La propuesta de Hugo Chávez, que pretendía abrir caminos a
un nuevo modelo político y económico ha quedado reducida a una mezcla de citas
inconexas y prácticas erráticas e improvisadas, absolutamente ineficaz para
guiar la conducta de quienes hoy no saben qué hacer con la conducción del Estado.
Los signos que muestran el colapso de este modelo son evidentes.
Corrupción. Adjetivar el socialismo como “del siglo XXI’ le permitió a
Chávez ensayar un socialismo a la venezolana, donde la abundancia de petróleo y
el saqueo de los recursos del Estado crearon una nueva casta de corruptos
privilegiados del régimen, conocida como “Boliburgueses”. Estos operadores
civiles y militares, junto con sus familias, crecieron y se multiplicaron bajo
la sombra del propio Chávez cuando estaba vivo, y aumentaron su poder e
influencia en el gobierno de Nicolás Maduro. Esta casta simboliza la quiebra
moral de la llamada revolución bolivariana.
Colapso
económico. Mientras hubo suficiente ingreso
petrolero, el gobierno pudo disimular los devastadores efectos de una política
que desmanteló complemente la economía, su industria, comercio y agroindustria.
Desde hace muchos años, Venezuela no produce lo que come. Pero ahora es peor,
porque no hay dólares para importar comida ni medicinas. El dinero que le entra
al país por concepto de petróleo va directo al pago de la deuda externa y sus
intereses causados por la voracidad de una mafia cambiaria que hoy sigue
exprimiendo hasta el último dólar de las reservas del país. Este es el precio
que el gobierno paga para no declararse en default
y no acelerar su caída.
Alianza
cívico-militar. Esta sospechosa unión de civiles y
militares fue propuesta para darle forma al partido militar del chavismo. Pero
esto no se concretó, y hoy ha degenerado en un pacto antinatural, donde
Generales de los ZODI coordinan acciones represivas con los colectivos armados
paramilitares y organizan escuálidos desfiles cuyos protagonistas son las milicias
armadas con fusiles de madera.
Crisis
militar. Aunque nadie sabe exactamente lo que
pasa en esa caja negra llamada FANB, se sabe que tropa y oficiales han perdido
fe y respeto a sus superiores por los groseros niveles de corrupción. Oficiales
son perseguidos por denunciar irregularidades. A esto se agrega el estado de
abandono de equipos e instalaciones, y las pésimas condiciones de vida de los
militares que no están enchufados. La partidización de las fuerzas armadas ha
minado su capacidad profesional y operativa, al privilegiar en posiciones de
comando a militantes políticos en lugar de militares de carrera.
El fracaso
de las comunas. Chávez propuso el poder comunal administrado
por las juntas comunales como un modelo de poder paralelo a instituciones del Estado
establecidas, como la Asamblea Nacional. Las comunas fracasan porque el jefe
del PSUV en cada zona se convirtió en el mafioso local, centralizando el cobro
de comisiones por la fiscalización de obras, y últimamente cobrando peaje por
el reparto de bolsas de comida. Las juntas comunales se convirtieron en otro
foco masivo de corrupción y chantaje para extorsionar a los mismos chavistas.
Trabajadores. Durante el llamado gobierno socialista de Chávez, y el del
“presidente obrero”, Nicolás Maduro, nunca los trabajadores venezolanos del
sector público y privado habían sufrido, tanto como ahora, el arrebato de sus
derechos. No solo es la devaluación lineal del valor del salario; es el
retroceso en las conquistas laborales, la arremetida en contra de la
contratación colectiva y la capacidad de organizarse para defender sus derechos.
Más del 70% de los trabajadores de empresas públicas y básicas del Estado no
apoyan al gobierno, porque han sido víctimas de sus atropellos.
Pueblo. El retroceso de esta revolución ha llegado al punto de
tener que renegar de sus orígenes. Ahora es una revolución sin pueblo, sin
apoyo en las clases populares y clases medias de Caracas y de las principales
ciudades del país. El PSUV y los partidos aliados del gobierno han perdido
total presencia en la calle. Lo que le queda al régimen para sostenerse son las
FANB, el TSJ y el CNE. Esas instancias secuestradas por el régimen, y no el
pueblo, son los nuevos ejes de poder político de la revolución y su único
sustento.
Elecciones. La contradicción más dramática de todas es que, derivado de
la pérdida de apoyo popular, el régimen ahora maniobra para evitar cualquier
tipo de elección porque sabe que, si participa, pierde. Por eso se debaten
entre no hacer elecciones definitivamente o hacerlas en un clima controlado,
previa purga del registro electoral e inhabilitación de los partidos políticos
de oposición. Aquí el gobierno podría animarse a buscar una solución tipo
Nicaragua. Pero mientras resuelve si va o no a elecciones, el régimen juega a
lo único que le queda para sobrevivir: ganar tiempo mediante estratagemas como
el diálogo y negociaciones en términos lo suficientemente imprecisos como para
seguir estirando la agonía.
La pérdida de apoyo popular del chavismo no es un simple
malestar temporal que se pueda curar con prebendas o promesas, como pareciera
creer el gobierno. No es malestar lo que hay en la calle. Lo que hay es un
rechazo e indignación profunda y militante contra el régimen que se expresará
con furia en la primera oportunidad que el pueblo sea convocado. Teóricos y
operadores chavistas quisieran creer que se trata de una crisis coyuntural y
que podrían vencer si tan solo tuvieran unos meses más en el poder.
Todo indica que la situación económica, política y social
del país va a seguir empeorando, agudizando las contradicciones y las
condiciones objetivas que permitirían abonar el terreno para derrocar a la
dictadura. El socialismo del siglo XXI enfrenta una crisis orgánica, final y
definitiva por su incapacidad para salvar al país y salvarse a sí mismo.
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