En Venezuela, la paradoja dejó de ser una figura retórica para convertirse en doctrina de Estado. Nunca un poder político-militar había sido tan sólido en las formas y, a la vez, tan inútil en los fines. El régimen chavista, ilegítimo por diseño y por ejecución, se mantiene no por legitimidad de origen ni de ejercicio, sino por el monopolio de las armas. Sobrevive gracias a la obediencia forzada, no por adhesión popular. Y sin embargo, lo más inquietante no es su fortaleza represiva, sino su esterilidad operativa.
El chavismo se
ha atrincherado en una lógica de supervivencia donde cada medida, cada
discurso, cada gesto, busca blindar su permanencia, no resolver los problemas
que arrastra o que ha creado. Estamos ante un poder endurecido por el miedo,
incapaz de gobernar, pero dispuesto a todo para evitar su disolución. Un
régimen que no gobierna: administra ruinas.
Venezuela vive
una espiral de radicalización que no anuncia reformas ni relanzamientos, sino
pánico. Las detenciones arbitrarias, la militarización de la vida civil, la
criminalización de la disidencia, son síntomas de un poder que se sabe
exhausto, pero que apuesta a la represión como recurso último. Su fortaleza
radica en la violencia potencial; su debilidad, en todo lo demás.
La estructura
militar que lo sostiene, lejos de ser monolítica, es una constelación de cotos
privados, lealtades compradas, rivalidades internas y negocios compartidos. No
hay ideología ni honor ni misión institucional: hay un sistema de incentivos
donde se premia la complicidad y se castiga la integridad. Un aparato armado
que defiende el poder no por convicción sino por conveniencia.
Pero las armas
no generan electricidad, ni agua, ni comida. No detienen la inflación, no
controlan la migración, no reactivan la economía. El chavismo, aferrado a una
maquinaria coercitiva, ha renunciado a toda pretensión de eficacia. El país se
le escapa entre los dedos, pero se consuela exhibiendo músculo militar. El
precio de esa autodefensa permanente es una nación colapsada: sin servicios, sin
instituciones, sin futuro.
El
endurecimiento no es señal de vigor, sino de decadencia. Se radicaliza porque
no tiene margen, ni ideas, ni respaldo real. El disfraz de poder lo sostiene
aún, pero ya es evidente que debajo no hay cuerpo, solo la costura mal
remendada de una ficción que nadie cree. Ni siquiera sus propios actores.
Y mientras
tanto, la sociedad civil flota en un limbo de frustración crónica,
sobrevivencia sin horizonte, y rabia contenida. El chavismo no ofrece salida:
administra el encierro. En su versión actual, no es un régimen que gobierne,
sino una jaula con escenografía electoral. Fuertes, sí. Pero estériles. Como un
muro que ya no protege a nadie, solo encierra.- @humbertotweets
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