La esencia de la lucha política en una sociedad democrática es la confrontación y el diálogo.
En una democracia hay diálogo entre los adversarios que discuten y hasta llegan a acuerdos en forma civilizada para el beneficio de la sociedad.
Esos diálogos y negociaciones están regulados por una dinámica de intercambios regulados en escenarios como el parlamento y gobernados por instituciones y leyes que garantizan el estado de derecho.
Eso ocurre en democracia.
Pero no estamos en democracia.
Vivimos en una dictadura.
Aquí no hay garantías de nada.
Ni siquiera hay credibilidad entre las partes porque cada vez que se produce un contacto para conversar sobre los procedimientos el régimen filtra la información para tratar de perjudicar a la oposición.
No puede haber diálogo y menos negociación cuando no hay confianza.
Tampoco hay incentivos para llegar a acuerdos.
La oposición insiste en que se convoque el revocatorio en 2016 y el gobierno dice que no.
La oposición dice que no habrá persecución ni revanchismo pero que quienes cometieron delitos deben pagar de acuerdo a la ley y el gobierno mira al techo.
Pero lo que está en el nudo del problema es que si hay referéndum revocatorio en 2016 eso significa para el gobierno entregar el poder, sin condiciones.
Al gobierno para salvarse solo le queda una opción. Y esa es ceder parcialmente ante la presión popular y aceptar que el Revocatorio se haga en el 2017.
Esto además le permitiría hacer una transición maquillada del poder dentro del mismo chavismo.
Pero esa jugada no viene libre de costos políticos en lo interno y lo externo.
Por eso el régimen necesita abrazarse con la oposición y presentar esa decisión tomada, no como suya exclusivamente sino, como producto de un acuerdo con la oposición.
Sólo de esa forma sería potable y aceptada por la comunidad internacional.
¿Que gana la oposición con sentarse a negociar algo que en la práctica ya está decidido?
Nada que ya no tenga.
Así como está planteado el diálogo es absolutamente innecesario.
No le sirve a la oposición y menos al país, porque de todas formas las cosas van a seguir igual. No habrá cambios sustanciales de políticas.
La estrategia correcta para la oposición es seguir presionando en la calle sin darle tregua al gobierno.
Empujar al gobierno para que haga lo que le dé la gana con el Revocatorio.
Que lo suspenda, que lo anule o que lo difiera para el 2018.
Lo que quiera.
Esto es obligarlo a que asuma el costo político de su decisión.
Pero, ¿lo asumirá?
El secreto de esta jugada está en que la oposición tenga claridad y entienda que aunque el régimen amenace hay cosas que aun teniendo el poder no puede hacer y no va a hacer.
No es en el confort de una sala de reuniones con los hermanos Rodríguez y Elías Jaua en actitud prepotente, altanera y grosera donde se va dar a una negociación.
Es con la presión internacional combinada con descontento de la calle y los militares que una negociación podría ser vista como opción viable para el régimen.
Es cuando Nicolás Maduro y operadores como Diosdado Cabello tengan que decidir entre ser juzgados por la ley de su propia muchedumbre o por las leyes de la república.
Allí, entonces, el diálogo y la negociación surgirán como una necesidad salvadora y sanadora. Para todos.
Mientras tanto no hay condiciones.
Mejor seguir empujando.
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