domingo, 31 de enero de 2021

Venezuela emboscada en el Esequibo

            El diferendo entre Venezuela y Guyana por el control material del Esequibo nos lanza a los venezolanos de bruces sobre nuestra propia miserable realidad. Mientras el chavismo depredador se empeña en destruir lo que queda de Venezuela la falsa oposición se atornilla a la visión fantasmagórica de un gobierno interino que solo ha servido para la corrupción.

Mientras tanto en el mundo de la política realmente existente avanza aceleradamente una estrategia que de perpetrarse dejará como resultado la mutilación o el desmembramiento del Esequibo del territorio venezolano para entregárselo definitivamente a Guyana.

La confrontación con Guyana por el reclamo del Esequibo nos sorprende a los venezolanos en el momento de mayor debilidad de nuestra nación. Nada podría ser peor que tener que escoger nuestro destino entre el chavismo y la falsa oposición, ambos caracterizados por  la más absoluta falta de patriotismo a la hora de defender la integridad territorial de Venezuela.

Y esta debilidad se pone de manifiesto en las implicaciones internacionales del conflicto aparente que hay entre el régimen chavista y la falsa oposición (aparente, porque entre ellos sólo hay diferencias de forma que siempre son resueltas mediante negociaciones).

Los países que dan su apoyo protocolar y retórico al interinato de Juan Guaidó son los mismos que ofrecen un decidido apoyo a Guyana en sus pretensiones de arrebatarle a Venezuela sus derechos soberanos sobre el Esequibo. En una postura triangular estos países desconocen al gobierno de Nicolás Maduro, reconocen los derechos de Guyana sobre el Esequibo y a su vez reconocen a Juan Guaidó como presidente de Venezuela.

Un ejemplo de esta política triangular es el grupo de Lima del cual es miembro Guyana, que apoya al gobierno de Guaidó y la posición de Guyana al mismo tiempo. Esto le concede a Guyana la ventaja de reconocer al gobierno de Nicolás Maduro ante la Corte Internacional de Justicia y al de Juan Guaidó ante la OEA sin que nadie les pida una explicación por esa evidente contradicción.

La gravedad de esta tragicomedia es que el chavismo controla el territorio y es reconocido ante la CIJ, pero no se hace parte del proceso jurisdiccional ante ella; el interinato de Guaidó no es reconocido como gobierno ante la CIJ y solo produce resoluciones contradictorias sobre la materia que ningún país toma en serio; y Guyana, por su parte,  se da el lujo de escoger con qué gobierno se quiere entender dependiendo del escenario y de sus intereses.

En este sentido es indudable que el apoyo internacional a la burocracia de Guaidó le ha salido extremadamente cara a la nación venezolana porque se ha traducido al mismo tiempo en una política de afianzar las pretensiones de Guyana sin que el interinato de Guaidó pueda levantar mucho la voz a riesgo de que los saquen de las sala de reuniones virtuales de la OEA.

La intervención del representante de Guaidó ante la OEA Gustavo Tarre Briceño en la última sesión del Consejo Permanente fue patética y vergonzosa por decir lo menos. Tarre Briceño hace una defensa concreta y diligente de la burocracia a la que pertenece y la cual le beneficia en lugar de haber aprovechado esa oportunidad para defender los intereses de la nación venezolana y enfrentar las pretensiones de Guyana de judicializar el conflicto que evidentemente desfavorece los intereses de Venezuela.

Suponiendo que Tarre Briceño representa a un gobierno que actúa en nombre de la nación venezolana (solo como una suposición) él ha debido rechazar categóricamente que el Consejo Permanente de la OEA y cualquier otra instancia internacional como la CIJ se ocupen  del tema limítrofe entre Venezuela y Guyana que según el Acuerdo de Ginebra debería  ser resuelto bilateralmente por ambos países. No menos patética es la declaración oficial de la Secretaría General de la OEA tomando partido abiertamente por Guyana afirmando en un comunicado oficial, avalado por Tarre Briceño, que “La resolución de la disputa territorial entre Venezuela y Guyana es un asunto de jurisdicción internacional…”

Si se examinan las declaraciones de los cancilleres del Grupo de Lima y las de otros países que apoyan a la posición de Guyana y al interinato de Guaidó parece existir consenso en que la CIJ fallara en favor de Guyana y eventualmente el Esequibo le será amputado a Venezuela. Y mientras Venezuela esté a merced de chavistas y falsos opositores parece que así será.

Es prácticamente imposible enfrentar en forma eficiente y victoriosa a Guyana mientras no hayamos resuelto nuestros graves conflictos internos que incluso amenazan con hacernos desaparecer. Decir esto no es darle argumentos a Guyana como sugieren algunos que también viven en la fantasía de esperar por un gran acuerdo nacional que ponga a un lado las “diferencia políticas” y nos una a todos los venezolanos en un mezclote con los mismos que han vendido la patria para, ahora sí, tomarnos de las manos, cantar armónicamente en coro y defenderla.

La realidad es que hoy estamos emboscados y no hay atajos. Los venezolanos tenemos que primero ajustar cuentas con nuestra historia y nuestros verdugos para establecer un genuino régimen patriota nacionalista y republicano. Solo entonces, como una nación unida, estaremos en condiciones  morales y materiales de retomar lo que Guyana nos haya arrebatado.- @humbertotweets

 

domingo, 24 de enero de 2021

Lo que viene para Venezuela

Con la juramentación de Joe Biden cambia el enfoque de la política de los EEUU hacia Venezuela. De una política donde “todas las opciones están en la mesa (incluyendo la opción militar)” a otra donde se busca “aumentar la presión sobre el régimen…” (Antony Blinken, 21-01-20).

Lo que acaba de anunciar el nuevo Secretario del Departamento de Estado Norteamericabno Anthony Blinken es tomar uno de los componentes de la política de Donald Trump hacia Venezuela (sanciones al régimen chavista) y convertirlo en la política principal de los EEUU aderezada con negociaciones directas entre el chavismo y la oposición. 

Aquí hay que dejar establecido que la idea inicial de Trump para Venezuela de articular una acción internacional para sacar del poder al régimen chavista por vías policiales y militares encontró resistencia dentro de su propio gobierno. Esto al punto que los encargados de llevar adelante esta política la diluyeron en meras sanciones y un reconocimiento al interinato de Juan Guaidó bueno para gastarse el dinero de Venezuela en el exterior pero no para reconocerle estatus jurídico en situaciones sensibles como el diferendo entre Venezuela y Guyana donde los propios EEUU siguen reconociendo al gobierno de Maduro, no al de Guaidó, como el gobierno realmente existente.

Así las declaraciones beligerantes de Donald Trump sugiriendo la inminencia de una salida armada para Venezuela contrastaba con la de sus funcionarios (Abrams, Story, Kozak) abogando por vías negociadas con el régimen acordadas con el mismo régimen chavista aunque esto sea evidentemente una contradicción. Esta política ambivalente que dominó los últimos meses de la administración Trump hacia Venezuela recibió, como era lógico, la bendición bipartidista de republicanos y demócratas en el congreso de los EEUU.

Con Joe Biden en la presidencia de los EEUU no habrá contradicciones entre el presidente y sus funcionarios porque el propio Biden ha anunciado que su política hacia Venezuela seguirá más o menos la de Trump. Con esto lo que Biden quiere decir es que esperan aplicar sanciones selectivas a unos chavistas del régimen, pero no a todos, con la esperanza de poder incentivar una crisis interna en el gobierno de Maduro que provoque a su vez una negociación y una transición en los términos que viene proponiendo Leopoldo López como vocero del interinato.

Esta política de sanciones selectivas seguramente será coordinada con el interinato de Guaidó para ayudar a determinar a cuales chavistas del régimen conviene sancionar y a cuales otros incluso levantarles las sanciones para, según aspiran, lograr crear los incentivos para una fractura interna del régimen. El interinato de Guaidó hundido en escándalos de corrupción no  será inmune a las gestiones de miembros del régimen chavista dispuestos a pagar para no ser incluidos en esas listas. Tampoco sería la primera vez que se entrelazan las lealtades entre el chavismo y la falsa oposición. 

Esta política de sanciones y negociaciones que será vigorosamente auspiciada por el gobierno de Biden encaja perfectamente en lo que espera el régimen chavista: Nuevas, largas e interminables rondas de negociaciones que siempre terminan diluyéndose en formalismos diplomáticos o estancados por inevitables cambios burocráticos en los países involucrados, tal como acaba de ocurrir en USA.

El régimen chavista siempre estará dispuesto a negociar porque sabe perfectamente que cada día de negociación es un día más en el poder. Y mientras tanto sigue pasando el tiempo y ellos siguen siendo el poder realmente existente en Venezuela. En esto ya han acumulado más de veinte años de experiencia. 

A esto hay que sumar la nueva realidad internacional donde China ejerce una influencia innegable en la política norteamericana y seguramente jugará un papel decisivo para salvaguardar los intereses del régimen chavista de Venezuela.

La política de aplicar sanciones para provocar negociaciones y eventualmente una transición en Venezuela consumirá los próximos cuatro años de la agenda norteamericana para Venezuela. Es una política que prolongará el sufrimiento de los venezolanos, le dará por lo menos cuatro años más de vida al régimen chavista y por consiguiente está condenada al más absoluto fracaso.-  @humbertotweets 


domingo, 17 de enero de 2021

La entrega del Esequibo

            Para los venezolanos el Esequibo es uno de esos temas que van y vienen en forma cíclica cada vez que algún evento rompe la inercia o cuando algún politiquero necesita darse un barniz de nacionalismo.

Pero el Esequibo también es un tema que pone en evidencia la traición de la clase política venezolana acendrada en el estado de partidos. En esta clase hay que incluir a todos quienes han dirigido el estado venezolano hasta este momento.

Sin duda Venezuela ha contado con excepcionales funcionarios públicos, eficientes y patriotas, que a lo largo de la historia han cumplido cabalmente con su trabajo de documentar los derechos de Venezuela sobre el Territorio Esequibo y producir los actos jurídicos y políticos para ejercer esos derechos.

La traición que tratamos de examinar está definida por una política formalista de usar solo las vías diplomáticas para resolver esta crisis sin ejercer en forma material actos indubitables de soberanía sobre ese territorio.

Esto quiere decir que mientras se emprendían esas gestiones diplomáticas para reclamar el Esequibo el estado venezolano nunca estableció su presencia soberana en ese territorio mediante la fundación de ciudades y el fomento de actividades productivas como la industria y el comercio.

Esta clase política incluso le dio la espalda a los venezolanos que en 1969 encabezaron la rebelión del Rupununi quienes se declararon parte de Venezuela y por ese motivo fueron masacrados ante la más sórdida indiferencia de nuestros políticos.

No vamos entrar aquí en consideraciones jurídicas sobre los títulos jurídico-políticos e históricos que otorgan derechos a Venezuela sobre el territorio Esequibo porque es un tema ha sido exhaustivamente examinado por expertos e investigadores y desborda el ámbito de este artículo.

Pero en el contexto de esta crítica hay que citar el hecho que a partir de la denuncia en 1962 del fraude perpetrado en el Laudo de París y la firma del Acuerdo de Ginebra Venezuela recupera una posición de ventaja frente a Guyana. Ventaja que se fue diluyendo en el tiempo como resultado de la ideología que ha prevalecido todos estos años de dejar el reclamo en manos de la inercia burocrática y el formalismo de las negociaciones internacionales.

No se trata de sugerir el uso de una acción armada para recuperar el territorio Esequibo, aunque siendo realistas tampoco se podría descartar. Aquí se trata de poner en juicio la imperdonable desidia con que la clase política ha abordado el tema todos estos años renunciando a establecer una presencia efectiva, más allá de plantar una banderita tricolor, sobre un territorio que reclamamos como venezolano.

La modorra institucional que dejó el reclamo del Esequibo en manos de la inercia fue sacudida por la no menos vergonzosa entrega pública de Hugo Chávez del territorio Esequibo a Guyana en 2005. El oportunismo de Chávez de lograr el apoyo de Guyana y los países del CARICOM como votos en la OEA para apoyar su régimen fue lo que llevó al comandante traidor a decirle a Guyana en el 2004 que “El gobierno venezolano no será un obstáculo para cualquier proyecto a ser conducido en el Esequibo…”.

Esa política militante de traición a la patria impulsada por Chávez es justamente lo que alienta a Guyana a emprender acciones más agresivas para ejercer presencia en la zona. Estas acciones serían la continuación de un, metódico y paciente, trabajo político y diplomático de sumar aliados internacionales para su causa y aumentar su control y explotación del territorio.

Hoy Venezuela está a merced de una decisión de la Corte Internacional de Justicia. El gobierno chavista decidió no hacerse parte de estos procedimientos alegando desconocer la competencia de esa corte en la materia. El chavismo ahora trata de remediar la infame herencia del comandante traidor con medidas que no trascienden la propaganda tales como la  creación de un supuesto estado de la fachada Atlántica y el patrullaje militar por vía marítima.

Por su parte el interinato de Juan Guaidó, para que se le vea como un gobierno real, unas veces dice que la Corte Internacional de Justicia tiene competencia y otras veces dice que no. A esta improvisación se suma la confusión que generan actos que no se sabe si son producidos por el poder ejecutivo que preside Guaidó o por el poder legislativo que preside Guaidó haciendo de esta parodia una caricatura que nadie toma en serio en el contexto internacional.

Los procedimientos en marcha para amputarle a Venezuela el Esequibo dejan claro que el interinato de Guaidó no tiene una representación jurídica real aceptada en el contexto internacional, tampoco tiene ejército, ni controla un metro de territorio. En otras palabras, se le podrá tomar por una oficina que nombra comisionados y se gasta un presupuesto, pero jamás como un verdadero gobierno.  

Tanto el régimen chavista como el interinato de Guaidó saben perfectamente que es inminente una decisión desfavorable hacia Venezuela que irreversiblemente mutilará esa parte del territorio. Esto no va a cambiar si Venezuela se hace presente ante la CIJ (¿Cuál gobierno? ¿Maduro? ¿Guaidó?). Ni cambiará con las declaraciones retóricas y altisonantes de chavistas y falsos opositores.

Mientras la CIJ se apresta a tomar una decisión fundada en la más absoluta e implacable dialéctica de imperios (geopolítica) con brochazos de fraseología jurídica para desmembrar el Esequibo de Venezuela los políticos siguen engañando y haciendo demagogia con el tema.

Este infortunado evento nos sorprende a los venezolanos en nuestro momento de mayor debilidad. El poder está en manos de traidores y esto no se resuelve con llamados ilusos de unidad nacional con quienes han perpetrado la traición sino con la consumación efectiva de la ruptura y el cambio del régimen político.

Necesitamos una nueva generación de políticos patriotas que lideren la recuperación de la nación venezolana, establezcan un régimen político verdaderamente republicano y sin complejos asuma la recuperación del territorio Esequibo por todas las vías materiales posibles.- @humbertotweets

 

jueves, 7 de enero de 2021

Estados Unidos: ¿Quo vadis?

            Los Estados Unidos como potencia imperial está en un momento definitorio y su régimen político comienza a mostrar numerosos y frecuentes signos de agotamiento. Más allá de la reciente confrontación electoral, cuyo último episodio fue la certificación de Joe Biden como ganador y el parco reconocimiento de Donald Trump, está la constatación de una clase política dominante bipartidista complaciente con China e ignorante de su realidad.

En las últimas cuatro décadas la ideología dominante en los Estados Unidos ha sido alentar y apoyar el desarrollo del capitalismo en China y su proceso de industrialización. Esta visión se había justificado como una estrategia geopolítica para incorporar y controlar a la entonces China comunista en el selecto club de potencias mundiales. Este diseño estratégico de Henry Kissinger fue adoptado invariablemente como política de estado por los partidos Republicano y Demócrata.

El precio que pagó los Estados Unidos por esa política fue el desmantelamiento de sus industrias y el desarrollo de una grave adicción a productos fabricados en China a costos ridículamente baratos. Esto fue posible porque mientras Estados Unidos era inundado con toda suerte de productos fabricados en China allá se pagaban salarios de centavos de dólar al día y se cometían las más brutales violaciones a las personas para sostener ese colosal sistema económico-industrial.

Sin incentivos para invertir y generar empleos en su propio país la gran mayoría de las corporaciones de capital norteamericano mudaron sus operaciones de manufactura a la China continental desde donde se fabrican los sofisticados Iphones, pasando por vinos californianos hasta mascarillas anti virales de papel, entre muchos otros productos. Mientras tanto China se transformaba en una competente y diestra potencia capitalista con todas sus estructuras, sin desprenderse del rótulo ornamental “comunista.”

La llegada de Donald Trump a la presidencia de los EEUU en 2016 produce una ruptura abrupta con esta política inercial que había hecho de los Estados Unidos un imperio cada día más dependiente de China. La política de Trump de incentivar y obligar a corporaciones norteamericanas a regresar sus operaciones a los Estados Unidos fue descalificada como populista y nacionalista por los medios de comunicación y la clase política.

Las élites políticas, financieras, mediáticas y académicas en los EEUU han adoptado la ideología globalista que ve en China a un socio mundial y no a un imperio emergente que cada día parece subyugar la voluntad de su adversario sin necesidad de disparar un solo misil. Y es que a la adicción que tiene la sociedad norteamericana a productos baratos lo cual se traduce en transferencias de inmensas masas de dinero, hay que agregar la eficiencia del aparato de  propaganda del partido comunista Chino y su gobierno que hábilmente han reclutado operadores influyentes en la política norteamericana por la vía de halagos, concesiones y hasta sobornos.

No se le puede restar importancia a las conexiones directas que hay entre elementos de esas clases dirigentes norteamericanas y el partido comunista chino. Hoy en los Estados Unidos de Norteamérica la valoración geopolítica y estratégica para determinar si China o Rusia son adversarios reales está en manos de una clase dirigente amigable y connivente con China. La relación entre Joe Biden y su familia con el partido comunista Chino es un buen ejemplo que ha sido bien documentado por periodistas independientes.

Esa fue la esencia del debate electoral en los EEUU en 2016 y en 2020. En ambos casos se trató de la confrontación entre la visión nacionalista de Trump para recuperar  las capacidades imperiales de los Estados Unidos contra una política entreguista de los EEUU a China anidada por décadas en todos los niveles y ramas del gobierno norteamericano.

Desde este punto de vista Trump estaría haciendo lo correcto para tratar de salvar la República y la influencia del imperio norteamericano en el mundo. Sin embargo, para esto ha tenido que enfrentar poderosos adversarios y graves contradicciones internas de un régimen político que está implosionando porque sus instituciones son incapaces de defenderse y de defender las ideas de patria y nación.

Esta peligrosa concepción para los intereses del imperio se expresa en medidas, cada vez más frecuentes, como por ejemplo imponer la ideología de género en la educación, la eliminación del estudio de la historia de los EEUU en la primaria, la eliminación de policías y cárceles, una política de inmigración laxa y ambigua, el desmantelamiento de las industrias nacionales para favorecer a China, entre otras.

La presidencia de Donald Trump fue una insurgencia contra esa política y sus beneficiarios. Solo esto podría explicar la intensidad de una confrontación cuyo último episodio aún no está escrito y bien podría terminar con una destitución temprana de Trump y hasta su encarcelamiento por sedición, según sus acusadores.

La incapacidad de resolver las impugnaciones de fraude electoral según los criterios de ley y orden también pone en evidencia la debilidad de un imperio que voluntariamente renuncia a su derecho a defenderse de la influencia de potencias extranjeras en sus asuntos internos, ya sea esta política, financiera o cultural.

Por eso, quizás la pregunta más importante que deberán hacerse los noveles líderes de esta y la próxima generación no es tanto hacia donde van los Estados Unidos, sino más bien hacía donde va el imperio norteamericano.- @humbertotweets