La
forma edulcorada y políticamente correcta para describir la crisis venezolana
quedó rebasada por la realidad. El discurso político tanto del gobierno como de
la MUD está totalmente desconectado del drama que se sufre en la calle. A esto
hay que agregar el aporte de sospechosos analistas que con sus piezas de
propaganda lejos de analizar la tragedia venezolana la cubren con un viscoso
manto de falsas ilusiones y esperanza.
Ya
es habitual para los voceros del régimen negar sin rubor los problemas en
Venezuela y sus dramáticas consecuencias como si al hacerlo estos desaparecen
automáticamente. El cinismo de Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y otros llega
al punto de afirmar que el salario mínimo de un obrero venezolano supera los 17
mil dólares, mientras la gente, literalmente, pasa hambre. O afirmar que la
escasez de comida y medicinas es culpa de la derecha y no de las mafias civiles
y militares que exportan bienes comprados a dólares preferenciales.
La
negación sistemática de la realidad de miseria y pobreza que impera en
Venezuela ha llevado al régimen a engañarse a sí mismo hasta convencerse que la revolución está en su mejor momento.
A
su vez la contraparte institucional del régimen, la MUD, mantiene una retórica frívola y demagógica
como si viviésemos en una campaña electoral eterna. En síntesis el mensaje de
la MUD es que estamos frente a un mal gobierno y la solución de los problemas vendría
con un cambio de presidente. La MUD parece ignorar en forma deliberada que el
daño estructural que el chavismo le ha hecho a la república requiere algo más
que un hombre nuevo en la presidencia.
Algunos
supuestos analistas y generadores de opinión también participan endosando una u
otra corriente con análisis simplistas y maniqueos de la situación. En ambos
casos parece existir una conspiración en buena parte de la clase política
venezolana y su elite intelectual para mantener el status de esa falsa
confrontación régimen-MUD. El socorrido argumento que es avalado por ambas
facciones del sistema apunta a que solo por vía de la participación electoral
en un sistema secuestrado por el régimen será posible salir de esta pesadilla.
Este
discurso político busca de alguna forma anestesiar a la sociedad con ilusiones
electorales para desmovilizar la protesta en la calle que históricamente ha
sido la expresión más exitosa de la lucha política. Todo esto para luego entrar
en un ciclo perverso que se repite y parece nunca acabar. Después de la
influencia lisérgica de la campaña electoral viene el inevitable período de
abatimiento y depresión al conocer los resultados que, una vez mas, le dan el triunfo al
régimen. Luego vienen más análisis, más negociaciones y así hasta completar
otro periodo hasta las elecciones siguientes.
Hasta
ahora esta había sido la danza macabra del chavismo y sus colaboradores en
estos 18 años. Pero la nueva realidad social ha probado ser mucho más potente
que el desdén de la clase política y la elite intelectual. En Venezuela las
crecientes carencias y precariedades no respetan ideología. Muy al margen de la
narrativa oficialista y enajenada del régimen y la MUD, el hambre y la muerte
dejaron de ser metáforas que describen tragedias para convertirse en realidades
objetivadas de la pesadilla diaria de millones de venezolanos.
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