Ya se ha dicho una y mil veces.
Pero hay que insistir.
Por si acaso.
El diálogo es un invento del gobierno para ganar tiempo, embaucar a la oposición y evitar el revocatorio.
Punto.
Pero la vileza de la intención no quiere decir que el diálogo en sí mismo como una forma de entenderse en un país crucificado por la polarización no sea bueno.
En realidad lo malo ha sido la manera perversa como el gobierno lo ha usado para sus inconfesables propósitos.
La oposición ha recibido un justificado jalón de orejas de parte de la sociedad civil por tratar de dialogar en condiciones que no llevan a ninguna parte.
Pero ya ellos están claros, han rectificado y eso es importante.
Porque el balance para la sociedad y el país en general no podría ser más ensordecedor.
Según lo reporta Alfredo Romero del Foro Penal Venezolano luego de la entrada en escena de Rodríguez Zapatero la cantidad de presos políticos se ha disparado y sigue en aumento.
Como una manera de alterar el desarrollo y el posible resultado de ese diálogo burdo el régimen decidió adelantarse y acumular más presos políticos para usarlos como “fichas de negociación”.
Tener mas rehenes en la mano le permitiría al regimen hacer concesiones que lucirían más robustas.
Pura maniobra.
La realidad es que cada vez que se anuncia una reunión de los negociadores el régimen se adelanta y mete a la cárcel más activistas políticos.
Ahora que se incorpora el Vaticano al proceso y ante la cercanía de la jornada para la recolección de las firmas a finales de octubre será mucho peor.
En esas redadas políticas no solo detienen activistas sino gente inocente cuyo único delito ha sido criticar al régimen en una cola o hacer algun chiste del presidente incapaz para drenar la incontenible rabia que recorre el país.
A pesar de la participación del Vaticano en este proceso las condiciones objetivas de la coyuntura política no sólo no han cambiado sino que ahora la presión es mayor sobre la sociedad.
Hoy hay más tortura, represión, y persecución que antes del diálogo fraudulento.
Mejor esperar a que se recojan las firmas para pensar si el diálogo es viable o si siquiera tiene sentido.
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