Se ha repetido cientos de veces cada vez que estalla un conflicto armado que ha terminado por convertirse en lugar común. Sin embargo, a pesar de su uso excesivo la frase “La verdad es la primera víctima de la guerra” sigue siendo válida para explicar el otro campo en el cual simultáneamente se desarrolla toda guerra que es el de la propaganda. En otras palabras, la mentira entendida como aquello que es aparente y no es real ha probado ser tan efectiva en las guerras tanto como los misiles de largo alcance. Así la mentira se convierte una sofisticada arma portátil que permite tanto justificar el inicio de hostilidades como la condena física y moral de los vencidos.
Haciendo a un
lado consideraciones de tipo moral, se entiende que esto opera así en la
política y la guerra de las cuales también se ha repetido hasta la saciedad que
“todo vale” o que “el fin justifica los medios”. Pero, entonces ¿Dónde queda el
derecho de los ciudadanos y las personas a conocer la verdad? ¿No convendría
saber, por ejemplo, que Irak nunca tuvo armas de destrucción masiva para
justificar su ataque por parte de los Estados Unidos? Y luego con el tiempo,
una vez demostrada la falacia que facilitó el ataque a Irak, ¿no habría sido
apropiado asumir la responsabilidad y ofrecer una explicación y hasta una
disculpa por el desastre ocasionado por una información falsa o manipulada?
Vivimos un
mundo en plena confrontación de imperios para definir la hegemonía planetaria
entre los Estados Unidos, Rusia, y China. Parte de esta confrontación son las
guerras comerciales y militares que se desarrollan en forma directa y a través
de proxies (terceros) para disputarse
espacios y territorios. De manera que la guerra, como una categoría de las
ciencias políticas, en sus diferentes variedades ha llegado para quedarse y nos
conviene estudiarla y entenderla para intentar nuestros mejores esfuerzos en
que los periodos que median entre una y otra sean más prolongados.
Uno de los
conflictos donde se desarrolla esta dialéctica de imperios entre los Estados
Unidos, Rusia y China es precisamente la confrontación que hoy se vive en
Ucrania. En otros artículos publicados en La
Razón hemos fijado posición sobre este delicado tema saliéndonos del
dualismo simplista y maniqueo de buenos y malos. Tampoco nos hemos escondido en
el burladero de una escrupulosa neutralidad para “mirar los toros desde la
barrera”. Por el contrario, hemos intentado estudiar y entender por qué Rusia,
los Estados Unidos y los países de la OTAN hacen lo que hacen.
A riesgo de
ser etiquetado como “pro ruso” o “pro Putin” hemos intentado examinar las
complejas causas de este conflicto en lugar de repetir hasta la náusea toda la
propaganda que justifica la posición de los EEUU y la OTAN. Habría sido fácil
despachar este tema condenando a priori a Rusia por ser además un aliado
militar del régimen chavista de Nicolás Maduro, tema sensible para todos los
venezolanos y el cual no podemos obviar. Pero una definición quizás más grave
aún que la nuestra es la que tiene que resolver el chavismo al verse obligado a
besarle los pies al imperio norteamericano y revisar sus acuerdos con Rusia por
la urgencia pragmática de seguir en el poder, ahora de la mano de los EEUU.
Así como
condenamos el apoyo militar de Rusia al régimen chavista con la misma energía
hay que denunciar que estamos entrando en una etapa en la cual el chavismo
podría consolidarse con el apoyo de los Estados Unidos dispuesto a comprar petróleo
a Venezuela en su guerra contra Rusia. Aun sosteniendo a todo evento la
pertinencia que tiene para los venezolanos la dialéctica USA-Rusia frente a
Venezuela, esto no cambia para nada la dinámica geopolítica fundamental del
conflicto Rusia-Ucrania que ha sido provocado en forma deliberada para lograr
el desmantelamiento de Rusia como país influyente en Europa y ultimadamente
como potencia mundial. Por eso coincidimos con el catedrático chino Lanxin
Xiang cuando dice “esta es una guerra que no tiene justificación, pero sí
causas”. Y estas causas no se pueden simplemente ignorar para abrazar una
explicación sesgada del conflicto.
En el centro
de esta guerra las primeras víctimas son los ucranianos y la verdad. Según
reportes del youtuber español profesor
Ruben Gisbert los ucranianos en zonas como el Donbas y Mariupol se encuentran
atrapados en el fuego cruzado entre bombardeos rusos y francotiradores
ucranianos. En un trabajo independiente publicado en su canal de YouTube
Gisbert ha confirmado que las fuerzas militares ucranianas usan a civiles como
escudos humanos y les disparan cuando tratan de acceder a los corredores
humanitarios. Otras fuentes independientes han reportado que el conocido batallón
neo nazi “Azov” ha ajusticiado a civiles y militares rusos.
Estos reportes
son silenciados e invisibilizados en medios y redes sociales donde los Estados
Unidos y sus aliados de la OTAN han logrado imponer la narrativa de un
diabólico Putin que un día enloqueció y decidió invadir a la soberana Ucrania.
La ausencia de análisis contextual y de información real es absoluta. Incluso
los bombardeos de las fuerzas armadas ucranianas en zonas urbanas son
atribuidos flagrantemente a Rusia. No vamos a justificar a Rusia si sus fuerzas
militares han cometido o llegasen a cometer crímenes de lesa humanidad en este
conflicto. Pero hay abundante evidencia gráfica que muestra a miembros del
Batallón Azov usando a civiles como escudos humanos e impidiendo su escape por
corredores humanitarios. También han circulado en redes sociales imágenes de
estos milicianos disparando a las piernas de soldados ruso ya rendidos.
El “Batallón
Azov”, como parte integral del ejército ucraniano ha cometido crímenes de
guerra y de lesa humanidad. Pero lejos de ser condenados por ello las corporaciones
mediáticas y redes sociales al servicio de los Estados Unidos y la OTAN
celebran el patriotismo y el sacrifico del neo nazi “Batallón Azov” en favor de
Ucrania. Luego de esa multimillonaria operación de propaganda y blanqueo de
imagen, si esta guerra algún día termina, ¿Quién juzgará los crímenes de lesa
humanidad del Batallón Azov? .- @humbertotweets
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