La renuncia es un acto voluntario.
Pero en política no es
una decisión personal.
Es más bien una decisión
acordada entre factores diversos que controlan o influyen en el funcionario
renunciante.
Esto se entiende por las
graves implicaciones que puede tener.
En este caso, la
renuncia de Nicolás Maduro no sólo trae consigo consecuencias personales para él
sino para todo su entorno, para el PSUV y seguramente para la llamada revolución
socialista.
En lo personal, renunciar
a una función pública, en este caso a la Presidencia de la República, puede ser
interpretado como un signo de debilidad política, de incapacidad para resolver
la situación concreta y de derrota.
En lo político una renuncia
de este calibre podría convertirse en el evento desencadenador de cambios en el
gobierno y en el país.
Cambios que no
necesariamente tendrían ventajas para los actores políticos.
Una renuncia de Maduro a
la Presidencia, por ejemplo, iniciaría un inevitable proceso de renovación
interna en el PSUV.
Debate muy poco deseado
por la cúpula si al mismo tiempo tienen que ocuparse del desplome de la revolución.
Sin embargo, en el
pasado hemos insistido en las ventajas teóricas tanto para el gobierno como
para la oposición de una eventual renuncia de Maduro.
Al gobierno le permitiría
controlar todo el proceso de cambio y transición que se genere.
Desde ese punto de vista
la renuncia seria vital para proteger lo que queda de la revolución socialista
y no perderlo todo.
Para la oposición la renuncia
es conveniente, pues le allana el camino y en gran medida le ahorra la tarea de
tener que hacer el esfuerzo de construir y ejecutar una fórmula para sacar al presidente.
Estas consideraciones
son teóricas e hipotéticas porque en varias oportunidades Nicolás Maduro y los voceros
oficialistas han dicho que Maduro no va a renunciar a la Presidencia de la República.
Entonces ¿Por que insistir
en su renuncia?
¿Por que seguir pidiendo
la renuncia de Nicolás Maduro a sabiendas que el no va a renunciar?
Pedir la renuncia del Presidente
de la República tiene un efecto importante, aunque no definitivo, en la política.
La exigencia de la su
renuncia permite que diversas fuerzas sociales se activen y se movilicen políticamente
para defender la razones de un cambio político.
Cuando no sólo son los
partidos opositores sino diversos sectores de la sociedad, que en su conjunto
piden la renuncia, esto evidencia una dramática pérdida de legitimidad.
Y la pérdida de
legitimidad es lo que puede cambiar en un momento determinado la correlación de
fuerzas en la calle y en las
instituciones para activar mecanismos Constitucionales para la destitución o remoción
del presidente.
La presión que cada vez
aumenta para exigir la salida de Maduro es también una presión sobre los
factores políticos y militares que apoyan al régimen.
Estos factores hasta
ahora se han cohesionado en torno a la figura de Maduro porque temen, con razón,
que serán arrastrados y posiblemente demolidos por inevitables cambios políticos.
Pero estos factores
comienzan a sopesar el costo de la perdida de legitimidad del presidente, que
lo es también del régimen, cuya crisis amenaza con destruir el todo y sus
partes.
En un interés pragmático
de supervivencia política estos factores que hoy apoyan al régimen, sobre todo
desde adentro (TSJ, CNE, FFAA) podrían cambiar su posición para tratar de
salvarse y llegar con vida a una nueva realidad política.
Ya observamos no solo
expresiones contundentes de rechazo a Nicolás Maduro en las bases del chavismo.
A esto se suman claras exigencias
de renuncia porque lo perciben como el enterrador de la revolución.
Visto así, exigir la renuncia
de Nicolás Maduro no es un saludo a la bandera.
No es un acto ocioso de
simbolismo político.
Pedir la renuncia de Nicolás
Maduro es el argumento que podría servir de nodo para articular una gran
alianza que vaya más allá de la MUD, permita incorporar sectores del chavismo y
active otros procedimientos mas efectivos para su destitución.
La realidad es que Nicolás
Maduro es un Presidente con gran rechazo en el país y en su propio partido.
Aunque no renuncie hoy,
sus días en la Presidencia de la República están contados.
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