La estrategia de Donald Trump hacia el régimen de Nicolás Maduro no parece orientarse exclusivamente a su derrocamiento, sino más bien a la aplicación de una política de presión y negociación, con incentivos y castigos, para forzar reformas que atenúen la crisis venezolana y, en consecuencia, reduzcan la migración hacia Estados Unidos.
La reciente negociación liderada por Richard Grenell para la
liberación de ciudadanos norteamericanos cautivos en Venezuela y la posterior
suspensión de la licencia 41, que permitía a Chevron operar en el país, son
ejemplos clave de esta estrategia. A diferencia de la administración de Joe
Biden, que había otorgado concesiones al chavismo sin condiciones estrictas, el
enfoque de Trump se basa en la reciprocidad y la verificación de compromisos
mutuos.
La suspensión de la licencia 41 debe entenderse como un
"reseteo" de las relaciones bilaterales. En lugar de continuar
permitiendo a Chevron explotar petróleo venezolano sin garantías claras de
cambios políticos o económicos, la administración de Trump está reconfigurando
las negociaciones. Este ajuste busca que el chavismo realice concesiones
concretas, tales como medidas para controlar el narcotráfico, la suspensión de
relaciones con grupos irregulares y una política menos alineada con los
intereses geopolíticos de China.
De acuerdo con el politólogo y experto en geopolítica Walter Russell
Mead, "las sanciones y la diplomacia coercitiva deben ir acompañadas de
una vía de salida creíble para el régimen, o de lo contrario solo fortalecen a
los actores más radicales". Este principio parece guiar la estrategia de
Trump, que ofrece una alternativa al chavismo para tenerlo controlado sin
comprometer los intereses de EE.UU.
Un aspecto distintivo de esta estrategia es su independencia respecto
a la oposición venezolana. A diferencia de anteriores políticas que buscaban el
respaldo y la coordinación con figuras opositoras, la estrategia de Trump pone
el foco en la relación directa con el régimen de Maduro. Esto responde a un
análisis pragmático: la oposición venezolana está fracturada y carece de una
estructura cohesionada que garantice una transición efectiva.
En este contexto, la administración de Trump no busca un cambio de
régimen inmediato, sino una serie de acuerdos que aseguren que Venezuela deje
de ser un factor de desestabilización regional y una fuente de presión
migratoria sobre EE.UU. Si Maduro cumple con estos acuerdos y evita alinearse
con actores hostiles a Washington, podría haber una distensión cautelosa que ni
mejore ni empeore su situación interna, pero que garantice los intereses de los
EE.UU.
El desenlace de esta política dependerá de la reacción del chavismo.
Los próximos seis meses serán clave, especialmente mientras Chevron desmonta
sus operaciones en Venezuela. Si Maduro no muestra voluntad de negociar en
términos favorables a EE.UU., es probable que la administración de Trump
refuerce su presión con sanciones más estrictas y una diplomacia más agresiva.
La estrategia de Trump hacia Venezuela es una combinación de presión
y pragmatismo, sin una intención inmediata de derrocar a Maduro, pero con el
objetivo de forzar cambios que beneficien a EE.UU. y reduzcan la crisis
migratoria. La clave de su éxito radicará en la capacidad del chavismo para
adaptarse a estas nuevas reglas del juego y en la disposición de Washington
para mantener una postura firme y calculada.
Por supuesto, sobra decir que el éxito de esta política no significa
necesariamente el éxito de las fuerzas que en Venezuela luchan contra el
fascismo chavista del siglo XXI.- @humbertotweets
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