Cualquier escenario para el desenlace de la crisis política
venezolana que no incluya a las FANB es inexacto y conduciría a estrategias
equivocadas. La mayoría del pueblo en la calle expresa diariamente su rechazo y
frustración con el gobierno. Algunos elementos de las fuerzas militares han
expresado, en forma aislada, idéntico descontento. Pero ese rechazo no parece
ser suficiente para remover por mecanismos institucionales a un gobierno que
arrastra a todo el país a la debacle.
No es posible encontrar una solución a la crisis política
que vive Venezuela por la vía del diálogo con el gobierno, o por la vía de las
elecciones, porque el secuestro de los poderes públicos hace totalmente inefectivo
el ejercicio del Estado de derecho. Las garantías políticas, sociales y
económicas consagradas en la Constitución están suspendidas de facto en la
práctica.
Pero el nodo central de poder que le permite a la camarilla
gobernante imponerse sobre el resto de la sociedad es el apoyo que hasta ahora
ha recibido de las FANB. El respaldo militar a un régimen que promueve la ruina
y el caos en el país, es la única razón por la cual los métodos institucionales
y democráticos se estrellan con el infame muro de la represión.
Pero como lo analizamos la semana pasada, hay un descontento
creciente en las FANB, y su apoyo al gobierno comienza a diluirse en la lucha
de facciones que representan los más variados intereses y feudos chavistas en
pugna. Hasta ahora, esta confrontación entre facciones es lo que le ha
permitido a la minoría más grande que apoya al régimen asegurar una posición de
influencia.
Las facciones chavistas que se pelean por el control de las
FANB no solo se miran con recelo entre ellas, sino que además tampoco confían
en el liderazgo opositor. Esto levanta todo tipo de dudas y reservas sobre lo
que sería su posición y comportamiento en el caso de una eventual transición
política a un modelo distinto del actual.
La realidad es que, dado el deterioro de la
institucionalidad en Venezuela, cualquier proceso de cambio político debe pasar
por los densos e intrincados filtros de los grupos que coexisten hoy en las
FANB. En otras palabras, sin la aquiescencia de una mayoría en las FANB, ese
cambio político es virtualmente imposible. Su participación será necesaria, no
solo en el proceso de transición, sino en una etapa posterior para recuperar
estabilidad política y gobernabilidad. Más allá de lo que digan las leyes y lo
que establezca la Constitución, esa es una verdad nauseabunda pero inocultable.
Además de las tareas propias para recuperar el terreno
perdido en el episodio del diálogo, el liderazgo opositor debe enviar señales
claras a las diferentes facciones militares sobre lo que implicaría un cambio
de modelo político y económico. En particular —y este es un tema de especial
interés para las FANB— cómo haría un nuevo gobierno encabezado por la oposición
para recuperar el orden y superar el caos y la anarquía.
Hay un tabú en torno a la comunicación entre la oposición y
las FANB. El mismo gobierno, consciente de sus debilidades, se ha esmerado en
impedir todo tipo de contacto institucional para mantener aislado al estamento
militar. Cualquier intento de acercamiento es inmediatamente calificado de
intento de golpe de Estado.
Más que un llamado a la insubordinación, la oposición debe
hacer un llamado claro y contundente a las FANB para que renueven su compromiso
institucional y defiendan la Constitución Nacional de cualquier intento de
ultraje, como una vía expedita para superar el caos y la anarquía.
Con sus vicios, sus errores, su alto grado de partidización
y sus aciertos —que los tienen— las FANB
son un factor que no se puede ignorar en la ecuación del poder en Venezuela.
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