Primero lo primero.
La toma de Venezuela fue un extraordinario éxito para la oposición y el país en general.
Millones de venezolanos se lanzaron a la calle a exigir, una vez más, la salida de la dictadura.
Pero esta vez con más gente y más presión.
Es evidente que la oposición mantienen su “momentum” en la calle.
Prueba de ello es que ayer por primera vez en muchos años no hubo contramarcha del oficialismo.
A pesar de todos los esfuerzos públicos que hicieron para concentrar empleados de PDVSA La Campiña para apoyar al régimen la gente, aún pagandoles, no apareció.
Muy mal signo para un gobierno que ya ni siquiera cuenta con el apoyo de sus activistas pagados.
Pero mientras millones salían a protestar contra la dictadura en las calles y avenidas de Caracas otros tantos eran perseguidos y masacrados en los estados.
En las primeras horas del día fue notoria la ausencia de militares y policías en Caracas a diferencia de otras oportunidades como en Agosto y Septiembre cuando las protestas fueron brutalmente reprimidas.
Curiosamente mientras en Caracas la manifestación contra el régimen avanzaba con contratiempos menores como los bloqueos policiales de puntos de acceso a la ciudad capital, en la mayoría de los estados se vivía una batalla cruenta entre las policías del gobierno y el pueblo.
¿Por qué?
Porque el chavismo oficialista está dividido.
Hay un grupo que ya está listo para conceder y tirar la toalla ante la avasallante presión popular.
Estos quieren tratar de cuidar lo poco que queda del chavismo y negociar algunas garantías y protecciones para algunos de sus representantes.
Pero hay otro grupo de chavistas en el gobierno que están involucrados en casos patentes de corrupción y tortura para quienes será muy difícil negociar algún tipo de perdón o beneficio cuando venga la transición.
Estos operadores son los que más se han radicalizado y los primeros que se están alineando con Diosdado Cabello en su jugada suicida.
Ayer, una vez más, quedó en evidencia la división del chavismo en el gobierno.
Quienes controlaban militar y policialmente Caracas tenían órdenes expresas del General Vladimir Padrino López de no caer en provocaciones y evitar la violencia la cual, en caso de ocurrir, se sumaría al saldo ya negativo de abusos del régimen.
Por el contrario en las regiones, con los gobernadores se juegan otros intereses.
Arias Cárdenas, Ameliach, Vielma Mora, El Aissami, todos ellos tienen sus propias agendas e intereses al margen del gobierno y el PSUV.
Varios de estos gobernadores se ven desde ya fuera de las negociaciones gobierno-oposición y temen que el cogollo del PSUV en Caracas los haga pagar por los crímenes del régimen.
Porque ciertamente por toda la corrupción, el saqueo y los asesinatos de estos 17 años alguien tiene que pagar.
De eso no hay duda.
¿Pero quienes pagan?
¿El Presidente? ¿Los Ministros? ¿Los gobernadores? ¿Los generales del alto mando? ¿Las rectoras del CNE? ¿Quien?
La lista y los miedos crecen cada minuto.
Y esos miedos son los que han provocado que varios operadores del régimen saboteen desde todo ángulo no sólo el diálogo sino cualquier salida democrática que implique entregar el poder.
Los estados donde hubo represión policial y militar innecesaria ayer son los que desde ya integran el grupo de Diosdado Cabello quien alentó la violencia como una estrategia para radicalizar a la mayoría chavista.
Muy hábilmente Diosdado, que tiene la mano metida en las decisiones claves del régimen, no dice “vienen por mi”.
Con extrema astucia ha convencido a varios operadores del chavismo que la solución es “patria o muerte” y dice “vienen por todos nosotros” como una forma de blindarse cuando llegue la hora de rendición de cuentas.
La represión de ayer fue salvaje, brutal e inhumana tal como lo muestran las imágenes que corren por las redes sociales.
Muestra el pragmatismo y la sangre fría de quienes están dispuestos a hacer lo que sea para salvar su pellejo.
El problema para los radicales “patria o muerte” del chavismo en el régimen es que el tiempo se agota.
Y muchos comienzan a sacar cuentas que unos delitos pesan más que otros.
Sobre todo los de lesa humanidad que pueden ser ventilados en instancias internacionales.
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