La confianza que el pueblo le dio a
Chávez a principios de su gobierno se transformó en un infinito cheque en
blanco para amparar el saqueo más brutal que haya conocido la república.
Desde un comienzo el régimen
chavista se liberó de todo tipo de controles y contrapesos aun de poderes que
en ese momento controlaba como el legislativo. El otorgamiento reiterado de
poderes extraordinarios al Presidente para legislar y la ausencia de una efectiva
actividad contralora degeneró en la corrupción sistémica del régimen.
Hoy la práctica corrupta de
beneficiarse de los bienes públicos es común y generalizada que ha adquirido
los niveles inconfundibles de saqueo. Se ve en la esfera civil y militar del
gobierno. En todos los niveles y sectores. El robo de dinero y bienes públicos
se ha convertido en el porte e insignia del chavismo oficialista.
Unos lo hacen ante la certeza de que
el régimen puede caer en cualquier momento. Para estos chavistas la consigna es
“raspar la olla.” Que no quede nada porque mañana no habrá otra oportunidad
para robar.
Otros están más convencidos que el
régimen nunca caerá. Y ante la certeza de que la impunidad les acompañará por
toda la vida se sienten seguros que sus pillerías jamás serán juzgadas.
En ambos casos estos chavistas
oficialistas y corruptos son la gangrena ética que rápidamente corroe las bases
del propio régimen. Son los funcionarios del SAIME que se roban los pasaportes
o los directivos de los CLAP que se roban la comida. El 90% de los operadores
que trabajan al servicio del régimen lo hacen desde una posición de
mercenarios. Allí no hay ideología, ni proyecto, ni revolucion. Lo que hay es
simplemente sentido pragmático de la oportunidad.
Estos mercenarios que hoy roban y
ocupan diferentes posiciones en la estructura del régimen serán los primeros
colaboradores de un eventual nuevo gobierno, cuando haya cambio de gobierno.
Esos son los que sin ninguna crisis de conciencia saldrán de primero a socorrer a la nueva
burocracia con ayuda e información.
Esa fragilidad ética que caracteriza
al chavismo oficialista y corrupto es uno de los más dramáticos síntomas de la
decadencia de este régimen. Esa debilidad se mostrará en su exacta dimensión
cuando las fuerzas democráticas superen sus propias contradicciones y comiencen
a golpear en forma contundente el corazón mismo del régimen que agoniza.
La decadencia moral y la bancarrota
ética en que el régimen chavista ha dejado a la república abre un espacio para
ondear con vigor las banderas de la honestidad y la probidad que deben ser
asumidas por la oposición. O por lo menos por una oposición que quiera
diferenciarse radicalmente del chavismo gobernante.
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