La partidización de la FANB no ha sido buena para el país ni para la institución militar en su conjunto. Hoy ésta atraviesa su peor crisis. No solo ha perdido la confianza de la sociedad por su actuación incondicional y desmedida en favor de una parcialidad política. Internamente, hay una dramática crisis de fe en la tropa profesional y oficiales, que por razones de obediencia y jerarquía se ven obligados a defender una causa que no consideran institucional.
La gran mayoría de estos oficiales y soldados han sido formados según la nueva doctrina militar de la era chavista, que permite a los militares participación política, siempre y cuando sea en favor del gobierno. A los oficiales se les ha enseñado a admirar las “hazañas del comandante Chávez”, quien —según los textos oficiales— se alzó contra un régimen corrupto y sus generales aliados en el alto mando militar.
Al comparar la corrupción del actual régimen y la complicidad de estos nuevos generales con la de la llamada IV república, los oficiales no pueden dejar de tener sentimientos encontrados. Para ellos es lapidario e inevitable concluir, con estupor, que por mucho menos de lo que ocurre hoy, Hugo Chávez y su grupo de militares se alzaron en armas contra el gobierno en 1992.
Para curarse en salud y evitar que les ocurriera lo mismo, Hugo Chávez en ese momento, y Nicolás Maduro ahora, junto con sus operadores políticos, montaron un sistema de vigilancia y espionaje en el seno de la FANB, para detectar temprano posibles conductas adversas al régimen. En los últimos años, de forma preventiva, miles de oficiales han sido dados de baja acusados de no ser suficientemente chavistas. Además, el régimen despliega sistemática y permanentemente una propaganda en todos los niveles de la FANB, cuyo fin es presentar a la oposición como el verdugo de la derecha que, de llegar al poder, cortaría las cabezas de todos los militares. Haciendo creer que por los delitos y las faltas de unos pocos, tendrían que pagar todos.
El logro más importante de esta política ha sido aislar a la FANB del resto de la sociedad y, particularmente, impedir cualquier tipo de contacto con el sector opositor. Desde que la oposición ganó la mayoría en la Asamblea Nacional no ha ocurrido la primera reunión institucional con la FANB. El gobierno no tiene interés en que exista ese acercamiento para así asegurarse el apoyo incondicional de las fuerzas armadas, y aumentar la desconfianza de los militares hacia la oposición.
El gobierno, pérfidamente, ha hecho partícipe de sus prácticas de tortura y violación de los derechos humanos, a cientos de oficiales que ahora solo ven en la incondicionalidad su única salvación frente a futuros juicios y eventuales condenas. Otra práctica para ganarse el apoyo de los oficiales, es ubicarlos en cargos de la administración pública donde pueden manejar cuantiosos recursos en forma discrecional sin ser sometidos a rendición de cuentas. Las prácticas delictivas y reñidas con la moral y el honor militar solo involucran a un pequeño grupo de beneficiados que hasta ahora se ha impuesto al resto de la oficialidad; es evidente que la mayoría no participa de estas conductas.
Poner a las FANB a su servicio en forma inconstitucional e incondicional mediante dádivas y clientelismo, le está otorgando en este momento al régimen una ventaja táctica inmerecida que parece marcar la diferencia entre avanzar hacia una solución democrática o no. Sin embargo, la beligerancia que en los últimos días el régimen ha dado a los colectivos paramilitares y a sus milicias, podrían ser una táctica para neutralizar un cambio abrupto e inesperado en el seno de la FANB, que posiblemente implicaría el desplazamiento del apoyo sin condiciones al régimen, hacia una actitud más serena e institucional.
La oposición, la MUD específicamente, debe buscar —con el mismo empeño que lo hizo antes— un diálogo abierto, transparente y democrático con la FANB como institución, no con los activistas del PSUV en el Alto Mando. Esto no será fácil, dado el secuestro que tiene el régimen sobre la FANB, pero es absolutamente necesario. La oposición tiene que ensayar formas creativas para vencer el cerco y hablar sin intermediarios con los militares. La FANB es un factor necesario en la ecuación, para pacificar el país y resolver por vías democráticas la crisis política.
La MUD debe propiciar las condiciones para este diálogo, comenzando por enviar un mensaje claro a las fuerzas armadas. Demostrar que entiende con claridad la crisis que atraviesa esta institución, y explicar cuáles serían las nuevas bases de convivencia en un gobierno democrático que respete la Constitución y las leyes. Debe explicarle a la FANB que, en nuevo gobierno, los oficiales de carrera íntegros y honestos serán tratados profesionalmente por las autoridades civiles, independientemente de la posición política que hayan asumido en el pasado.
Mientras el régimen juega al caos alentando saqueos con los colectivos en la calle, la FANB se ve obligada a mantener el orden. Un orden que el propio gobierno sabotea en forma deliberada para mantener el control político. Por diseño y definición, la FANB es una institución para preservar la estabilidad y el orden, pero este rol está en abierta contradicción con el caos que el mismo gobierno fomenta. En este sentido, la FANB y la oposición tienen mucho en común.
Un diálogo transparente y sin prejuicios entre la oposición y la FANB es lo único que podría detener el derrame de sangre, y traer paz a las calles de Venezuela. La base de este diálogo no es exigirle a la FANB que se levante en armas contra el gobierno. Es pedirle apego y estricto cumplimiento a los principios y garantías consagrados en la Constitución, a cambio de una política de paz social y gobernabilidad que beneficie a toda la sociedad, incluyendo a la institución armada como parte de ese cuerpo social.
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