El régimen chavista está confundido. No sabe a qué atenerse con el nuevo Trump. A diferencia de su primer mandato, cuando lanzó amenazas altisonantes y abrazó a Juan Guaidó como “presidente legítimo”, el Trump de 2025 llegó al poder sin aspavientos, sin discursos grandilocuentes y, curiosamente, sin mencionar a Venezuela en sus primeras semanas. Pero el silencio fue táctico, no desinterés. Porque si algo ha quedado claro en estos primeros meses de su segunda administración es que Trump no olvida, y menos perdona.
La primera
medida no fue una declaración, sino una acción concreta: revocación inmediata
de la licencia 41, esa que durante el mandato de Biden permitió a las
petroleras estadounidenses seguir alimentando al régimen de Maduro con ingresos
frescos. Luego vino el golpe inesperado: un arancel extra del 25% sobre el
petróleo comprado al chavismo, una decisión que sacudió tanto a los
intermediarios como a la cúpula gobernante en Caracas. Sin amenazas, sin
discursos: solo garrote.
Y al mismo
tiempo, el mismo gobierno que lanza el garrote negocia. Lo hace sin remilgos y
sin ocultarse. Se sienta con emisarios del régimen para discutir temas
concretos: la repatriación de venezolanos deportados desde EE.UU. y la
liberación de ciudadanos norteamericanos detenidos en Venezuela. Hasta ahora,
ningún gesto hacia los presos políticos venezolanos, ninguna alusión a las
libertades civiles. Pero la lógica es evidente: primero construir poder, luego
negociar condiciones políticas.
Esa
combinación —presión económica directa y negociación práctica— parece haber
descolocado al chavismo, acostumbrado a los extremos: o al delirio
revolucionario antiimperialista o al compadreo disfrazado de “diálogo”. Con
Trump no hay ni lo uno ni lo otro. Lo que hay es estrategia. Una estrategia que
podría llamarse, sin pudor, la doctrina del garrote y la zanahoria.
Porque eso es
exactamente lo que hace la Casa Blanca hoy: castiga cuando obtiene sumisión, y
premia cuando puede capitalizarla. El régimen aceptó dócilmente reiniciar los
vuelos de repatriación, y lo que recibió fue más presión económica. No por
capricho, sino porque Washington entendió que esa obediencia es señal de
debilidad. Y cuando el adversario se muestra débil, se le presiona más, no
menos.
El chavismo,
en su desconcierto, no sabe si declararse víctima o seguir negociando. No sabe
si romper relaciones o enviar más emisarios. No sabe si hablar de soberanía o
pedir alivios por debajo de la mesa. Esa es, precisamente, la ventaja táctica
de Trump: lo golpea donde más duele, mientras sigue hablando con ellos por
teléfono.
En este
escenario, Venezuela ha dejado de ser prioridad retórica, pero ha entrado en la
lógica geopolítica efectiva de los Estados Unidos. Y eso, para el chavismo,
puede ser más peligroso que todas las amenazas del pasado.- @humbertotweets
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