La ilusión electoral, que flota en el aire como transparente y frágil pompa de jabón, de vez en cuando se encuentra con la punzante e hiriente realidad que revienta la burbuja, nos baja de la nube bruscamente y nos pone con los pies en la tierra.
En
una Venezuela deprimida y depauperada en lo material y emocional la popularidad
de María Corina Machado es el mejor vehículo para reivindicar a un liderazgo
corrupto y anquilosado como el de la MUD y además, lo más importante, renovar
la fe en el voto bajo las condiciones chavistas como el método idóneo para
salir del régimen. La corrupción del interinato de Juan Guaidó ha quedado
perdonada y justificada con el abrazo de María Corina a Fredy Superlano en aras
de la “causa democrática".
Y el
articulado e impecable discurso de Machado en contra del voto en tiranía, que
fue la causa histórica de su vertiginosa popularidad, ha sido dejado a un lado
para asumir una nueva postura que justifica votar en las peores condiciones que
se hayan visto en estos 25 años.
Acompañada por
un ejército de operadores mediáticos, beneficiarios del fracasado Interinato
que hasta ayer la despreciaban y la ridiculizaban, María Corina Machado es
presentada hoy como la nueva mesías capaz de domar la más testaruda realidad y
hasta cambiar el curso de los ríos. Con esa nueva aura y encarnando su nuevo
rol mesiánico María Corina apela por un hábil slogan para inyectar optimismo a
una sociedad que lejos de ser pesimista lucha por ser realista y no perecer en
el intento. La promesa de María Corina es “llegar hasta el final”, esto es
hasta los confines donde sus predecesores no pudieron o no quisieron llegar.
La promesa es
seductora y ha cautivado a no pocos con el auxilio de una formidable campaña de
medios en redes sociales que sin rubor presenta el intento como una épica
segunda venida de Jesús a la tierra. La ilusión electoral es un fuerte
narcótico que aliena a la sociedad de su propia realidad. El carnaval de
ilusiones ha banalizado la lucha política hasta el punto de intentar hacernos
creer que la transición está a la vuelta de la esquina, donde encontraremos a
un régimen dispuesto a entregar el poder luego de admitir su derrota electoral.
Frente a la
evidencia histórica de estos 25 años que anuncia la madre de todos los fraudes
electorales para este 28 de julio, la única racionalidad que se ofrece es el
simplismo voluntarista de “voto mata fraude”, insinuando que una masiva
votación podría superar e imponerse por encima de las trampas. Esto
literalmente equivale a jugarse a Rosalinda o a la patria entera en un lance de
dados con la esperanza que un golpe de suerte defina el futuro. Se trata de una
apuesta que pone todo su peso en la disposición que tenga el régimen de
anunciar y aceptar unos resultados electorales desfavorables. Es mucho esperar
de quienes han demostrado estar dispuestos a linchar físicamente para seguir en
el poder.
El informe de
la ONG PROVEA en materia de derechos humanos en Venezuela difundido hace unos
días revela la naturaleza de un régimen político muy distinto al que se ofrece
en las pompas del jabón electoral. En un
sentido este reporte hace el papel de la afilada y odiosa astilla que rompe la
burbuja y nos recuerda la realidad. Y esta no es otra que Venezuela hoy es
gobernada por un Estado chavista dispuesto a asesinar y torturar en forma
masiva y sistemática para mantenerse en el poder.
Y si aún
quedan dudas del grado de perversión que puede alcanzar el chavismo el informe
de PROVEA las despeja todas al confirmar que en un periodo de 10 años el Estado
chavista ha perpetrado aproximadamente 10 mil ejecuciones extrajudiciales. Esto
significa que 10 mil venezolanos fueron linchados físicamente por las fuerzas
del estado por razones políticas.
Al tratarse de
ejecuciones por motivos políticos no resulta difícil establecer la cadena de
responsabilidades materiales e intelectuales que van desde los funcionarios que
perpetraron el linchamiento hasta llegar
al Presidente de la Republica, quien habría ordenado esa política “por razones
de Estado”.
Es
una irresponsable ingenuidad decir o siquiera sugerir que un régimen, cuyos
operadores políticos y militares en su mayoría están incursos en delitos contra
las personas según el derecho penal venezolano, va a aceptar una derrota
electoral o a entregar el poder. No hay negociación ni garantías posibles para
persuadir a estos esbirros que dejen el gobierno bajo la promesa de que una
justicia, bien sea transicional o transaccional, sería justa y benevolente con
ellos.
Aferrarse
al poder a sangre y fuego sin duda tiene un costo pero es mucho menor que la
incertidumbre de entregarlo y enfrentar un inevitable ajuste de cuentas,
incluso a la luz de su propia legalidad. Esta es la dramática realidad que se
nos revela. Una que trata de ser disimulada por las falsas apariencias que se
esconden en las burbujas electorales.- @humbertotweets
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