Cuando se habla de los Derechos Humanos pareciera aludirse a una invocación universal que de alguna forma puede ser ejercida por una suerte de justicia mundial. No cuestionamos la defensa de la vida y la libertad como valores materiales de los ciudadanos que solo pueden hacerse respetar efectivamente dentro del contexto jurídico y político de un Estado.
Lo
que aquí cuestionamos es la ilusión metafísica de que esos llamados derechos
universales pueden igualmente ser protegidos por una justicia internacional,
llámese esta Corte Internacional de Justicia, Corte Interamericana de los
Derechos Humanos o Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
A
primera vista pareciera que estas entidades supranacionales tienen la fuerza
para defender esos derechos humanos universales y castigar su violación. Y ese
es el mito, porque en la realidad no existe un gobierno o Estado mundial que
respalde esas entidades. El mito de los Derechos Humanos universales es
derivado de otro mito con idéntica racionalidad, el mito del Derecho
Internacional.
No
existe un tal Derecho Internacional que se les aplique extraterritorialmente a
todos los países. Lo que existe es la geopolítica y la dialéctica de unos
Estados enfrentados a otros, que resuelven sus conflictos de intereses mediante
la guerra o la negociación.
Los
Derechos Humanos son una definición más política (geopolítica) que jurídica a
menos que, como en la práctica ha ocurrido, sus ideas lleguen a formar parte de
legislaciones nacionales cuyos tribunales y fuerza pública estarían encargados
de garantizarlos.
En
casos como el de Venezuela la sola invocación de los Derechos Humanos es
redundante porque los delitos que se denuncian son penados por la legislación
nacional. El problema está en que el acusado es el propio Estado venezolano que
ha perpetrado esos delitos en forma sistemática y general a través de sus
subalternos.
En
un Estado con pesos y contrapesos el propio sistema de justicia nacional
estaría en condiciones de aplicar correctivos a esas desviaciones, solo
ajustándose al cumplimiento de la ley vigente. Desgraciadamente no es el caso
de Venezuela donde los delitos contra la vida y la propiedad perpetrados por
funcionarios del Estado quedan sin castigo y se olvidan en la mayor impunidad y
complicidad.
La
impotencia y la frustración ante la ausencia total de justicia en Venezuela es
lo que lleva a mucha gente a poner su fe y esperanza en el mito de los Derechos
Humanos y la justicia internacional. Lamentablemente, como lo explicamos al
comienzo, la activación de esos mecanismos no dependen del derecho sino más
bien de la geopolítica que dadas determinadas circunstancias podría intervenir.
El
otro camino que queda es esperar por la buena voluntad del Estado acusado de
violaciones a los Derechos Humanos para que en un acto estrictamente
voluntario, no coercitivo, de contrición resuelva castigarse a sí mismo. De lo
contrario todo seguirá encapsulado en el engañoso ámbito de la diplomacia y la
geopolítica o sepultado en el olvido.
No
se puede esperar más de lo que hasta ahora han hecho los Comisionados para los
Derechos Humanos (la señora Bachelet antes y el señor Türk ahora) ni el Fiscal
Karim Khan. Su efectividad llega hasta donde el cargo se los permite. Los miles
de casos de venezolanos víctimas de la violencia política que han sido
denunciados ante esas instancias tendrán posibilidades de recibir justicia si
hay un verdadero cambio en la política nacional, más que en los laberínticos
pasillos de la política internacional.- @humbertotweets
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