El régimen chavista atraviesa en estos momentos por su peor crisis. El aparato burocrático militar en el que se apoya el chavismo se está quedando sin recursos suficientes para pagar a sus clientelas. Tampoco el Estado chavista tiene los recursos para pagar sus compromisos administrativos y salariales.
Y
no es por las sanciones simbólicas que los Estados Unidos y otros países le han
impuesto al gobierno de Nicolás Maduro quien a seguido traficando petróleo en
el mercado negro a través de Rusia, China e Irán y recibiendo divisas. Se trata
de la colosal corrupción del chavismo que ha saqueado el tesoro nacional en
estos veinte años al extremo de desmantelar a la propia PDVSA.
Con
una economía destrozada, sin industrias y con un bolívar mega devaluado el
régimen chavista se enfrenta no solo al rechazo popular general sino además al
rechazo de sus propias clientelas, civiles y militares, que viven en la
holgazanería parasitando del Estado.
Poco
importa que los venezolanos rechacen al régimen chavista porque no hay
condiciones ni garantías institucionales para expresar ese rechazo. Además, las
fuerzas militares del régimen, incapaces para defender la soberanía territorial
sobre el Esequibo, son muy efectivas a la hora de someter por las armas a la
población civil.
Lo
que sí importa es el descontento que aumenta en las bases clientelares del
chavismo al recibir cada vez menos bolívares devaluados en pago por su lealtad
al régimen. El chavismo ha intentado campañas de propaganda para darle cierto
sustrato cultural y moral a la relación mercenaria que existe entre el régimen
y sus seguidores. Ese es precisamente el sentido de echarle la culpa de la
debacle económica de Venezuela a las sanciones o de perseguir selectivamente a
unos chavistas corruptos y no a otros.
La
realidad nos está mostrando que hay descontento y resentimiento en las
clientelas chavistas que no les ha quedado otra salida que unirse a otros
venezolanos para reclamar por aumentos de salario, sin renunciar a su filiación
partidista, sin cambiar de bando. Al menos no por ahora.
Pero
es precisamente en este momento en el que la protesta laboral aumenta en forma
exponencial y espontánea, potenciada por el apoyo de chavistas decepcionados,
cuando los Estados Unidos y la falsa oposición venezolana están desesperados en
negociar con el régimen chavista. La política de los Estados Unidos de
regularizar sus relaciones comerciales con Venezuela, Vía Chevron, y la
decisión de la MUD-PU de participar a toda costa en el venidero fraude
electoral del 2024 no se pueden interpretar sino como un salvavidas preciso y
oportuno para un Estado que de otra forma estaría destinado a hundirse.
Por
razones que solo pueden ser explicadas porque convienen a la eutaxia y a la
geopolítica de los EEUU se entiende que este país quiera restablecer sus
relaciones con Nicolás Maduro, aunque retóricamente digan en forma altisonante
todo lo contrario. Aquí aplica
perfectamente la llamada doctrina Maisto cuando refiriéndose a Hugo Chávez
sugería que a este había que juzgarlo por lo que hacía, no por lo que decía. Es
lo que hacen los Estados, no lo que dicen que van a hacer lo que en definitiva
cuenta en política y lo que no hay que perder de vista en la confrontación
aparente entre Washington y Caracas.
Lo
que no se puede entender es que los partidos de la falsa oposición y los
sindicatos que ella controla renuncien a jugar un papel decisivo en la
conducción de la lucha social reivindicativa para mejorar las depauperadas
condiciones de vida de los venezolanos. El eje de la confrontación política con
el régimen en esta coyuntura debe ser el reclamo salarial motorizado por
gremios y sindicatos, no el empeño de aupar unas elecciones primarias
desconectadas de la realidad que se vive y que en definitiva no van a ninguna
parte.
Es
demasiado tarde para plantearse la recuperación de la Confederación de
Trabajadores de Venezuela que perdió credibilidad y liderazgo al ser reducida a
un apéndice burocrático del partido Acción Democrática. Otras centrales
sindicales han corrido suerte similar al comprometer sus siglas con agendas
partidistas o proyectos personales.
Sin
partidos políticos que lo enfrenten y sin un movimiento sindical organizado el
decadente régimen chavista parece encontrar un alivio más que en su propia
fortaleza en la debilidad o ausencia de adversarios verdaderos.
Así parecía
ser hasta mediados del año pasado cuando el hambre y la miseria unió a todos
los venezolanos, a chavistas y no chavistas, para protestar contra el gobierno
de Nicolás Maduro. Pero estos focos de oposición real son aún incipientes y sus
promotores tendrán que adquirir las destrezas y experiencias que les permita
deslastrarse de agendas partidistas y colaboracionistas para estar en
condiciones plenas de liderar una lucha sindical que, al ser una por mejorar
las condiciones de vida de los trabajadores, se asuma en forma inmediata como
una lucha en defensa de todos los venezolanos.- @humbertotweets
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