Los negociadores del gobierno y la MUD en el proceso de diálogo tienen que lidiar con numerosas presiones internas y externas.
Tratar de negociar con una dictadura que está en fase terminal y se resiste a morir es muy complejo.
Los chilenos saben de eso.
Aquí se logró mover algo con la presencia del vaticano en la mesa.
Pero el costo político para la oposición parece más elevado que el que paga el régimen moribundo.
La gloriosa oposición que movilizó más de un millón de personas a la calle en septiembre hoy parece perder la confianza de millones también.
El gobierno no puede perder más en términos de credibilidad y confianza porque ya lo perdió todo.
Mientras los negociadores tratan de encontrar un espacio donde puedan funcionar las tesis del gobierno y a oposicion el tiempo pasa y desespera.
Cada hora en la mesa de negociaciones parece un año.
Debe ser agotador.
Pero en la calle cada hora se siente como una eternidad.
Un sufrimiento de nunca acabar mientras los negociadores hacen su trabajo.
Bien por aquellos que aún creen que al final se sacará algo positivo de ese diálogo.
Ojala.
Muy mal para quienes enfrentan la pesadilla diaria de un país en ruinas.
Para ellos una solución negociada en tiempos bíblicos no resuelve nada.
La MUD debe replantear los términos y las expectativas del diálogo.
Porque la crisis no se está desarrollando en tiempos bíblicos, sino en tiempo real.
Si no que se asomen a la ventana.
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