Aunque parezca algo obvio y a riesgo de sonar redundante hay que repetirlo. No se puede analizar el tema electoral sacándolo con pinzas del contexto político. Una cosa está indisolublemente ligada a la otra. Disociar lo electoral de lo político ha sido una de las manipulaciones más socorridas de la falsa oposición que hábilmente se presenta como opción electoral frente al mal gobierno de Nicolás Maduro sin tomar en cuenta aspectos políticos determinantes como la existencia de un poderoso Estado chavista que se impone por la fuerza.
Si es al
Estado chavista, no al gobierno, a quien hay que combatir con todo su aparato
jurídico, político y militar entonces se entiende que su desplazamiento no será
mediante unas elecciones que el mismo régimen organice. Sueñan despiertos
quienes esperan que el chavismo se rinda en unas elecciones y entregue el poder
a sus enemigos como hizo la clase dirigente del Estado de partidos en 1999 con
Hugo Chávez. Entonces, prestarse a la mascarada electoral del chavismo no pasa
de ser un ejercicio de terapia de grupo para desahogar energía y emociones sin
ningún impacto real en la política.
Esta
afirmación no es gratuita. Está respaldada por dos décadas de abundantes
elecciones que solo han servido para perder tiempo, energía y ayudar a sostener
al régimen en el poder. Lo único que ha
cambiado es que cada vez el chavismo actúa con menos escrúpulos, si es que
alguna vez los tuvo. Y lo más grave es que su falsa oposición se acostumbró y
el empeño inútil de ir a unas elecciones sin condiciones ni garantías es
presentado como una gesta épica y ciudadana, aunque repita las mismas falacias
y errores de la elección anterior.
Mientras lo
fundamental en la política venezolana no cambie siempre habrá un falso opositor
dispuesto a jugar el papel de mesías de turno y encantador de multitudes.
Siempre encontraran un candidato con la retórica y el glamour para tratar de persuadir a los venezolanos que esta vez sí
se puede. Ese papel le tocó en el pasado a Arias Cadenas, a Manuel Rosales, a
Henrique Capriles, Henry Falcón, y hasta Leopoldo López y Juan Guaidó. Cada uno
de ellos en su momento estuvo en la cresta de la ola de la popularidad con el
mismo carisma y magnetismo que hoy irradia María Corina Machado, la nueva cara
de la misma vía electoral.
El
cuestionamiento que hacemos nada tiene que ver con las calidades personales de María
Corina que quizás sería una magnífica presidente, en una Venezuela normal. Y
menos tiene que ver con un empeño necio y terco en promover la abstención sin
sugerir otras alternativas. Es que ya son 23 años ensayando la misma fórmula
que solo ha servido para que una camarilla tan abyecta como la chavista
descubra y se lucre de la próspera industria electoral venezolana. Para absolutamente
nada ha servido que a lo largo de estos años la falsa oposición haya logrado
diputados, gobernadores y alcaldes. Quizás sólo para mantener la ilusión de un
posible cambio por vía electoral que jamás llegará mientras el Estado chavista
controle los hilos del poder.
Hay quienes
justifican la inutilidad y banalidad del voto bajo el régimen chavista con el
argumento de que es mejor hacer algo que quedarse de brazos cruzados. Pero
¿entonces lo que se quiere es hacer algo, cualquier cosa, aunque la evidencia
nos demuestra que está mal hecho? ¿No es eso precisamente lo que hemos hecho a
lo largo de estos 23 años? ¿Acaso no hemos vivido de una ilusión electoral en
otra? ¿Cuándo termina esto? En serio, ¿Para qué votar?.- @humbertotweets
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