Pareciera que el régimen logrará
imponer, a sangre y fuego, su Constituyente el 30 de julio. Hasta ahora, el
respaldo ciego y suicida de los militares ha sido clave para aplicar una
fórmula que no tiene ningún apoyo popular. La asimetría de esta confrontación
también parece potenciada por dramáticos errores que ha cometido la oposición
electoral, incapaz de formar un frente amplio de lucha que vaya más allá de los
partidos que la conforman y logre derrocar la dictadura.
Pero que el gobierno consiga imponer
su fraude Constituyente no significa necesariamente una victoria para el
régimen y una derrota para las fuerzas opositoras. Este evento será una
instancia decisiva — más no definitoria— en la lucha contra la tiranía. La
crisis ahora será más aguda. Por una parte, el gobierno se desprenderá de
algunas limitaciones y formalismos para desarrollar su modelo despótico en
medio del caos. Es lo que de hecho ya está ocurriendo, pero ahora será una
dictadura refrendada por un poder constituyente viciado y sin ningún tipo de
limitaciones políticas o jurídicas.
Por otra parte, la oposición al
régimen no aceptará la dictadura de la minoría, aunque esté bautizada por un
adefesio constitucional. Desde el punto de vista de la confrontación política y
militar, la lucha será continuada, pero ahora en un escenario de mayor caos e
incertidumbre.
Más por miopía que por estrategia,
el régimen se abrazó a la tesis del caos social como una vía para lograr su
salvación. Desde el alto gobierno se alientan políticas y decisiones que contribuyen
al colapso del mismo Estado chavista y sus instituciones. Este deterioro viene
con un alto precio que se multiplicará justamente cuando la Constituyente
comience a funcionar y a operar como un Estado colectivo dentro del Estado.
Nada de lo que decida esa Constituyente será acatado por el 80% de los
venezolanos. Y aunque el régimen controle las estructuras represivas, no podrá
someter por la vía de las armas al resto de la sociedad.
Entonces, ¿qué viene? Salvo que
exista una fuerza política o militar que lo impida, lo que viene es el colapso
inevitable del modelo de Estado chavista, incapaz de hacer otra cosa para
sostenerse que no sea el uso de la violencia. Lo que viene es una situación
donde la mayoría de los ciudadanos actuarán en rebeldía y no aceptarán un Estado
y leyes que considera absolutamente ilegales e ilegítimos.
La ausencia de árbitros confiables
tales como un poder electoral, o un poder judicial independientes, o de una
fuerza armada profesional, deja al país a la deriva y a merced de la
eventualidad. En estas condiciones, es poco menos que ingenuo hablar de una
transición de un modelo de Estado que está en vías de extinción a otro que
tampoco existe.
Es previsible que la situación
económica va a empeorar, y también se sumarán otros factores de tipo social y
político, los cuales harán totalmente inviable el modelo comunista y
totalitario que trata de agenciar la constituyente de Maduro.
Para la oposición, en su sentido más
amplio, es un doble reto. Por una parte, trata de luchar contra un régimen
tirano y, al mismo tiempo, intenta detener el proceso acelerado de disolución
de la república. Desde enero del 2016, la oposición — liderada por la MUD— ha
podido hacer mucho por ambas causas. Lamentablemente, el tiempo y los esfuerzos
se diluyeron en marchas, contramarchas, temores y retórica, que le impidieron a
la Asamblea Nacional ejercer soberanamente su autoridad y llenar el vacío de
liderazgo y autoridad que dejaba el ya colapsado régimen madurista en forma
oportuna.
A pesar de esos zigzagueos, los
ciudadanos hemos sido permisivos, pacientes y solidarios con la MUD. Hemos
atendido a cada convocatoria, asistido a cada marcha y respaldado cada
iniciativa presentada para enfrentar al régimen. Incluso hemos apoyado aquellas
que, abiertamente, han sido dramáticos errores estratégicos de la MUD. Y la
razón es que con toda justicia hay que decir que, a pesar de todos sus errores,
la MUD siempre propuso algo concreto, y hasta ahora ha sido la única formación política
con la cual se contaba para salir de la dictadura.
Pero eso tiene que cambiar después
del 30. Es evidente que todos los esfuerzos desplegados por la MUD desde enero
de 2016 para salir de este régimen, han fracasado. La situación de la lucha ciudadana
hoy, no es mejor que hace año y medio. Entonces la idea de otorgarle a la MUD y
sus partidos un cheque en blanco para administrar la oposición al régimen debe
llegar a su fin.
La lucha contra la dictadura a
partir de ahora será más dura y cruel. Será necesario articular un nuevo eje de
la oposición que vaya más allá de los partidos políticos, y considere todos los
métodos de lucha ciudadana para derrocar a la dictadura. La MUD — limitada por
su agenda contradictoria y sus prematuros precandidatos presidenciales— no está
en condiciones de asumir esta nueva fase de la batalla contra el régimen; la que
se inicia el próximo 30 de julio.
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