lunes, 26 de mayo de 2025

Venezuela se queda sola

El último estudio de la encuestadora Delphos es una radiografía íntima de la desolación. Un 5% de los venezolanos asegura que se irá del país. Otro 10% dice que probablemente también lo hará. ¿Qué significan esos porcentajes cuando se traducen en cuerpos reales, con piernas, pulmones y documentos vencidos? Significan 3.700.000 personas. Y eso solo contando a los que hoy ya lo tienen claro.

La cifra es brutal. Equivale a casi el 13% de la población actual. Pero en el contexto de la tragedia migratoria venezolana no sorprende: según el Observatorio de la Diáspora Venezolana, más de 9,1 millones de personas han emigrado desde 2013. Casi un tercio del país. Si el plan de huida se cumple —y todo indica que sí—, Venezuela habrá perdido más de 10 millones de habitantes en menos de una generación. Un genocidio demográfico, sin balas.

La lectura que hace el régimen de este fenómeno es muy distinta a la del ciudadano que, cargando un bolso desgastado, trata desesperadamente de huir por cualquier vía. Para el poder chavista, cada emigrante es una solución: una protesta menos, un voto menos, un problema menos. A la Venezuela que quieren gobernar le sobran los venezolanos.

No es nuevo. Desde hace años, el chavismo convirtió la expulsión de población en una política de Estado. No oficial, pero sí eficaz. El sistema premia al que se va con la posibilidad de una remesa y castiga al que se queda con la escasez, la represión o el chantaje del carnet de la patria. El resultado es evidente: se vacía el país y se llena la periferia de exiliados pobres, útiles solo cuando hay que defender pasaportes diplomáticos o exigir “el respeto a la soberanía”.

Y es que gobernar es mucho más fácil cuando la gente ya no está. El chavismo quiere una Venezuela de silencio, sin protestas ni exigencias, apenas habitada por quienes no pueden irse o por quienes prefieren callar. Una isla sin ciudadanos, solo con sobrevivientes. Si acaso, con fantasmas.

En este contexto, hasta los más fieles creyentes de la vía electoral deberían hacer una pausa para reflexionar. ¿Qué significa votar cuando los votantes se van? ¿Cómo se puede hablar de mayorías silenciosas si esas mayorías ya no están en el territorio? El cálculo es perverso: cada año salen del país miles de jóvenes, justo los que deberían renovar el tejido democrático y la resistencia a la tiranía. Pero no hay tejido, ni hay democracia. Hay miedo, hay hambre, hay huida.

Se dirá que la migración es un fenómeno global. Que los italianos emigraron, que los sirios también. Cierto. Pero en Venezuela la migración es programada, dirigida, inducida. Se ha convertido en un instrumento de control social. El que se va, desaparece del mapa político. Y eso es ya es victoria para un régimen cuya única obsesión es perpetuarse sin testigos incómodos.

A esta altura, no es exagerado decir que la emigración masiva ha sido más funcional para el chavismo que cualquier plan de la Fuerza Armada o cualquier acuerdo con la oposición electorera en sus diversas versiones. Los que se van no solo abandonan sus casas; también sus derechos, su participación, su capacidad de resistencia. Mientras afuera levantan techos en Perú o hacen entregas en Bogotá, adentro se consolida la arquitectura del poder totalitario.

Entonces, cuando Delphos dice que un 5% ya decidió irse, y que otro 10% lo está considerando, no estamos hablando solo de cifras de movilidad humana. Estamos hablando de una estrategia de limpieza política. De una amputación demográfica que beneficia al régimen y debilita al país. Los millones que se marchan no lo hacen porque quieren, sino porque ya no pueden vivir aquí. Y esa es, en el fondo, la victoria más obscena del chavismo.

En otros países, los gobiernos luchan por retener a su gente, atraer inversiones, seducir talentos. Aquí, en cambio, se aplaude al que se va: menos ruido, menos colas, menos rebeldía. Un país reducido a un cascarón vacío, con playas baratas para turistas rusos y militares con cuentas en el exterior. Un país sin presente, ni futuro, ni habitantes.

Venezuela no se derrumba con un estallido. Se desangra en silencio, por las fronteras. Y mientras tanto, el poder celebra. Sabe que está más cerca de su utopía: un país vacío, sin ciudadanos, donde el único ruido que se escucha es el de las botas que se arrastran y las puertas que se cierran de golpe.- @humbertotweets

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