Cuando Maduro le entregó el control de la distribución de la comida a los militares hizo una confesión pública.
Estaba admitiendo que ni el gobierno ni el PSUV tenían la capacidad operativa para repartir las bolsas de comida.
También admitía con esa medida que la corrupción con los CLAP estaba fuera de control y quizás era mejor entregarle el negocio del reparto a los militares.
Claro, estos con sistemas más sofisticados para abastecer a los bachaqueros, poner orden pues.
Pero la lógica se mantiene intacta: Arrebatarle a la empresa privada sus funciones naturales de produccion y distribucion.
Ahora los militares se convierten en la tabla de salvación del regimen.
El último bastión.
Al mantener básicamente la misma política el gobierno solo le ha transferido a los militares un problema que no tienen capacidad para resolver.
Una vez que los capitanes y tenientes tomen por asalto las empresas y obliguen a liquidar los inventarios no habrá más nada que reponer.
A los militares les han asignado la imposible tarea de repartir comida que no existe porque no se produce ni hay los dólares para importarla.
En su desesperación Maduro sigue dándole todo el peso de su responsabilidad a las Fuerzas Armadas.
Generales como arroz hasta para repartir papel tualé.
Lo que debe estar sopesando Padrino López es el daño inminente que esta misión la traerá a las FAN.
Porque aunque haya la voluntad para ayudar los militares no son magos.
Ni la comida aparecerá por arte de magia, aunque Padrino López haga una proclama venerando al Comandante Supremo.
De esta forma el régimen arrastra en su degredo y fracaso a su último bastión, las Fuerzas Armadas.
Los militares tendrán que soportar el deshonor del fracaso repartiendo comida que no hay y hacer el ridículo frente a un pueblo que les pierde el respeto y hasta los mira con lastima.
En las colas la gente se pregunta ¿Quién será el General de los huevos? ¿Y quién el de la yuca? ¿Y el pimentón?
Ni las tanquetas más blindadas podrán detener los implacables dardos de la rabia y el humor popular.
Luego de perder la credibilidad y el respeto frente al pueblo, a las Fuerzas Armadas no les quedará más que mansamente colaborar con la inevitable transición política y ocuparse de lo suyo.
Regresar a los cuarteles después del ratón moral, limpiarse la cara y lavar el uniforme.
Todo esto mientras la sociedad, ellos incluidos, se pone de acuerdo para ver cómo recomponemos lo que poco que queda del país.
Y rogar que nadie se acuerde de lo que pasó.
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