El problema más grave que sigue enfrentando la oposición venezolana no es con el chavismo en el poder, sino consigo misma por su incapacidad para caracterizar correctamente al adversario que enfrenta. Esta incapacidad ha sido redundante en los últimos 25 años.
Si
no se ha logrado sacar al chavismo del poder no es solo por el uso -abuso- en
el control del Estado sino además por la equivocada idea que tiene la oposición
sobre el régimen y las estrategias también equivocadas que se derivan de esta
concepción.
Desde
1999 e incluso ahora luego del 28 de julio y el 10 de enero la oposición
venezolana insiste en tratar al chavismo como un mal gobierno que puede ser
sustituido respetando la legalidad establecida.
No
se repara en el hecho que la legalidad que opera en Venezuela es una legalidad
diseñada a la medida del chavismo y que está para todos los efectos blindada en
la Constitución de 1999.
Esto
le otorga al chavismo la cualidad de ser juez y parte, amo y señor, de todos
los procesos políticos y electorales que definen las relaciones de poder.
Con
un sistema político sin pesos y contrapesos institucionales lo que existe en realidad
es un régimen cuyo único objetivo es mantener el poder al precio que sea. En
este contexto el Estado chavista realiza elecciones fraudulentas para dar una
apariencia democrática pero sin intención real de someterse a la decisión de
las mayorías como sería el caso en cualquier democracia que se precie de serlo.
Tampoco
debería sorprender a nadie que en medio del caos que vive Venezuela y el azote
que ha significado el chavismo para los propios chavistas a veces los
mecanismos de fraude resultan insuficientes para mostrar una victoria. La
elección de las Asamblea Nacional en el 2015 y la elección del 28 de julio de
2024 son la mejor demostración que cuando el chavismo pierde también puede
corregir la situación y arrebatar el poder “legalmente”.
Ahora
parece que el chavismo ni siquiera quiere tomarse la molestia de hacer fraude
electoral para seguir en el poder. Además el fraude implica la involucración de
muchas personas en diferentes niveles para su ejecución. Quizás sea mejor para
el chavismo librarse de una buena vez de esas ataduras democráticas para buscar
formas “más populares” que les permita seguir en el poder sin tener que ir a
elecciones.
Aquí
es cuando entra en escena la posibilidad que quizás para finales de 2025
tengamos otra Constitución en Venezuela. Este bodrio jurídico de inspiración
cubana buscaría implantar elecciones de segundo grado, mediante delegados de
las comunas, para escoger a los miembros de los poderes públicos nacional,
estadal y municipal, incluido por supuesto el Presidente de la República.
A
esto se enfrenta la oposición venezolana. No a un mal gobierno ni a un régimen
que quiere negociar su salida. Aquí estamos frente a un Estado cuyos operadores
pretenden atornillarse para siempre al poder.
¿Cuál
es la estrategia de la oposición? ¿Continuar participando en mascaradas
electorales para demostrarle al mundo que el chavismo hace trampa? ¿Es que
acaso hay alguna estrategia para impedir que el chavismo imponga la elección de
los poderes públicos mediante el fraude de las llamadas comunas?
Respetar
las reglas de juego del régimen chavista solo ha conducido a propagar la
ilusión de que el chavismo podría entregar pacíficamente. Pero la evidencia
histórica demuestra lo contrario. El chavismo jamás entregará el poder pacíficamente
y todos los esfuerzos electorales de la oposición venezolana solo han servido
para pavimentar la vía a una democracia a la cubana. O una falacia de
democracia, que es lo mismo.- @humbertotweets
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