El cuestionamiento que le hacemos a quienes realizan encuestas hoy día en Venezuela para analizar la política se apoya en la misma premisa de nuestra crítica a quienes promueven el voto como una vía eficaz para salir del régimen chavista. En ambos casos se trata de posturas que buscan normalizar una situación que a todo evento no puede ser considerada como normal.
Pero
antes de ir al fondo de nuestra crítica hay que aclarar que nuestra posición no
es en rechazo a las encuestas como método al servicio de las ciencias políticas
ni al voto en sí mismos. Diremos que en ciertos contextos con garantías
políticas y constitucionales tanto las encuestas como el voto son totalmente
válidos y efectivos. Pero, ciertamente, ese no es el caso de Venezuela.
Por
ejemplo, ¿qué valor cuantitativo se le puede asignar a las demostradas
capacidades de fraude del régimen chavista? O mejor aún en una Venezuela
sometida por el terror, el miedo y la incertidumbre ¿Se puede pensar que las
opiniones de los encuestados son emitidas libremente?
Nuestro
cuestionamiento radica en que no se puede tomar los valores de ninguna encuesta
haciendo abstracción del contexto político y social en el cual estamos metidos.
Y la razón por la cual esto no sería una sana práctica científica es porque
precisamente no existen en Venezuela condiciones institucionales para confirmar
lo que dicen esas encuestas.
Hasta
ahora la mayoría de las encuestas conocidas dan como ganador de la elección del
28 de julio por un amplio margen al candidato de la PU/MUD Edmundo Gonzalez.
Esos valores de alguna forma validan las masivas movilizaciones del candidato
opositor junto a María Corina Machado por toda Venezuela. Igualmente un muestreo
empírico entre nuestros familiares y amigos mostraría tendencias de apoyo
similares.
El
chavismo también ha sacado sus encuestas y estas dicen que Nicolás Maduro tiene
una sólida ventaja en un promedio del 60% sobre el candidato Gonzalez. Pero a diferencia
del candidato opositor el del chavismo queda pulverizado por la evidencia
empírica ya que las concentraciones oficialistas han sido dramáticamente escuálidas
y cualquier muestreo no científico, incluso entre simpatizantes del chavismo,
confirman una determinante intención de voto en favor del candidato opositor.
El
problema entonces no consiste en tratar de reconciliar los hallazgos
científicos con los empíricos sino en validar ambas constataciones a la luz de
la realidad. Esto quiere decir que debe existir algún mecanismo o medida para
establecer si estas encuestas dicen la verdad o que tan cerca están de ella.
Y
el único parámetro que en principio habría que tomar en cuenta sería el anuncio
de los resultados definitivos que proclame el CNE el 28 de julio en la noche
para compararlos con lo que dijeron las encuestas. ¿Qué pasaría si los
resultados oficialistas difieren dramáticamente de lo proyectado por las
encuestas? Más aún ¿Se puede aceptar el resultado que anuncie el CNE como un
criterio para validar o invalidar las proyecciones de las encuestas?
Las
encuestadoras dirán que han hecho su trabajo, y es cierto porque a ellas no les
corresponde determinar si hubo fraude o no. Es a los políticos que decidieron
basarse en los números de las encuestas ignorando la ausencia de condiciones y
garantías electorales a quienes les tocará explicar o impugnar la
inconsistencia.
En
el fraudulento sistema electoral que impuso el chavismo no hay forma de saber
cuántas personas realmente votaron o dejaron de votar. Tampoco sabremos cuántos
votos efectivamente logró el proclamado ganador, porque el CNE chavista tiene
el poder para adjudicar los resultados que quiera en forma inauditable e
inapelable.- @humbertotweets
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