No se puede simplificar el actual conflicto armado entre Rusia y Ucrania al infantil reduccionismo de buenos y malos donde Rusia representa lo diabólico y Ucrania la desamparada víctima de una agresión. Hacerlo sería opinar desde la ignorancia o dejarse arrastrar por alguna de las corrientes de opinión de moda que fundamentan su racionalidad en los “likes” de redes sociales o en la popularidad. Lo grave es que los funcionarios de estados fundamenten sus decisiones en estas peligrosas simplificaciones pero que en esta coyuntura específica podría alcanzar dimensiones catastróficas a escala mundial.
Alguien
luego de leer a Clausewitz pensó que la profundidad de su pensamiento podría
resumirse en la expresión “La guerra es la continuación de la política por
otros medios.” Esa idea simplificada se ha propagado en el tiempo y
generaciones de políticos, estadistas y diplomáticos han basado su formación y
elaborado políticas en base a ella. Muchos de ellos creyendo que la frase era
suficiente para sustituir el estudio de la obra de Clausewitz. De haberlo hecho
se habrían percatado que lo que Clausewitz realmente escribió fue “La guerra no
es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una
continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros
medios”.
Al
definir la guerra como un instrumento para continuar las relaciones políticas
por otros medios en realidad lo que nos está presentado es la idea de guerra
como una institución que regula las relaciones políticas (diplomáticas) cuando
otros medios han sido insuficientes.
Esta idea por supuesto tiene su propia fuerza en el ámbito de la política
pero entra en colisión con la idea de moral que busca la preservación de la
vida y no su destrucción. De la permanente e inevitable confrontación entre la
política (guerra) y la moral (vida) surge una dialéctica que termina regulando
las relaciones entre los estados.
Al
igual que el pensamiento de Clausewitz ha sido simplificado para reducirlo al
adorno de discursos el actual conflicto entre Rusia y Ucrania se nos presenta
como la confrontación entre el occidente democrático y la Rusia imperialista.
Pero en la medida en que se comienzan a examinar las contradicciones y los
intereses subyacentes en este conflicto se comienza entonces a percibir que
estamos frente a una situación mucho más compleja que no se puede abordar
simplemente condenando a Vladimir Putin, aislando a Rusia o inclusive declarando
la guerra.
Por
ejemplo, un elemento de la mayor importancia es que nunca históricamente ha
existido una nación ucraniana. Ni siquiera los ucranianos invocan ese argumento
en su favor. Y es que Ucrania siempre fue Rusia donde la ciudad de Kiev inclusive
en algún momento fue su capital. Ucrania es una típica fabricación de
burócratas que luego van creciendo como verdaderas criaturas al punto que sus
creadores pierden el control. Ucrania fue creada por una decisión política y
administrativa de Lenin y Stalin para fomentar el nacionalismo local y usarlo
para fortalecer el naciente poder soviético. El régimen soviético incluso pidió
que Ucrania, al igual que Bielorrusia, fuese aceptada en las Naciones Unidas en
una jugada política que buscaba sumar un voto favorable en la Asamblea (de la
ONU) al tiempo que disimulaba una relación de control y vasallaje sobre el
gobierno ucraniano pro soviético.
Con
el desplome de la Unión Soviética Ucrania surge como una realidad geopolítica
en la región al declararse como una república independiente. Justamente una de
las razones que Vladimir Putin argumenta para justificar su avance sobre
Ucrania es que se trata de un desmembramiento del territorio ruso resultado de
un error en la geopolítica soviética que él ahora busca rectificar.
Con
la desaparición de la URSS igualmente fenece el Pacto de Varsovia y la OTAN
como alianza militar para contener al poder soviético pierde sentido. Pero no
podría perder sentido para los operadores de los poderosos complejos
industriales militares que necesitan guerras y conflictos para justificar su
actividad. A pesar de que a la naciente Rusia se le ofreció la desarticulación
de la OTAN y en último caso la no afiliación de nuevos países miembros ubicados
en sus fronteras ocurrió exactamente lo opuesto. La OTAN continuó existiendo
como en los tiempos de la guerra fría e incorporando países vecinos que
invocaban el temor a una invasión rusa. El resultado es un conflicto que sigue
escalando cada hora y que podría alcanzar dimensiones nucleares.
Rusia al igual
que China y los Estados Unidos, reclama su espacio como potencia imperial. Esto
no la convierte en enemiga de la civilización occidental. Los imperios no son
ni buenos ni malos, son realidades de la geopolítica que no se pueden evitar. Y
cuando los estadistas fracasan en sus tareas políticas abren paso a la
institución de la guerra para que resuelva lo que la diplomacia no logró. El
conflicto Rusia-Ucrania parece ir en esa dirección en una escalada de sanciones
que internacionales que no buscan resolverlo sino más bien el objetivo ulterior
de aislar a Rusia y hasta lograr su desmembramiento.
¿Le conviene a
los estados de partido occidentales (llamadas democracias) entenderse con el
régimen autoritario de Vladimir Putin que puede controlar y coordinar una
extensa porción de territorio y administrar políticamente sus capacidades
nucleares o por el contrario conviene entenderse con 20 pequeñas repúblicas
cuyas políticas son tan impredecibles e inestables que podrían terminar en un
fortalecimiento de tendencias nazistas? Esta es una pregunta donde el choque
entre la política y la moral es inevitable, pero que estamos obligados a
formular.- @humbertotweets
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