La disyuntiva del chavismo oficialista es simple.
Devolver hoy el poder usurpado al pueblo o despedirse para siempre y no regresar nunca jamás.
La necedad de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello ha complicado las cosas mas de lo necesario y ha lanzado al chavismo por un barranco que parece definitivo.
El pánico a ser juzgados ellos y sus operadores por crímenes de corrupción y lesa humanidad los ha llevado a plantear la solución a la crisis política en términos imposibles.
Ambos han convencido, por ahora, a operadores civiles y militares que si ceden un milímetro el poder que hoy detentan el pase de factura será indiscriminado para todos.
Y tienen razón, porque cada dia se hace más difícil encontrar una salida negociada que satisfaga los deseos del oficialismo de lograr inmunidades judiciales para sus agentes principales.
Pero esa lógica mezquina de proteger a toda costa a los operadores corruptos del gobierno es lo que ha creado el primer gran cisma del chavismo.
La gran división en el chavismo no es entre quienes apoyan y quienes traicionan la revolución.
La gran fractura es entre los chavistas oficialistas, corruptos, enchufados y los chavistas honestos que no disfrutan de las bacanales del régimen.
Estos últimos, que son la mayoría, están convencidos que la mejor cura para los males del país es salir de esta caricatura de revolución, como ellos mismos la llaman.
Con el rechazo rotundo de sus propias bases y un pueblo ultrajado en su dignidad al negársele comida y medicinas no hay ninguna posibilidad de que el chavismo, como hoy le conocemos, regrese al poder. Nunca.
Ese es el legado que Maduro y Cabello le están dejando a los que vienen atrás.
Esa es la papa caliente que pusieron en manos de Padrino López para que al estilo militar trate de salvar la parte.
Difícil.
En política, como en la vida, hay una inevadible dinámica de acción y reacción, de causa y efecto.
El régimen tiene que elegir entre disolver la Asamblea Nacional, negar el Revocatorio y hacer todo lo indecible para aferrarse al poder por unos meses más y en consecuencia asumir el costo de no volver jamás al gobierno por una vía democrática.
O bien podría darle curso a una solución 100% Constitucional y entregar el poder al pueblo, como corresponde, retirarse por un tiempo, curarse la pestilente gangrena de corrupción y regresar en el futuro más vigoroso remozado con una propuesta política alternativa y fresca.
La disyuntiva del régimen es muy clara.
Dar dos pasos atrás hoy para avanzar en el futuro.
O dar un gran salto al abismo para abrazarse a la nada.
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