Luego de un
cuarto de siglo de régimen chavista en Venezuela es obligatorio examinar y
estudiar en forma exhaustiva no sólo las estrategias fracasadas de la falsa oposición
sino además el contexto en el cual el chavismo toma el poder y lo retiene en
contra de la voluntad de la mayoría de los venezolanos. No se puede abordar lo
primero sin antes entender y descifrar lo segundo pues el chavismo presenta el
último modelo conocido y exitoso para tomar el poder en Venezuela.
La pertinencia
de este examen debe liberarse desde el comienzo de las fáciles tentaciones de
copiar las estrategias y las tácticas chavistas por el solo hecho de que hayan
funcionado en el pasado. Más bien lo que habría que hacer es analizar por qué
el chavismo usó unas tácticas y no otras y el proceso que condujo a su
elaboración para encontrar las pistas que nos ayuden a articular una tesis
estratégica única y original tal como a ellos les tocó hacer en esa época.
Esta discusión
tiene una eminente actualidad hoy cuando la falsa oposición y su candidata
siguen encerrados en el laberinto de la legalidad chavista, en medio de
negociaciones y elecciones, sin la menor perspectiva de construir una vía que nos
ayude a sacar al chavismo del poder.
Una parte de
la falsa oposición ya se acostumbró a ser oposición. Es la oposición funcional
de la que tanto habla Sánchez Berzain porque su función es legitimar al régimen
y marcha a ritmo que este le imprime entre negociaciones y elecciones. La
dirigencia de esta oposición ya sacó sus cuentas y llegó a la conclusión que no
hay forma de salir del chavismo en el corto plazo por la vía electoral y
entonces apuestan a esperar a que el derrumbe llegue solo inspirados en aquel
mantra político que dice “no hay mal que dure 100 años, ni cuerpo que lo
resista”. Preocupante tesis porque el chavismo ya lleva 25 de 100 y más
desalentador si se mira a una Cuba que lleva 60 de 100.
Hay otro
sector de la falsa oposición que en forma irreflexiva, improvisada e ingenua
simplemente trata de copiar el modelo chavista de asalto al poder quizás
pensando que si funcionó una vez bien podría funcionar dos veces. Este sector
se mueve pendularmente entre la idea de una insurrección cívico militar (tipo 4
de febrero de 1992) y una masiva movilización electoral (tipo diciembre de
1998). He aquí la pertinencia de examinar el contexto en el cual el chavismo
toma por asalto el poder.
Se ha escrito
y documentado en forma abundante sobre los detalles que llevaron al golpe de
estado de febrero de 1992 y el proceso que condujo a la victoria electoral de
Hugo Chávez en diciembre de 1998. Argumentos y detalles que pueden ser
consultados en la bibliografía disponible sobre el tema pero que no vamos a
repetir en los estrictos límites de este artículo. Lo que si consideramos
medular para el análisis es la idea en la cual coinciden epígonos y críticos de
estos eventos en virtud de la cual la vulnerabilidad del régimen de Estado de
partidos es lo que permite el acceso de Hugo Chávez al poder y la instauración
de su régimen político desde 1999.
Un autor
experto en la génesis e historia del chavismo como Alberto Garrido aporta
importantes documentos y análisis propios sobre este proceso sin dejar de
repetir que las debilidades políticas e institucionales del sistema al cual se
enfrentaba Chávez fueron claves para su derrota. Esto es muy importante para
refutar a los espontáneos e improvisados que despachan el tema proponiendo una
rebelión cívico militar como las de antes (Antonio Ledezma en declaraciones a
Patricia Poleo, agosto de 2023) o quienes creen que basta con participar
masivamente en unas elecciones para ganarle al chavismo así como Hugo Chávez lo
hizo en 1998.
Desde el punto
de vista estrictamente militar el 4 de febrero de 1992 fue un fracaso, pero sus
promotores, con la ayuda de algunos medios de comunicación, lo vendieron como
una victoria, aunque nadie salió a apoyar en la calle. Lo grave es que como
resultado de esa campaña mediática los traidores a la patria no fueron
degradados y sentenciados sino convertidos en héroes, recuperando su libertad y
plenos derechos políticos con garantías para seguir actuando dentro del régimen
que trataron de derribar.
Militares
activos en esa época tales como Mario Iván Carratú Molina han explicado con
detalles que todo el proceso conspirativo y el posterior perdón de los
golpistas ocurrieron en conocimiento y con la anuencia de la alta oficialidad
militar y la dirigencia política. En el caso de los militares algunos callaron
lo que sabían y otros fueron cómplices de la conspiración por rivalidades
internas o por un extraño pudor democrático que los arrastraba a defender los
derechos humanos de sus compañeros de armas.
En lo político
hubo un evidente revanchismo en contra del entonces Presidente Carlos Andrés Pérez
orquestado por su propio partido Acción Democrática (¡Que historias debe tener
Ramos Allup de esas reuniones!) y eficientemente aprovechado por Rafael Caldera
quien en su obsesión por ser presidente no dudo ni un minuto en otorgarle
legitimidad histórica a los golpistas, sin reparar que así le clavaba un
puñalada al corazón del mismo régimen que a él le había endiosado.
Con un régimen
político (el Estado de partidos) cuyos operadores estaban dispuestos a destrozarlo
para zanjar sus rivalidades resultaba casi obvio que Hugo Chávez se moviera de
su táctica insurreccional-militar hacia una electoral. En ese terreno Chávez
tuvo todas las garantías, el apoyo mediático que quiso y mucho más para
derrotar a un régimen político que fue incapaz de defenderse a sí mismo y su
propia institucionalidad.
Si Hugo Chávez
se hubiese encontrado con un régimen político que en ejercicio de su
constitucionalidad y legalidad le hubiese juzgado, condenado y degradado este
jamás hubiese podido llegar al poder. Por el contrario Chávez se encontró con
un ejército de colaboracionistas y tránsfugas que cambiaron de bando y le
facilitaron la vía al poder. No solo se le permitió a un traidor a la patria
postularse y ser electo presidente sino que además, por si eso fuera poco, el
estamento político y judicial de la época permitió la violación de la
Constitución vigente de 1961 para facilitarle a Chávez imponer fraudulenta su
propia Constitución (sobre esto la magistrada Cecilia Sosa Gómez también debe
tener historias!).
Se puede
apreciar que el régimen chavista de hoy es muy diferente al Estado de partidos
de ayer. El Estado chavista impone su legalidad a sangre y fuego. Decide
quiénes serán los candidatos, organiza las elecciones, cuenta los votos y
proclama al ganador. Todo esto es legal, Y si alguien está en desacuerdo que
vaya y apele ante el Consejo Nacional Electoral chavista o el Tribunal Supremo
de Justicia Chavista.
Aquí no
funciona tratar de organizar una insurrección militar desde afuera con una
Fuerza Armada organizada y adoctrinada
como chavista y una oficialidad vigilada de mil maneras por el G2 cubano. Esa
no era la situación de las Fuerzas Armadas de la era “democrática” donde Hugo Chávez
y sus compinches discutían libremente sus planes conspirativos con sus
superiores.
Tampoco
funciona la táctica electoral que usó Chávez en 1998 porque este es un sistema
electoral viciado y diseñado a la medida
de las farsas electorales del chavismo. Nada que ver con el CNE de 1998 donde
varios miembros de su directiva estaban envalentonados con la candidatura de Chávez.
Fueron las
debilidades institucionales, jurídicas, políticas, y militares del Estado de partidos las que facilitaron el
asalto del chavismo al poder. Todo lo demás que se pueda decir para explicar
esta situación forma parte del mito de la insurrección popular o el mito de la
avalancha electoral.
Con este
argumento no queremos decir que el régimen chavista es imbatible. No. El
régimen chavista en este momento tiene profundas y graves debilidades sobre
todo en la institución militar, pero se le percibe como fuerte si se le compara
con la falsa oposición que tiene al frente. Algunas lecciones que se pueden
aprovechar del 4 de febrero y el asalto del chavismo al poder son: 1) Hay que
caracterizar al adversario y definir con precisión sus vulnerabilidades para
atacarlo en esos puntos; 2) No se puede caer en el simplismo de hacer algo
porque Chávez lo hizo y le funcionó. Hay que pensar en nuevas estrategias y
nuevas tácticas que respondan a una realidad y una coyuntura que son totalmente
diferentes.
Una cosa es
enfrentar y derrotar al Estado de partidos donde la mayoría de sus facciones
colaboraron con el chavismo y otra muy distinta es confrontar al Estado
chavista siempre dispuesto a usar su pseudo legalidad y la violencia para
atornillarse en el poder.- @humbertotweets
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