En Venezuela hay una cierta dirigencia política que se atribuye la condición y se autodenomina “la oposición”. Esta pretensión es inexacta y engañosa porque asume de entrada que solo existe una sola oposición.
Estos partidos
que se hacen llamar “la oposición” cuentan con recursos y difusores para
propagar sus posiciones políticas. También cuentan con un respaldo importante
de países que les permite presentarse como los únicos opositores autorizados en
los foros internacionales.
Pero quizás la
cualidad más importante de esta oposición es que cuenta con el reconocimiento y
la validación pública y notoria por parte del gobierno chavista. Esto les
permite participar dentro de los mecanismos electorales que el chavismo les
ofrece y obtener diputados, concejales, alcaldes y gobernadores.
En este punto
habría que precisar que la distinción entre alacranes y no alacranes es
igualmente falsa porque ambos grupos de opositores participan de las bondades
que el régimen les ofrece y cada uno hace sus propias negociaciones con el
oficialismo. Y ultimadamente ¿qué es lo que diferencia a alacranes y no
alacranes si ambos quieren exactamente lo mismo?
Esta oposición
siempre ha embarcado a los venezolanos en estrategias equivocadas y fallidas. A
pesar del zigzagueo y el coqueteo con la abstención oportunista y aventuras
golpistas improvisadas esa “oposición” ha sido constante en su empeño por
regresar siempre a la fórmula electoral.
Pero la vía
electoral no puede funcionar mientras no existan garantías y condiciones
institucionales para que los ciudadanos expresen su decisión y esta tenga algún
valor. Este es un aspecto fundamental de la realidad que esa oposición prefiere
saltarse e ignorar. Entonces el discurso para justificar participar en unas
elecciones sin garantías queda plagado de voluntarismo e invocaciones
metafísicas desconectadas de la realidad.
Antes de
lanzarse nuevamente por la vía electoral incierta lo menos que ha debido hacer
esa oposición es rendirle cuentas al país que dice representar sobre sus
estrategias fracasadas. Sin embargo, el interés en participar de los beneficios
del próspero negocio electoral es mucho más potente y termina imponiéndose.
La Primaria
para escoger un candidato que se enfrente a Nicolás Maduro en condiciones
electorales difusas y obscuras es presentada como la única opción política del
momento. Poco importa que ni la fecha se conozca o el balance político de ir a
elecciones a votar por votar. Esa oposición de una u otra manera insiste en
imponer su visión equivocada al resto del país.
El chavismo
por su parte ha hecho todo lo posible no tanto para perturbar esa elección
primaria como para asegurarse que el resultado de ese proceso le beneficie.
Toda la trama de inhabilitaciones e interferencias en la Primaria lo que en
realidad busca es pavimentar la vía a un opositor que sea más complaciente que
los demás para quien el régimen no ha ocultado sus simpatías.
A pesar de lo
que diga esa oposición falaz y constatando la abierta intervención del chavismo
en la selección de ese candidato opositor, la Primaria parece enfrentar un
obstáculo mucho más poderoso. Y no es el gobierno. Es más bien la cadena
interminable de estrategias fallidas desde 1999 para sacar al chavismo del
poder que ha propagado en los venezolanos un sentimiento de justificada
desconfianza hacia esos opositores.
La
desconfianza en quienes siguen improvisando se traduce en un rechazo a
participar en un proceso electoral cuyo resultado se puede fácilmente anticipar
mientras lo fundamental en la política venezolana no cambie.
Los únicos
animados a participar de ese cotillón electoral son aquellos vinculados directa
o indirectamente a los partidos. La mayoría de los venezolanos, azotados por el
peor régimen en la historia política del país y sin opciones ciertas, prefiere
abstenerse o irse.- @humbertotweets
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