El régimen usa la amenaza y el amedrentamiento para infundir temor en sus adversarios.
En muchos casos las amenazas se concretan, en otros no pasan de ser una cortina de humo.
Uno de los operadores que más ejercita esta táctica fascista es Diosdado Cabello desde su aburrido bodrio televisivo de los miércoles.
Desde allí practica el linchamiento moral, amenaza con cárcel a sus adversarios y le da órdenes a los jueces del gobierno.
Pero las amenazas que no se concretan, porque su propósito es simplemente distraer a la opinión, es lo que han venido devaluando el papel de Diosdado y otros operadores del régimen.
Para esta semana el régimen, en la voz de Cabello, ha insinuado que podría encarcelar a Henry Ramos por conspiración, a los diputados por Amazonas si estos se juramentan y de paso diferir el Revocatorio.
Tienen como hacerlo, de eso no hay duda.
La pregunta es ¿Se atreverán?
¿Estarán dispuestos a pagar el costo de ejecutar esas amenazas?
Por el bien del país hay que desear que estas amenazas no se concreten. Pero a veces las crisis políticas, como la venezolana, requieren de eventos definitivos y desencadenadores que liberen la energía reprimida.
Quizás sea necesario que el régimen concrete sus amenazas y meta presos a los diputados, suspenda el Revocatorio y disuelva la Asamblea Nacional.
Quizás estos eventos acaben con las dudas que hay en la comunidad internacional para caracterizar al régimen venezolano como una dictadura e intervenir para proteger al pueblo.
O quizás estos eventos provoquen un realineamiento de operadores civiles y militares en el seno del régimen que expulsen a Maduro y Cabello del poder.
Hemos llegado al punto de no retorno.
Es el punto donde se acaban las amenazas.
O Se materializan con todos sus devastadores efectos y consecuencias o ponen en evidencia a un régimen cada día más débil sostenido por charlatanes devaluados.
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