lunes, 3 de marzo de 2025

Trump le ofrece zanahoria y garrote al chavismo

            La estrategia de Donald Trump hacia el régimen de Nicolás Maduro no parece orientarse exclusivamente a su derrocamiento, sino más bien a la aplicación de una política de presión y negociación, con incentivos y castigos, para forzar reformas que atenúen la crisis venezolana y, en consecuencia, reduzcan la migración hacia Estados Unidos.

La reciente negociación liderada por Richard Grenell para la liberación de ciudadanos norteamericanos cautivos en Venezuela y la posterior suspensión de la licencia 41, que permitía a Chevron operar en el país, son ejemplos clave de esta estrategia. A diferencia de la administración de Joe Biden, que había otorgado concesiones al chavismo sin condiciones estrictas, el enfoque de Trump se basa en la reciprocidad y la verificación de compromisos mutuos.

La suspensión de la licencia 41 debe entenderse como un "reseteo" de las relaciones bilaterales. En lugar de continuar permitiendo a Chevron explotar petróleo venezolano sin garantías claras de cambios políticos o económicos, la administración de Trump está reconfigurando las negociaciones. Este ajuste busca que el chavismo realice concesiones concretas, tales como medidas para controlar el narcotráfico, la suspensión de relaciones con grupos irregulares y una política menos alineada con los intereses geopolíticos de China.

De acuerdo con el politólogo y experto en geopolítica Walter Russell Mead, "las sanciones y la diplomacia coercitiva deben ir acompañadas de una vía de salida creíble para el régimen, o de lo contrario solo fortalecen a los actores más radicales". Este principio parece guiar la estrategia de Trump, que ofrece una alternativa al chavismo para tenerlo controlado sin comprometer los intereses de EE.UU.

Un aspecto distintivo de esta estrategia es su independencia respecto a la oposición venezolana. A diferencia de anteriores políticas que buscaban el respaldo y la coordinación con figuras opositoras, la estrategia de Trump pone el foco en la relación directa con el régimen de Maduro. Esto responde a un análisis pragmático: la oposición venezolana está fracturada y carece de una estructura cohesionada que garantice una transición efectiva.

En este contexto, la administración de Trump no busca un cambio de régimen inmediato, sino una serie de acuerdos que aseguren que Venezuela deje de ser un factor de desestabilización regional y una fuente de presión migratoria sobre EE.UU. Si Maduro cumple con estos acuerdos y evita alinearse con actores hostiles a Washington, podría haber una distensión cautelosa que ni mejore ni empeore su situación interna, pero que garantice los intereses de los EE.UU.

El desenlace de esta política dependerá de la reacción del chavismo. Los próximos seis meses serán clave, especialmente mientras Chevron desmonta sus operaciones en Venezuela. Si Maduro no muestra voluntad de negociar en términos favorables a EE.UU., es probable que la administración de Trump refuerce su presión con sanciones más estrictas y una diplomacia más agresiva.

La estrategia de Trump hacia Venezuela es una combinación de presión y pragmatismo, sin una intención inmediata de derrocar a Maduro, pero con el objetivo de forzar cambios que beneficien a EE.UU. y reduzcan la crisis migratoria. La clave de su éxito radicará en la capacidad del chavismo para adaptarse a estas nuevas reglas del juego y en la disposición de Washington para mantener una postura firme y calculada.

Por supuesto, sobra decir que el éxito de esta política no significa necesariamente el éxito de las fuerzas que en Venezuela luchan contra el fascismo chavista del siglo XXI.- @humbertotweets

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