubano: un andamiaje político sin partidos, sin
elecciones directas, sin representación libre. Todo el poder, en manos de una
red de consejos comunales, donde el voto será solo un trámite ritual, interno,
controlado, sin opciones ni debate. Las comunas no serán órganos de
participación ciudadana, sino sucursales del PSUV.
Por eso insisten
tanto en “transcender la democracia burguesa”. La idea es eliminarla sin
disparar una bala. Las comunas —al estilo cubano— reemplazarán a gobernaciones,
alcaldías, consejos legislativos. Y con ellas, desaparecerá la posibilidad de
elegir autoridades por sufragio universal. El poder quedará anclado en
estructuras de segundo o tercer grado, seleccionadas por el mismo aparato
político que controla el sistema desde hace más de dos décadas.
El objetivo es claro:
perpetuarse sin disimulo. Si se impone el Estado comunal, no habrá más
campañas, ni oposición formal, ni conflicto electoral. Se acabó la política
como espacio de confrontación abierta. Se acabó incluso el juego de la
alternancia simulada. Quedará solo el consenso obligatorio dentro de los
“espacios del poder popular”, con lenguaje de asamblea y control de
inteligencia.
Ya lo ha dicho
Maduro: “nosotros vamos hacia el Estado comunal y nadie lo va a impedir”. Y no
es una frase al aire. Mientras la oposición se divide entre el llamado al voto
y la resignación abstencionista, el régimen avanza en lo que de verdad le
importa: institucionalizar su dominio en una arquitectura legal que no requiera
más elecciones molestas ni sorpresas aritméticas. Una trampa perfecta para
capturar al país desde la base.
Frente a esto, el
error más costoso sería seguir repitiendo estrategias fracasadas. No hay forma
de enfrentar al chavismo sin entender de dónde toma su modelo. Y ese modelo es
Cuba. Allí, la ficción democrática se terminó hace más de medio siglo. No hay
partidos, ni elecciones reales, ni pluralismo. Solo una maquinaria ideológica
que se legitima a sí misma. Eso es lo que Maduro quiere replicar: una dictadura
sin disfraces, con comunas en vez de urnas, y obediencia en vez de votos.- @humbertotweets
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