Los
procesos sociales tienen coyunturas desencadenantes que liberan tendencias que
solo se pueden apreciar con el paso del tiempo. La crisis política que hoy vive
Venezuela es un proceso que se inició en los años 90 con el colapso de la
democracia de partidos y su incapacidad para lograr sus fines establecidos en
la Constitución de 1961. La miseria y la corrupción, nada comparable con los
niveles actuales, puso en jaque a un sistema político descrito poéticamente en
la Carta Magna pero incapaz de defenderse a sí mismo de los peligros del
caudillismo y el autoritarismo.
La
acumulación de la desesperanza en los ciudadanos y las contradicciones entre
los diferentes grupos económicos y políticos fueron hábilmente manipuladas por
Hugo Chávez para lograr apoyos de la extrema izquierda, la extrema derecha y
todo lo que había entre ambos extremo para ganar las elecciones de 1998. Sin
embargo ya Chávez sabía que esa sería su única oportunidad para lograr el poder
en unas elecciones libres. De allí en adelante solo cambiando la forma del
estado y las reglas del juego político él y su camarilla podrían mantener el
poder.
La
Constituyente de 1999 fue ofrecida como la panacea de la revolución bolivariana
para resolver todos los problemas del momento. Cabalgando aún sobre la onda
expansiva de su triunfo electoral 6 meses atrás Chávez ejecuta su segundo golpe
de estado, esta vez a plena luz del día y con apoyo popular. La convocatoria de
la Asamblea Constituyente de 1999 fue tan fraudulenta como la del 2017, su
elección se celebró en desacato a la Constitución vigente de 1961 y con la
traición infame de la Corte Suprema de Justicia y la elite política del
momento, incapaces de ponerle un freno al temprano autoritarismo de Chávez.
Desde
1999 se inició un proceso de desmantelamiento progresivo del estado democrático
de derecho al debilitar todos los contra pesos institucionales y concentrar
todo el poder en manos del partido único de gobierno y más específicamente en
manos de su dueño de turno. El colapso del sistema de administración de
justicia, el descrédito del poder electoral y la degradación de la función de
las Fuerzas Armadas son solo algunos de los elementos de esta profunda crisis
política. A esto hay que agregar la progresiva incapacidad del estado
venezolano para cumplir con sus fines más elementales tales como asegurar la
vida y la seguridad de sus ciudadanos.
Incapaz
de aceptar la nueva realidad política donde ha perdido todo apoyo popular el
régimen no tuvo otra salida que volver a apostar por la fórmula ya usada por
Chávez en 1999 de cambiar las reglas del juego político para mantener el poder.
El costo de esta burda maniobra será muy alto para el país. La confrontación
entre civiles y militares dejará más muertos y heridos que en la última guerra
federal. Pero este parece ser un costo aceptable para el régimen. La ex Canciller Delcy Rodríguez sentenció sin
piedad: “Si tenemos que morir de hambre, moriremos.” En realidad se refería a
los millones de venezolanos que el régimen está dispuesto a masacrar de varias
maneras para seguir en el poder. En otras palabras, el régimen chavista está
dispuesto a destruir al país, sus instituciones y ciudadanos si ese es el
precio de seguir en el poder.
La
necedad del gobierno se estrellará con la firme resolución de millones de venezolanos
dispuestos a rebelarse contra una Constituyente fraudulenta y un adefesio
jurídico como su producto espurio. El régimen no logrará imponer su
constitución, sus símbolos y sus antivalores al resto de la sociedad. Habrá
lucha y resistencia. Pero en el intento de hacerlo arrasará con buen parte del
país dejando al final un legado de ruina, escombros y, posiblemente, la
disolución de la República de Venezuela tal como la conocíamos hasta ahora. @humbertotweets