Los días que siguieron al 16 de julio fueron de dramática
agonía para los venezolanos. La dirigencia de la MUD comenzaba a lanzar sus
globos de ensayo antes de la elección constituyente, para “preparar” a su
audiencia frente a una lastimosa secuencia de saltos acrobáticos y piruetas
políticas, justificados con “jugar ajedrez en varios tableros” y “no dejarle
espacios al régimen”. En otras palabras, un cambio radical en la estrategia de
la oposición y una traición a lo aprobado por millones de ciudadanos en la consulta
popular (renovación de poderes públicos y la conformación de un gobierno de
unidad nacional).
Pero sería el 30 de julio, no el 16, cuando se iniciaría una
nueva fase de lucha contra la dictadura, una vez conocidos los resultados del
fraude Constituyente. A nadie, ni siquiera a los medios de comunicación, le
interesaba saber quiénes habían sido electos. Eso en verdad era irrelevante. La
noticia que reclamaba confirmación es que efectivamente, tal como tantas veces
el gobierno lo había anunciado, la constituyente oficialista había sido electa
contra más del 80% del país. Esto significa que el régimen seguía avanzando en
su proyecto de estructurar un estado totalitario de nuevo tipo, soportado por
las fuerzas militares y, ahora, con una oposición controlada.
Frente a esta nueva realidad, la MUD adoptó una nueva
política que expresa su nueva estrategia de supervivencia: La cohabitación con
el régimen. Sin ni siquiera convocarse para un análisis de la coyuntura o
rendir cuentas de su actuación pivotaron sin pestañear a la jugada siguiente. Pretendiendo
dominar las oscuras artes de los “zorros políticos”, anunciaron que por
consenso habían decidido ir a unas elecciones regionales de las cuales tan solo
unas semanas simulaban rechazar.
La nueva política de cohabitación con el régimen ha
producido una división de hecho de la oposición venezolana. Ya no habrá más
unidad hipócrita en torno a las agendas particulares de cada partido de la MUD.
De ahora en adelante habrá una oposición oficialista, controlada por el régimen
y con carta de buena conducta como generosamente lo ofreció Diosdado Cabello. Y
la otra oposición, la que gobierno y MUD coinciden en llamar “radical”, pero que
pondrá los presos y los muertos en las faenas que vienen.
La MUD cree que siendo dócil y complaciente con el régimen
logrará sobrevivir y pasar agachada durante estos años, hasta que el colapso
económico logre lo que ellos políticamente no pudieron. Al menos eso espera.
Pero esa apuesta por pelear “dentro del sistema” tiene muchos riesgos. Y uno de
ellos es la incertidumbre de no saber si el régimen cumplirá su palabra y no
los eliminará cuando llegue el momento. La MUD prefiere aferrarse a esa ficción
antes que recordar las innumerables ocasiones en las cuales el gobierno
prometió, engañó y no les cumplió.
Pero además, para satisfacer al régimen, la MUD tendrá que
tragar grueso, asumiendo que eso sea una incomodidad moral para ellos. Una vez
que los partidos de la alianza electoral comunicaron oficialmente su intención
de participar en las regionales, el gobierno no tardó en responder como corresponde a una dictadura:
1) Le prohíbe a la MUD participar en 7 estados; 2) Adelanta las regionales para
Octubre, y así le impide a la MUD hacer primarias; 3) Saca al rector Rondón
temporalmente del CNE para luego reincorporarlo en condiciones de absoluta sumisión;
y 4) Separan las elecciones de gobernadores de la de los Consejos Legislativos
regionales, para compensar el poder que perderán en algunos estados que le
reconocerán a la “oposición”.
No digamos que por dignidad, porque esto es un asunto entre
políticos. Pero por elemental pragmatismo, la MUD ha podido condicionar su
participación a una reestructuración del CNE donde haya equilibrio y al menos
al respeto de la ley electoral vigente. Pero ya los afiches salían de la
imprenta y la campaña de los aspirantes a gobernadores rodaba por las redes
sociales.
Esto significa que la MUD no solo aceptó las condiciones de
fraude para las regionales de Octubre. Igualmente esta alianza electoral
aceptará cualquier migaja que el régimen le tire y la exhibirá orgullosamente como
“una victoria histórica contra el fraude del gobierno, y prueba que la única vía
para sacarlos es la electoral”; no sin antes propinarle una buena dosis de
chantaje emocional al pueblo opositor, a quien soterradamente culparán de la
derrota por no haber sido partícipe del engaño de la MUD.
Los gobernadores de la oposición que sean aceptados por el
régimen serán minusválidos políticamente. Estarán sometidos a la tutela de los
Generales de las ZODI donde realmente estará el poder. Tendrán que resignarse,
guardar silencio ante estos militares o soportar los mismos empujones que el
infame coronel Lugo le propinó al presidente de la Asamblea Nacional, Julio
Borges. Y quienes se atrevan a levantar la voz o encabezar una protesta contra
el gobierno, ya sabe que le espera la cárcel sin retorno. Y tampoco habrá poder
que los defienda. Menos, por supuesto, una Asamblea Nacional, que para
complacer al régimen — bien temprano, en el 2016— renunció a su poder soberano
y fue incapaz de defender la integridad de sus dos terceras partes.
La cohabitación política entre el gobierno y la MUD
representa únicamente los intereses de una oligarquía de partidos de izquierda
y de derecha. Allí no están representados los intereses de los ciudadanos. A
esa oligarquía hay que combatirla con la misma intensidad que a cualquier otra
tiranía.
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