Llegamos a un punto de no retorno.
Al igual que Maduro en las encuestas.
No hay vuelta atrás.
La crisis social, política y económica no da para más.
El punto de no retorno de la crisis es el punto donde no hay más piel para estirar y evitar que se vea a un país arrugado y semi destruido.
Se acabó.
No hay ayuda humanitaria.
No hay rectificación.
Y el régimen moribundo le encomienda su salvación a los militares enchufados.
Tampoco hay diálogo.
La oposición, aprendió las lecciones de 2002 y 2014 y puso al descubierto la maniobra para usar el diálogo como mecanismo para desmovilizar el Revocatorio y darle tiempo el régimen.
Entonces para la oposición solo hay diálogo si hay Revocatorio.
El gobierno a su vez responde que con la condición del Revocatorio en la mesa entonces no hay diálogo.
Si no hay diálogo menos hay negociación.
Nada que hablar, nada que negociar.
Estamos en una espiral sin retorno donde gobierno y oposición ha escalado el conflicto a un punto que es prácticamente irreversible.
De tanto estirar la arruga se rompe y la crisis estalla arrastrando a actores y espectadores.
Esto significa que en los próximos días muchas de las decisiones que tomaran tanto el gobierno como la oposición no serán necesariamente basadas en el sentido común.
Más bien serán decisiones pragmáticas derivadas de circunstancias que no podrán controlar los actores políticos, arrastrados si se quiere por la gravedad de los hechos.
¿Que viene?
El caos.
Es el único escenario previsible donde el régimen bolivariano tendría posibilidades de sobrevivir a la fuerza.
Por eso, con la envidiable vocación suicida de los terroristas islámicos, el régimen bolivariano provoca el caos y se aferra a él como su única tabla de salvación.
Para ganar sin que eso signifique la destrucción del país, la oposición y los aliados internacionales de la causa democrática tienen que hacer algo para romper esa dinámica perversa de destrucción que es alentada vigorosamente desde el gobierno.
Pero, ¿qué?
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