En algún momento habrá que detener la frenética obsesión con el circo electoral para repensar porque, a pesar de haber llevado a Venezuela al colapso, el chavismo sigue en el poder.
Venezuela está en su peor momento no
porque las simbólicas e inútiles sanciones que le han aplicado los Estados
Unidos y otros países al gobierno venezolano hayan afectado de alguna forma su
capacidad para operar.
El descalabro de Venezuela es el
resultado de un proceso sistemático de destrucción de la economía y las
instituciones cuyo efecto se ha acumulado y multiplicado en los últimos 24
años.
Sin embargo, a pesar de la acción
depredadora del chavismo sobre la sociedad venezolana no parecen existir los
mecanismos institucionales para corregir y reparar el daño.
Esto se debe que las instituciones del Estado venezolano,
que antes respondían a los intereses de la nación en un esquema de pesos y
contrapesos que más o menos funcionaba, han sido sustituidas por otras que
obedecen a los intereses del grupo que gobierna.
La dificultad mayor que se plantea a
la hora de hacerle oposición al chavismo es tener que enfrentar el control que
éste ejercita para modificar y alterar las reglas del juego electoral a su
conveniencia.
Frente a esto no se puede decir que
la llamada oposición venezolana siquiera haya tenido una estrategia
zigzagueante sino más bien que ha carecido de una estrategia y ha fracasado a
la hora de caracterizar al adversario que dice confrontar.
La incapacidad para articular una
oposición efectiva y verdadera se manifiesta en reducir el ámbito de la
confrontación política a lo estrictamente electoral a sabiendas que esas son
arenas movedizas y traicioneras que no ofrecen más que una ilusión de cambio
sin posibilidades materiales de realizarse.
El chavismo sigue en el poder no solo
por la ventaja de disponer sin límites de los poderes del Estado sino también
por las debilidades de una oposición que ha renunciado deliberadamente a
organizar a la sociedad para el combate político.
Esta distinción es clave si se quiere
ver la diferencia para poder avanzar. Una cosa es vivir al ritmo del calendario
electoral del chavismo, de una elección a otra, sin garantías ni condiciones, y
otra sería insertarse en las luchas sociales reales por salarios justos,
servicios eficientes y respeto a la vida y la familia, por citar algunas.
Ya en otros artículos en este mismo
medio hemos planteado la necesidad de reorganizar los sindicatos y gremios, no
para ponerlos al servicio de la agenda electoral de los partidos, sino para que
actúen como verdaderos ejes de la lucha política y social en Venezuela.
Una verdadera oposición en Venezuela
que además tenga la voluntad de asumirse como una oposición verdadera debe desembrujarse de las ilusiones
electorales y abrazar la política que, en un proceso complejo de luchas
sociales y acumulación de fuerzas, logre la masa crítica para provocar el
cambio. Pero eso requiere claridad, no improvisación; voluntad, no
voluntarismo; y paciencia, no cortoplacismo.- @humbertotweets
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