Tanto en la política como en nuestra cotidianidad nos debatimos entre sentimientos de optimismo y pesimismo.
El optimismo lleva a pensar que todo va a salir tal como como esperamos,
en forma óptima e ideal.
Por el contrario, el pesimismo asume
que la situación es difícil, casi imposible de cambiar.
La esperanza de que todo será como
queremos conduce fácilmente al voluntarismo porque a fin de cuentas todo saldrá
bien.
La resignación frente a la adversidad
por su parte paraliza e inmoviliza porque ya todo está perdido.
Para la política, y
en general para la vida ordinaria, el optimismo y el pesimismo son potentes
psicologismos que nos alejan de la realidad y generalmente pueden contribuir a
resultados indeseados.
Esta disquisición
es totalmente pertinente en Venezuela donde ya contamos 25 años tratando de
salir de la era chavista, sin lograrlo aún.
Quienes se presentan
como una presunta oposición al chavismo parecen haber hecho del ciego optimismo
su única tabla de salvación, quizás por aquello de que la esperanza es lo
último que se pierde.
Pero este optimismo
irreflexivo e incondicional vive de saltos espasmódicos, de una elección a
otra, y de esta a la siguiente.
El reciclaje de
promesas y esperanzas de cambio es frenético y no admite espacio para debatir y
hacer un balance de lo que se ha logrado. Es lo menos que se podría hacer
después de 25 años.
El exagerado y
abusivo pesimismo parece siempre empujar en hacer y hacer sin “perder tiempo” en
pensar lo que se hace.
La alternativa
frente a la perniciosa toxicidad del optimismo no es el pesimismo que lleva a
la entrega y la resignación a un destino que supuestamente ya habría sido
determinado.
Frente al optimismo
y al pesimismo que operan como dos caras de una misma falsa moneda solo hay
espacio para el realismo, en este caso para el realismo político uno que tome
como punto de partida la realidad concreta que materialmente se nos presenta y
no nuestras propias concepciones mentales, optimistas o pesimistas.
El fracaso de la
llamada dirigencia opositora en entenderlo y su encasillamiento en la falsa
dicotomía optimismo-pesimismo como única forma de entender la política produce
consecuencias.
Ya más de 8
millones de venezolanos se plantearon la misma cuestión y ya hoy no están en
Venezuela.
¿Cuántos más
estarán cansados de estos 25 años de optimismo?.- @humbertotweets
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