jueves, 17 de marzo de 2022

Los EEUU en la guerra equivocada

            Es posible que el papel de los Estados Unidos de Norteamérica como potencia imperial se deteriore aún más bajo la dirección del partido demócrata y la alianza de intereses globalistas y progresistas que hoy imponen la agenda del Departamento de Estado. Se trata de un proceso que comenzó hace años y que en nombre del globalismo y el liberalismo económico borró las demarcaciones ideológicas entre republicanos y demócratas hasta el punto de hacerlas inexistentes y abrazar ambos partidos los mismos intereses.

            Esto sería muy positivo para la nación norteamericana si los intereses abrazados fuesen los de los Estados Unidos y no otros. Pero lo que en realidad ha ocurrido es que se ha conformado un estado dentro del estado identificado por algunos como el “estado profundo” que desborda las diferencias entre republicanos y demócratas para establecer una política que, atendiendo a sus interese íntimamente conectados con el complejo industrial militar y la transnacionalización de la economía, es presentada como la política del país.

            Como resultado de esa agenda del estado profundo el imperio norteamericano hoy es más dependiente que nunca del parque industrial de China y del comercio legal e ilegal de armas convencionales y sofisticadas, estas últimas incluso con capacidades nucleares. Veamos.

            En lugar de fortalecer sus industrias y sus clases trabajadoras los Estados Unidos desde finales de los años 60 alentó a sus corporaciones a buscar mano de obra barata fuera del país para así mantener precios bajos para los más variados productos de consumo masivo desde comida, electrónicos y vehículos. Así, la globalización significó para los Estados Unidos de Norteamérica convertirse en el productor número uno de tecnología que acudía a otros países para ensamblar o manufacturar sus productos logrando la ventaja competitiva de bajos costos.  Esta política permite, por ejemplo, que un teléfono inteligente se pueda comprar en los EEUU en 500 dólares porque fue elaborado con mano de obra barata en China. De haberse producido en el país costaría probablemente tres o cuatro veces más. Y así ocurre con la ropa, los electrodomésticos, la comida, los carros, etc.

            La dependencia -¿adicción?- de los Estados Unidos con respecto a la industria China no puede ser menos que enfermiza. Solo basta echar una mirada al interior de cualquier hogar en Norteamérica y constatar que está literalmente minado por productos “Made In China”. Pero la dependencia no es solo con respecto a productos baratos fabricados con tecnología norteamericana, también hay una gran debilidad de la elite política demócrata y republicana que recibe favores y financiamiento de China para a cambio aprobar políticas arancelarias laxas y débiles frente al dragón asiático.

            La otra gran adicción que ha estimulado el estado profundo es la producción de armas y sofisticada tecnología militar para impulsar al ya pujante complejo militar industrial norteamericano. El negocio de armas y tecnología militar se lucra de una y solo una actividad: La guerra. Sin guerras no hay ganancias, de manera que si no hay guerras hay que provocarlas para mantener ese circuito económico. Por esta razón compañías norteamericanas que actúan en forma directa o a través de intermediarios son los principales proveedores de armas en casi todas las regiones del planeta donde hay conflictos armados.

            Además del suministro de armas y tecnología está el otro gran negocio de arrasar países y regiones con un ejército, en nombre de la libertad y la democracia, para luego regresar a reconstruir desde las cenizas en operaciones de billones de dólares que involucran contratistas de servicios y obras en “misiones de ayuda internacional”. En nombre de la seguridad nacional de los EEUU y sus aliados se articulan pactos y acuerdos con otros estados que siempre necesitan sustantivar a un enemigo para mantener activos los negocios del complejo industrial militar norteamericano.

            Estas políticas del estado profundo se estrellaron con la impredecible victoria de Donald Trump en el 2016. Con una visión racional en defensa de los intereses de los Estados Unidos de Norteamérica como país y la salvación y fortalecimiento del imperio norteamericano Trump propone enfrentar la dependencia de China y sacar a los EEUU del negocio de la guerra o al menos hacerlo en forma más prudente y eficiente para la nación norteamericana. La expresión de esta nueva política sería intentar revertir el proceso de desmantelamiento de las industrias norteamericanas promoviendo la industria nacional y altos aranceles a productos elaborados en China. De la misma forma Trump impulsó la salida de los EEUU de la OTAN y detener el financiamiento norteamericanos para otros ejércitos y guerras en el mundo.

            Ambas políticas constituyeron un ataque al corazón de los intereses del estado profundo que desde adentro se ocupó en sabotear la administración Trump hasta el punto de reproducir condiciones institucionales ideales para provocar un fraude electoral masivo que sacara a Trump del poder. Por si esto fuese poco la visión de Trump de tener en Rusia más a un aliado que a un adversario era una afrenta a los burócratas del departamento de estado que aún insisten que Rusia y Vladimir Putin son una amenaza comunista contra Norteamérica. La Rusia de hoy es de economía capitalista y al igual que los EEUU y China busca reafirmar su presencia imperial en sus áreas de influencia. Por reconocer esto Trump fue calificado como traidor a la patria por las corporaciones mediáticas y de redes sociales al servicio del estado profundo.

            El actual conflicto entre Rusia y Ucrania es una exitosa fabricación del estado profundo norteamericano que atiende a los intereses del complejo industrial militar. Esta conjugación de intereses militares y financieros viven del negocio de la guerra y aun cuando las razones objetivas para la existencia de la OTAN desaparecieron con la caída de la Unión Soviética han creado nuevas excusas para mantener y ampliar su poder militar. Esta política es prisionera de la creencia que la actual Rusia es la misma Unión Soviética comunista  de ayer y por tal es una amenaza que debe ser confrontada. El objetivo final de esta política es fragmentar a Rusia por la vía de múltiples conflictos regionales internos y movimientos separatistas para luego promover una versión europea y potable de los Balcanes.

Es un objetivo torpe en lo políticos pero seguramente exitoso en lo financiero. La ejecución de esa política encontrará resistencia no solo de la propia Rusia sino de países como China e India y también de reconocidos archi enemigos de Norteamérica como Irán y Corea del Norte. Si esta política triunfa sería un fracaso en lo geopolítico para los propios Estados Unidos que tendrán que lidiar con más repúblicas inestables tipo Ucrania en manos de milicias ultranacionalistas con inspiración nazi y la capacidad de desatar enfrentamientos a escala nuclear. Pero al mismo tiempo sería un rotundo éxito para el complejo industrial militar protegido por estado profundo norteamericano que había encontrado nuevos clientes para sus productos en las nacientes repúblicas “democráticas y soberanas''.

Una vez más, desde el punto de vista de su política doméstica y su geopolítica, los EEUU se han embarcado en la guerra equivocada. En lugar de usar a Ucrania como punta de lanza para intentar audazmente desmembrar a Rusia los Estados Unidos deberían replantear sus relaciones con Rusia y China sobre la base de un reconocimiento mutuo a la influencia en sus respectivas plataformas continentales en un mundo multipolar cada día más amenazado por los ultranacionalismos, los separatismos y el fundamentalismo musulmán. Se requeriría de otro terremoto político tipo Trump que provoque un cambio de curso de 180 grados en la política del estado norteamericano. Este giro quizás no sea lo más popular y aplaudido hoy, pero si los EEUU quisieran mantenerse como potencia imperial, es lo prudente.- @humbertotweets

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