Aunque algunos se aferren a esperanzas inciertas, los eventos de política interna y externa parecen mostrar el lento desvanecimiento de una transición política en Venezuela con base a los resultados electorales del 28 de julio y producto de una negociación entre las partes en conflicto. Mientras varios países siguen produciendo declaraciones exigiendo la publicación de las actas en Venezuela aumenta el rechazo al fraude electoral, aunque por efecto de la cruda represión cada día sea más difícil demostrarlo públicamente.
La
dinámica internacional luce muy beligerante en lo retórico, pero carente de
iniciativas concretas para enfrentar la arremetida del chavismo, sobre todo
porque esa llamada comunidad internacional se ha autoimpuesto una camisa de
fuerza que en la voz de Luis Almagro, Secretario General de la OEA suena a “...la solución a Venezuela no puede ser
militar”. Quizás quiso decir por la fuerza, que en realidad es lo mismo.
En
Venezuela se respira rabia e indignación ante el robo descarado de las
elecciones por parte del chavismo. Pero también se respira mucho miedo frente a
un régimen que en su guerra contra la población civil desarmada no respeta
mujeres, niños, ni ancianos. Sin las garantías mínimas de respeto a la
integridad física salir a protestar el fraude electoral en Venezuela es literalmente
salir a jugarse la vida cada día. La oposición que acompañó a Edmundo Gonzalez
ha tratado de mantener viva la esperanza que el cambio político es posible aun
en las peores condiciones, pero la realidad está demostrando ser mucho más
potente que el deseo.
Por
su parte el régimen chavista parece aprovecharse de la descoordinación de esa
comunidad internacional y la progresiva pérdida de momentum del bloque opositor encabezado por María Corina Machado,
Edmundo Gonzalez y la MUD. La respuesta del chavismo, que tiene todas las
características de un contraataque, ha consistido en rápidamente pivotar hacia
la formalización de un régimen neofascista que por la vía de los hechos ya
viene operando desde tiempos de Hugo Chávez, pero que ahora anuncian como el
nuevo Estado Comunal.
No.
No es una ligereza ni un tremendismo calificar al Estado chavista como un
verdadero régimen neofascista ya que contiene todos los elementos definitorios
del fascismo tales como la hegemonía del partido único (PSUV); la destrucción de
todo tipo de oposición, salvo que sea colaboracionista; la total ausencia de
separación de poderes y la destrucción del Estado de Derecho con pesos y contrapesos;
la existencia de una ideología oficial que se impone a través del
adoctrinamiento y la propaganda (el bolivarianismo chavista); la separación
entre venezolanos patriotas (chavistas) y traidores (opositores); y en suma la
combinación de partido y Estado en un solo estamento político que se impone a
toda la sociedad.
El
no tener una conexión histórica u orgánica con la Alemania de Adolfo Hitler y
la Italia de Benito Mussolini, pero reteniendo al mismo tiempo las
características esenciales de un régimen fascista, es lo que nos revela al
Estado chavista como un verdadero neofascismo o quizás sea mejor decir un
fascismo del siglo XXI. No se puede admitir que el régimen chavista es un
fascismo de nuevo tipo sin actuar en consecuencia a esa caracterización. Porque
entonces el debate cambiaría dramáticamente de eje. De la postura que ve en el
chavismo a un mal gobierno que puede ser corregido mediante elecciones habría
que cambiar a otra del tenor ¿cómo
enfrentamos y sacamos del poder a un régimen fascista? Quizás por las
graves consecuencias que implican enfrentarse a lo segundo es que varios
políticos y analistas prefieren una denominación más ambigua e inocua como la
de “régimen autoritario”.
Calificar
al Estado chavista como una dictadura o un sistema autoritario es impreciso,
pero resulta útil e instrumental a la hora de participar en elecciones “para aprovechar las pequeñas ventanas de
libertad que ofrece el régimen y recuperar espacios (puestos) para la
democracia.” Este participar en elecciones en forma recurrente no pasa de
ser un esfuerzo simbólico o un ritual estrictamente gobernado por la religión
del Estado.
La
mejor demostración de que en Venezuela estamos frente a un Estado neofascista
la pudimos apreciar el 28 de julio y los días siguientes. Los operadores del
régimen chavista, las clientelas del PSUV y sobre todo los militares de
diversos rangos saben y entienden que Nicolás Maduro perdió las elecciones
frente a Edmundo Gonzalez.
Sin embargo,
muy pocos o quizás ninguno de los agentes del Estado chavista consideran que lo
correcto es entregar el poder frente a lo que fue la decisión de la mayoría. Todos ellos, con estricta racionalidad
fascista, están convencidos de que la mayoría de ese pueblo se equivocó y fue
manipulada por la extrema derecha al punto de votar contra sus propios
intereses. Entonces es un deber patriótico de los iluminados chavistas salvar y
reeducar a ese pueblo que no tiene conciencia de lo que ha hecho. Por eso los
chavistas pueden admitir con desenfado que aunque hayan perdido las elecciones
es correcto no entregar el poder, porque lo que está en juego, según ellos, es
lo más sagrado que es la patria. La patria chavista, por supuesto.
La
mezcla indiscriminada de las categorías de patria, estado y partido en una sola
entidad deja como resultado a un régimen neofascista propio del siglo XXI con
todas sus complicaciones y especificidades. Quienes aún se niegan a aceptar lo
que es evidente insistirán en negociaciones, sanciones internacionales, y hasta
más elecciones. Mientras pasa el tiempo, que es el activo más importante del
que dispone el chavismo, el Estado chavista refinara con más precisión sus
formas y métodos con la figura del llamado Estado Comunal.
Otros
comenzarán a ver cierto paralelismo con los desenlaces ocurridos en Alemania e
Italia al final de la segunda guerra mundial. Pero esto tampoco ayudaría mucho
en el análisis si se considera que el escenario de la guerra es improbable en
la medida que el régimen chavista respete ciertos protocolos internacionales,
como de hecho ya lo hacen régimen del mismo corte como Cuba y Nicaragua.
Por
los momentos el tema de debate para los venezolanos debería centrarse en cómo
hacer oposición a un régimen neofascista hasta lograr su derrocamiento
definitivo.- @humbertotweets
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