El limbo es esa dimensión donde todo está en suspenso.
No es el cielo ni el infierno.
No es ni una cosa ni otra.
Allí, en ese estado de suspenso e indefinición, quedaron el revocatorio, las elecciones de gobernadores y la liberación de los presos políticos, por solo citar algunos de los reclamos de la oposición venezolana.
Esta pausa o tregua política, como prefieren llamarla algunos, tiene sentido en la medida que signifique un replanteo del estado del conflicto para lograr salidas que beneficien a la sociedad en su conjunto.
Sin embargo, todo parece indicar que poner los reclamos más urgentes del país en suspenso sólo busca congelar la protesta y darle al régimen un precioso tiempo sin el cual estaría irremediablemente perdido.
El limbo es una dimensión muy peligrosa y engañosa para la oposición.
Es un estado etéreo donde se pierde la noción del tiempo y el espacio.
La oposición dio un plazo de 10 días al gobierno para ver los resultados de la negociación.
Pero 10 días en el limbo puede ser una eternidad o un suspiro.
En esa dimensión pueden quedar atrapadas las oportunidades para un cambio político.
Sin que nos demos cuenta.
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