domingo, 28 de enero de 2018

No hay razones para votar

Hemos llegado al punto de la desvergüenza. Al punto de no retorno cuando incluso hasta dignidad se pierde. Por presuntas razones políticas, motivaciones económicas o simplemente por un reflejo condicionado la MUD insiste en participar en unas elecciones especialmente diseñadas para reelegir a Nicolás Maduro.
El único pretexto que podía esgrimir la MUD para justificar su indigno estado de postración frente al régimen era la búsqueda de un supuesto acuerdo político para aliviar las condiciones electorales.
Pero ahora el régimen una vez más vuelve a patear a su socio menor al negarle hasta las condiciones simbólicas y cosméticas que imploraba la MUD. La perversión era algo así como “cedan algo, lo que sea, para justificar ante nuestra gente la estafa electoral”. Sin embargo el régimen se da el lujo de no ceder, imponer a la MUD todas sus canciones y esta en forma sumisa y abyecta sigue insistiendo e negociar y votar.
Para las franquicias partidistas que integran la MUD no valen los 18 años de fraude electoral. Y menos aun las más recientes experiencias, frescas en la memoria de los venezolanos, del fraude en la elección de la Constituyente, el de la elección de gobernadores y la elección de alcaldes. A todos estos eventos la oposición electoral llamo a participar argumentando que era la única forma de salir del régimen y según ellos esa sería la última oportunidad.
Frente a este nuevo fraude electoral la MUD se ve obligada a reciclar sus deshilachados argumentos para llamar a votar. No tendrá otra salida que volver a usar a sus habituales operadores para tratar de embaucar una vez más a la gente con el cuento del voto.
Pero la velocidad de la crisis política en Venezuela también acelera la velocidad del aprendizaje social y la capacidad de respuesta de un pueblo que hasta ahora ha sido engañado. Hoy hay millones de venezolanos más que ven con desconfianza y sospecha la dirección errática y blandengue de la MUD.
Para estos millones de venezolanos no hay más paciencia para el discurso vacío fabricado en salas de marketing. Para el venezolano común la realidad material de una confrontación real con el aparato militar y policial del régimen no es una contradicción que se resolverá fácilmente por el atajo electoral.
Aunque la narrativa de la MUD y sus operadores trata de inyectar falsa esperanza para llevar a la gente a votar bajo engaño la realidad de la calle con todas sus miserias es mucho más potente. En las colas que se forman para comprar cualquier cosa en Venezuela se habla con certeza de lo sórdido que es ir a unas elecciones en dictadura. Los más ingenuos hasta se sorprenden que la MUD se preste para ir a un evento sin ni siquiera pelear por las condiciones que pedía.

Los lánguidos y débiles llamados de la MUD para legitimar la dictadura con el voto se disipan en el calor de la calle donde millones de venezolanos luchan por sobrevivir al régimen y las propias falencias de la oposición electoral. Allí se sabe por experiencia propia que a pesar de lo que diga la desprestigiada MUD no hay razones para ir a votar. Ni una. @humbertotweets

miércoles, 24 de enero de 2018

La quiebra del honor militar

El asesinato del ex inspector del CICPC, Oscar Pérez, y sus compañeros en El Junquito ha estremecido a las fuerzas armadas de Venezuela. La forma en que todos ellos fueron masacrados pone en evidencia, una vez más, el relajamiento del profesionalismo y la quiebra total del código de honor en las FANB lo cual es severamente por militares chavistas e institucionales.
La Convención de Ginebra, de la cual Venezuela forma parte, prohíbe expresamente matar al adversario que se rinde o está fuera de combate —incluso en conflictos internos, no solo internacionales. Este es un  principio del derecho en la guerra jus in bello que forma parte de la doctrina militar de las fuerzas armadas venezolanas.
La documentación del incidente en redes sociales por parte del mismo Oscar Pérez e integrantes de su grupo evidencia que desde el principio ya estaban rendidos. Los dramáticos mensajes que cada uno de ellos envió a sus familias y al gobierno implorando respeto a la vida no dejan lugar a interpretaciones. Sin embargo, por órdenes expresas de Nicolás Maduro, endosadas públicamente por Diosdado Cabello, los funcionarios ignoraron el inobjetable hecho de la rendición y a pesar de ello ejecutaron la masacre.
Miles de funcionarios militares y policiales han expresado —en privado, y públicamente a través de las redes sociales— su indignación ante una masacre que deja a las fuerzas armadas en una situación impresentable. Muchos han cuestionado la falta de ética y profesionalismo en una operación que quedó degradada al nivel de carnicería. Gracias quizá a esa indignación, dos efectivos del DGCIM hicieron público el video que muestra cuando efectivos del FAES usan un lanzagranadas RPG-7 ruso para aniquilar al grupo que ya se había rendido.
Los pranes políticos del régimen, Maduro y Cabello, se apresuraron —como ya es habitual en estos casos— a banalizar la masacre de El Junquito. Diosdado Cabello, en una intervención mediocre, contradictoria y muy poco convincente, trató de argumentar que Oscar Pérez era un terrorista.
Pero, ¿Cómo podía ser terrorista un hombre que deliberadamente lanzó granadas de utilería a la sede del TSJ, justamente para evitar daño y solo llamar la atención a su causa? ¿Cómo acusar de asesino a un hombre que tomó un puesto militar en diciembre pasado en una operación limpia, respetando la vida de los sometidos y sin ningún tipo de bajas?
La masacre de El Junquito fue una vergonzosa e innecesaria orgia de sangre del  régimen.  Sin duda se trata de un episodio completamente reñido con el honor, la doctrina y el profesionalismo militar que forma parte de una conducta sistemática de violación a los derechos humanos y perpetración de delitos de lesa humanidad.
Las FANB quedan así hoy enfrentadas a su propia miseria. ¿Son fuerzas armadas o una vulgar banda de asesinos armados de fuerza? ¿A qué propósito, doctrina o ideología se sirve cuando se asesina a un hombre ya rendido? ¿Puede el solo principio de obediencia al superior seguir justificando masacres contra la población civil?
Se trata de una crisis existencial sobre la cual todos hablan con indignación en los cuarteles. Todos menos uno: Vladimir Padrino López, el cauteloso ministro de la Defensa cuya única función es poner sellos, firmar circulares y ser el comedido emisario entre el alto gobierno y las FANB.

Que el ministro Padrino López no haya dado la cara en más de una semana sobre este incidente, no debe ser considerado un mero acto de cobardía. El silencio de Padrino López también podría ser el reconocimiento obligado al desarrollo de fuerzas cada vez más potentes que escapan a su control en el seno de las FANB, y que luchan por recomponer un honor militar que hoy está quebrado. @humbertotweets

domingo, 21 de enero de 2018

El planteamiento cívico militar de Oscar Pérez

El desprecio por la vida ha sido la firma de marca de la dictadura chavista. A los venezolanos asesinados en las protestas públicas se suman las ejecuciones extrajudiciales por motivos políticos  perpetradas por organismos policiales. No es que falten pruebas sino que la ausencia de un poder judicial independiente no permite juzgar este comportamiento sistemático y criminal.
Pero con la ejecución del inspector Oscar Pérez el asesinato por motivos políticos adquirió una nueva dimensión en Venezuela. Desde el primer momento Oscar Pérez y su grupo expresaron su decisión de rendirse y entregarse al verse rodeados por las fuerzas parapoliciales. Así como todos nosotros lo vimos también lo vio Maduro, Cabello y Bernal. Sin embargo, a pesar de la rendición la orden fue de liquidar al grupo.
Esto revela no solo la impunidad y crueldad del régimen sino también su cinismo. Pareciera que la transmisión de este lamentable episodio a todo el planeta vía redes sociales fue motivo de celebración macabra para el régimen.  Queda claro que una vez que la dictadura escala a esta nueva dimensión de violencia y crueldad no hay vuelta atrás. Es imposible dialogar y negociar con quien espera el menor descuido para en forma traicionera asesinar.
Igualmente para los militares activos que aun siendo chavistas creen en la institucionalidad esta claro que este régimen de barbarie ha llevado al extremo el desprestigio de la institución  militar. El procedimiento parapolicial donde se asesinó a Oscar Pérez ha recibido duras críticas en los diferentes componentes de las FANB. Se trató de un acto vulgar de vendetta y no de un operativo militar profesional.
Además ha  generado particular ofensa la violación de uno de los códigos de la vida militar cual es el respeto a la vida del prisionero que se ha rendido. Los vídeos no dejan lugar a dudas que a) Oscar Pérez ya se había rendido y quería entregarse; y b) La evidente desproporción con el uso de un lanzagranadas no para someter al grupo sino para liquidarlo físicamente. Esa conducta no corresponde a ningún tipo de doctrina militar. Ese es el comportamiento propio de los pranes que hoy avergüenzan hasta a los propios chavistas en las FANB.
En uno de sus últimos mensajes Óscar Pérez remarca dos ideas fundamentales para la lucha política que se libra en Venezuela. La primera es su llamado a la gente para que salga a la calle. Esto revela toda una convicción que no será por la vía de las elecciones ni de las falsas negociaciones como saldremos de esta dictadura. Por el contrario sólo la presión popular en la calle es la única garantía para derrocar al régimen.
La segunda idea es que cualquier enfrentamiento armado tiene que ser entre facciones que tienen armas en el seno de las Fuerzas Armadas, no entre civiles y militares. Esto evidencia su convicción de evitar daños a la población civil. En otras palabras que cada quien haga lo que sabe hacer. Los civiles salir a luchar en la calle y los militares a dejar de apuntar sus armas al pueblo y sumarse en rebelión para tumbar a la tiranía.
En lugar de hacerle el juego al gobierno banalizando el asesinato de Oscar Pérez hay que recuperar lo fundamental de su planteamiento para promover la unidad orgánica de civiles y militares que definitivamente logren sacar a la narcodictadura del poder.

miércoles, 17 de enero de 2018

Ni elecciones, ni negociación

En medio de la confusión y el caos que se vive, parece que a veces se olvidan las premisas fundamentales de la lucha política en Venezuela. Es vital entender contra quién estamos luchando y su naturaleza, para ponernos en una perspectiva correcta que permita articular una estrategia efectiva para derrotarlo.
Aunque algunos lo nieguen, en Venezuela hay una dictadura. Esta dictadura se instaló con un fraude a la Constitución en 1999, y desde entonces, ha creado un marco jurídico que justifica legalmente la supresión de todas las libertades y las garantías. Y ya se ha visto que esta dictadura no disimula a la hora de instrumentar su fraude electoral e imponer un resultado a espaldas de la mayoría del país.
La segunda premisa es que, siendo este régimen una dictadura como cualquiera de las peores, al igual que todas las demás ésta también intenta atornillarse en el poder. En otras palabras, no está en los planes del gobierno entregar el poder y mucho menos por la vía electoral, aunque haga elecciones. Por eso, con una combinación de fraude, represión y colaboracionismo, el régimen usa las elecciones para presentarse como legítimo.
Aunque muchos en la oposición electoral se nieguen a aceptarlo, estamos frente a una dictadura con un plan definido para nunca jamás entregar el poder. Quienes rechazan esta tesis son quienes quieren seguir participando en elecciones fraudulentas y viven con la ilusión de que el régimen va a discutir las formas de su decapitación en una mesa de negociación.
Las elecciones de la Constituyente, las de gobernadores y las de alcaldes confirmaron las peores sospechas de un sistema electoral fraudulento, con todos los vicios que le permiten al régimen cambiar los resultados a conveniencia. Mientras no haya garantías políticas plenas, la vía electoral es inútil porque el resultado será el mismo.
Admitiendo la vía electoral como difícil, pero sin renunciar a ella, la MUD se ha empeñado en una negociación directa con el régimen, en la esperanza de mejorar las condiciones electorales que le permitan ganarle en ese terreno. Para ello, la MUD ha renunciado y ha despreciado el único capital político decisivo  en una circunstancia como esta: La calle. Hay masivas y espontáneas protestas contra el gobierno en todo el país, mientras la MUD sigue perdida en su propio laberinto de las negociaciones con el régimen.
Ahora se ve más claro que, con las continuas prórrogas, el gobierno ha ganado tiempo para imponer por la vía de los hechos su Constituyente. Al terminar la rueda de negociaciones de esta semana —que tampoco será la última— a la MUD solo le quedarán dos opciones: Cohabitar formalmente con el régimen y asumir la defensa de su agenda, o tratar de retomar el discurso de la protesta sin ningún tipo de credibilidad.
Hace unas semanas parecían propias de un discurso radical las consignas de la abstención electoral y el rechazo a las negociaciones entre el gobierno y la MUD. Hoy, a la luz de los hechos, parecen llamados inspirados en la certeza del sentido común. ¿Ir a elecciones fraudulentas para legitimar al régimen? ¿Negociar para procurarle más ventajas aún y prorrogar su permanencia en el poder?
La realidad es un solvente mucho más potente que el viscoso barniz de lo políticamente correcto que usa la MUD para revestir su traición como un acuerdo indispensable con el régimen. Esa realidad es la que enseña, sin filtros, que la única forma históricamente viable para salir de una dictadura es la protesta, la rebelión y la movilización ciudadana. Ni elecciones, ni negociación. 

domingo, 14 de enero de 2018

La realidad superó al gobierno y la MUD

La forma edulcorada y políticamente correcta para describir la crisis venezolana quedó rebasada por la realidad. El discurso político tanto del gobierno como de la MUD está totalmente desconectado del drama que se sufre en la calle. A esto hay que agregar el aporte de sospechosos analistas que con sus piezas de propaganda lejos de analizar la tragedia venezolana la cubren con un viscoso manto de falsas ilusiones y esperanza.
Ya es habitual para los voceros del régimen negar sin rubor los problemas en Venezuela y sus dramáticas consecuencias como si al hacerlo estos desaparecen automáticamente. El cinismo de Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y otros llega al punto de afirmar que el salario mínimo de un obrero venezolano supera los 17 mil dólares, mientras la gente, literalmente, pasa hambre. O afirmar que la escasez de comida y medicinas es culpa de la derecha y no de las mafias civiles y militares que exportan bienes comprados a dólares preferenciales.
La negación sistemática de la realidad de miseria y pobreza que impera en Venezuela ha llevado al régimen a engañarse a sí mismo hasta convencerse  que la revolución está en su mejor momento.
A su vez la contraparte institucional del régimen, la MUD,  mantiene una retórica frívola y demagógica como si viviésemos en una campaña electoral eterna. En síntesis el mensaje de la MUD es que estamos frente a un mal gobierno y la solución de los problemas vendría con un cambio de presidente. La MUD parece ignorar en forma deliberada que el daño estructural que el chavismo le ha hecho a la república requiere algo más que un hombre nuevo en la presidencia.
Algunos supuestos analistas y generadores de opinión también participan endosando una u otra corriente con análisis simplistas y maniqueos de la situación. En ambos casos parece existir una conspiración en buena parte de la clase política venezolana y su elite intelectual para mantener el status de esa falsa confrontación régimen-MUD. El socorrido argumento que es avalado por ambas facciones del sistema apunta a que solo por vía de la participación electoral en un sistema secuestrado por el régimen será posible salir de esta pesadilla.
Este discurso político busca de alguna forma anestesiar a la sociedad con ilusiones electorales para desmovilizar la protesta en la calle que históricamente ha sido la expresión más exitosa de la lucha política. Todo esto para luego entrar en un ciclo perverso que se repite y parece nunca acabar. Después de la influencia lisérgica de la campaña electoral viene el inevitable período de abatimiento y depresión al conocer los resultados  que, una vez mas, le dan el triunfo al régimen. Luego vienen más análisis, más negociaciones y así hasta completar otro periodo hasta las elecciones siguientes.
Hasta ahora esta había sido la danza macabra del chavismo y sus colaboradores en estos 18 años. Pero la nueva realidad social ha probado ser mucho más potente que el desdén de la clase política y la elite intelectual. En Venezuela las crecientes carencias y precariedades no respetan ideología. Muy al margen de la narrativa oficialista y enajenada del régimen y la MUD, el hambre y la muerte dejaron de ser metáforas que describen tragedias para convertirse en realidades objetivadas de la pesadilla diaria de millones de venezolanos.


jueves, 11 de enero de 2018

Capitular en lugar de luchar

Es cierto que la MUD tiene caras nuevas, y que hasta la mayoría de los partidos que la integran son relativamente nuevos, con no más de 20 años de actividad. Sin embargo, sus formas de hacer política copiaron las mismas prácticas consensuales y negociadoras de la llamada cuarta república en la era democrática. Se trata de la idea de la lucha política reducida a campañas electorales con promesas falsas que se reciclan entre una y otra elección. Sobre esta base y un sistema de partidos que, literalmente, vivían de la renta petrolera, se montaba todo un sistema de negociados, demagogia y clientelismo.
Esa clase política de la “democracia” nunca tuvo el valor siquiera para defender su propio modelo clientelar. Menos aún tuvo el coraje y la claridad de enfrentar los planes de Chávez. Por el contrario, en 1999, la entonces Corte Suprema de Justicia y el extinto Congreso Nacional le capitularon a Chávez en nombre de la élite política que representaban.
Por esos días, los operadores políticos del momento armaban sesudos “análisis” para argumentar que no era posible enfrentar a Chávez debido a su “popularidad”. Las primeras jornadas de movilización y protesta contra el régimen de Chávez se hicieron en contra y a pesar de la opinión de una dirigencia política, que nunca tuvo la voluntad de hacerle una verdadera oposición al régimen.
En lugar de organizar a la oposición y la resistencia al régimen chavista, estos partidos “democráticos” siempre han apostado por formas de cohabitación política, que reducen la lucha a una confrontación estrictamente electoral, el único terreno que parecen conocer. Algunas concesiones electorales simbólicas e insignificantes llevaron a esa oposición electorera a hacer de la vía electoral un fetiche, para empeñarse obstinadamente —contra la evidencia fáctica— en que la dictadura podía entregar el poder si perdía con votos.
Hemos llegado al punto en el cual la mayoría del país, quizá hasta más de 80%, está contra el régimen y clama por un cambio; pero no hay forma institucional para que esa voluntad se exprese y se haga valer. La vía electoral en un sistema viciado y fraudulento ha probado, una y mil veces, que no es sostenible para sacar a la dictadura. Pero la MUD insiste.
A esta obsesión fetichista con la vía electoral se ha sumado en los últimos años la práctica de negociar un presunto acuerdo directamente con el régimen. El objetivo  —según afirman— es salvar el país. La esencia entreguista y capituladora de la MUD no podía conformarse con legitimar al régimen por la vía de elecciones, sino que ahora plantea ambiciones más audaces al proponer como único método de lucha para derrotar a la dictadura, una mesa de negociación.
Y cuando estos dirigentes de partidos intentaron dirigir protestas en la calle también fracasaron, pues es un terreno que desconocen y quizá hasta desprecian. Eso llevó a intentos insustanciales y frívolos —bailantas y marchas en horario de oficina— como formas de protesta.
Ir a elecciones sin garantías, negociar con una dictadura que jamás entregará el poder por la vía pacífica son expresiones concretas de una práctica política colaboracionista y capituladora de quienes, al ser incapaces de articular una agenda de lucha política, prefieren doblegarse, arrodillarse y arrastrarse para no desaparecer, y seguir viviendo de la renta política como antes.

Luego de ganar la mayoría de la AN, la MUD no supo qué hacer con eso. Su desempeño en el poder legislativo ha probado ser contradictorio, incoherente e inútil para la causa democrática. Tampoco la MUD sabe qué hacer hoy, cuando el país está incendiado de punta a punta con movilizaciones y protestas. No han estado, no están, ni estarán a la altura de las exigencias democráticas del momento quienes, en lugar de luchar, lo único que saben hacer es capitular. @humbertotweets

domingo, 7 de enero de 2018

Las FANB serán culpables de la intervención

En teoría las Fuerzas Armadas deberían estar al servicio de todos los venezolanos y dedicadas a preservar la integridad de la república. Pero no en Venezuela donde los militares han quedado reducidos a las patas de la mesa que sostiene al régimen. Esta muy claro que sin el apoyo armado de las FANB la pandilla que gobierna ya estaría fuera del poder. Pero los militares usan las armas de la república para chantajear a la mayoría del país que está desarmado para imponer a juro un régimen tirano.
Lo que estamos viviendo es mucho más grave y complejo que la influencia de la ideología y la propaganda comunista que Chávez impuso como doctrina en las fuerzas armadas. Lo que hay es una sofisticada red de corrupción donde unos y otros se tapan y se protegen para sostener un sistema de saqueo al tesoro nacional que los incentiva a seguir robando.
Para justificar ese entramado de pillaje y corrupción el alto mando militar ha obligado a la oficialidad a socavar la instituciones y el estado de derecho e incluso a pisotear la voluntad del pueblo que debería ser la base de cualquier sistema político que se precie de ser democrático.
Los altos mandos militares parecen no darse cuenta que el sistema que defienden esta acabando con la república y al mismo tiempo con las fuerzas armadas como una de sus instituciones. Nunca en la historia republicana hubo tanta corrupción e inmoralidad en las fuerzas armadas como en la era chavista. Nunca estiveron las fuerzas militares tan desarticuladas que son incapaces de defender territorio o soberanía.
La complicidad con la corrupción del régimen es ofrecida como una solidaridad incondicional y automatica con todo aquel que esté robando. Y quien tenga la oportunidad y no lo haga pues se convierte en sospechoso de traición a la cofradía que secuestró al país y sus instituciones.
Con una fuerza armada amarrada arrodillada ante el régimen, un gobierno resuelto a imponerse por la vía de facto y una oposición colaboracionista que insiste en negociar pareciera que todas las formulas para una salida pacífica y democrática en Venezuela están completamente canceladas. Esto pone al país ante un verdadero callejón sin salida potenciado por la grave crisis económica y social que ha dejado al régimen sin ninguna base de apoyo, solo afianzado por el sostén militar.
La inviabilidad de la opción electoral pone en el terreno de las desagradables realidades la alternativa de una resolución abrupta y violenta a la crisis del estado chavista. Bien sea una rebelión militar conjugada con la protesta popular en la calle o la intervención de una fuerza militar multinacional para restituir el equilibrio político y militar interno y detener la masacre de la población civil.
Ninguna intervención militar internacional es deseable por razones de soberanía, pero cuando es el propio estado quien agrede a sus ciudadanos debe existir una fuerza externa que acuda en auxilio y salvación de la población diezmada. El 80% de los venezolanos que repudia al regimen no estamos armados ni preparados para enfrentarlo militarmente. Y quienes tienen las armas están apuntando a sus propias familias. Si esto no se corrige internamente con una rebelión en contra de la dictadura entonces la intervención militar internacional quedara como la única opción en la mesa que tarde o temprano será alentada por quienes aún hoy en la comunidad internacional abrigan esperanzas de una solución pacífica y negociada con un régimen de criminales.
Si las FANB en su conjunto no reaccionan para preservar la integridad de la república de Venezuela y salvarla de la devastación chavista entonces serán ellas las únicas culpables de la inevitable intervención militar internacional.
@humbertotweets

miércoles, 3 de enero de 2018

Rompiendo el torniquete dictadura-MUD

El deterioro de la situación económica y social de Venezuela no es reversible con soluciones parciales ni medidas transitorias. El desmantelamiento de la república es dramático; tanto, que sería ingenuo pensar que con la sola aplicación de un paquete de medidas de apertura económica vendrán las inversiones internacionales y esto significará, automáticamente, el florecimiento del empleo y la aparición inmediata de la comida y las medicinas. No hay ni leyes ni instituciones para garantizar un regreso a la normalidad sin que haya antes una recomposición total del estado venezolano.
El discurso político del gobierno y la MUD coincide en banalizar la crisis, cada uno a su manera. El régimen lo hace con particular cinismo al negar su propia herencia de hambre y destrucción, echándole la culpa de todo lo que pasa al gobierno anterior, pese a que llevan casi veinte años en el poder. La mentira alcanzó niveles apoteósicos cuando Nicolás Maduro aseguró, en diciembre pasado, que el salario de un trabajador venezolano estaba por los 17 mil dólares.
Por su parte, la MUD comete el error deliberado de tratar esta crisis como una simple crisis de gobierno, y no como lo que es en realidad: una profunda crisis del Estado que convierte a Venezuela en un país ingobernable. Las acciones y la narrativa de la MUD llevan a pensar que estamos tan solo frente a un mal gobierno y que, por consiguiente, esto se resuelve de forma democrática, por la vía electoral. Insisten en ello a pesar de la abundante evidencia de que el régimen jamás entregará el poder aunque pierda elecciones.
Así, mientras el país se derrumba, tanto el gobierno como la MUD coinciden en llamar a comicios. Los unos, porque necesitan legitimarse desesperadamente ante sus fuerzas armadas; los otros, porque apuestan a una transición de gobierno pactada, dejando intacta la estructura de poder del Estado chavista que nos condujo a esto. Ambas facciones están de acuerdo en que la situación aún puede manejarse con arreglo a mutuas concesiones burocráticas. Las negociaciones en República Dominicana son el mejor ejemplo.
Por eso en las calles de Venezuela se respira desconfianza y frustración ante la agresión permanente del régimen a sus ciudadanos, y la habitual traición de la oposición electoral de la MUD. El caso de la MUD es particularmente sensible, porque en algún momento significó esperanza para muchos. Sin embargo, esa confianza quedó diluida en medio de posiciones erráticas y ambiguas frente a la dictadura.
Los eventos de 2017 mostraron la verdadera naturaleza despótica y violenta del Estado chavista. Igualmente quedó clara la vocación conciliadora de una parte de la oposición que no está dispuesta a dirigir la lucha por la libertad. Entonces, ante la represión del régimen y la renuncia de la MUD, el ciudadano en la calle se siente, con toda razón, absolutamente indefenso y obligado a buscar nuevas formas para sobrevivir y derrocar a la dictadura.
Las protestas espontáneas de finales del 2017 no se pueden simplificar a masas hambrientas en busca de un pernil. Intuitivamente la gente en la calle sabe que el modelo del régimen chavista es insostenible e inviable y, además, que con la MUD no se cuenta para cambiarlo. Entonces cualquier motivo es legítimo para movilizarse en la calle por el cambio político: pernil, gas, medicinas… Todos son emblemas de un  país de miserias y carencias, del cual nadie se siente orgulloso y todos queremos cambiar.
Sin duda, estas movilizaciones no serán suficientes para derrocar a la dictadura, pero constituyen el embrión de una nueva oposición que busca nuevas formas para romper el asfixiante doble torniquete del régimen y la MUD.