La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) se ha convertido en
un frustrante dique de contención de la oposición venezolana. Esa alianza de
franquicias electorales ha perdido completamente el apoyo y la credibilidad que
tuvo en algún momento por allá en el lejano 2015. Su conducta errática de
marchas y contramarchas ha sido la forma más efectiva de colaboración política
con el régimen, quien —gracias a esos auxilios— prolonga su agonía.
Siguiendo las políticas de la MUD se ha perdido un tiempo
valioso en fórmulas legalistas y electorales con un régimen que no respeta la
ley ni los votos. Este año, además, se perdieron más de un centenar de vidas
jóvenes en unas jornadas de protesta diseñadas para fracasar, porque nunca
tuvieron como propósito derrocar a la dictadura, sino protestar contra ella
para —ingenuamente— esperar su renuncia al poder. De otra forma no se podría
explicar por qué la MUD nunca quiso organizar la protesta a escala masiva y
nacional, una huelga general por ejemplo, y en lugar de ello se concentró durante
semanas en el sospechoso cuadrante de la autopista del este de Caracas.
Para esconder su incapacidad en la conducción de la lucha
democrática, la MUD nos propone renunciar a la única vía que históricamente ha
demostrado ser la más efectiva para derrocar dictaduras: La insurrección de los
ciudadanos. En su lugar plantea elecciones y negociar con el régimen.
Ambas propuestas llevan implícito el objetivo de
desmovilizar la calle, que es a lo que más teme el régimen. En lugar de
organizar la protesta, la MUD pide participar en elecciones fraudulentas,
concebidas para favorecer al gobierno y ayudar a propagar la ilusión de un
cambio por la vía del voto, desconociendo así, deliberadamente, la abundante
evidencia de que el chavismo no entregará el poder de ninguna manera que no
implique su expulsión por la fuerza.
Nuevamente, en vez de ponerse a la cabeza de la protesta
social y luchar al lado de las víctimas, la MUD se alinea dócilmente al lado de
los victimarios. Se presenta disminuida a una mesa de negociación con el
régimen, con peticiones que son verdaderamente patéticas y lastimosas: Un
rector más en el CNE que tampoco tendrá autoridad, ayuda humanitaria que será
administrada por las FANB y los colectivos chavistas, y la liberación de presos
políticos contemplados en una lista fantasma que ni siquiera es reconocida por
el Foro Penal.
En caso de que estas peticiones sean aceptadas por el
régimen, vienen completamente castradas desde el principio. No resuelven los
problemas de fondo que deberían resolver, y además —lo más grave— no
contribuyen con el propósito fundamental de derrocar a la dictadura y sacar al
chavismo del poder. Pero aun cuando todo ello signifique un acto de sodomía
política disimulada para la MUD, el régimen tampoco se da por complacido, y no
muestra interés siquiera en admitirlas.
No puede haber interés de parte del régimen porque ya ha
logrado lo que quería: Ganar tiempo para afianzar su Constituyente y asegurarse
la participación electoral de la MUD en las presidenciales del 2018, lo cual se
da por descontado.
A estas alturas es absolutamente irrelevante lo que acuerden
gobierno y MUD en Enero de 2018. Cualquier cosa que decidan buscará
desmovilizar y desalentar la inmensa ola de protestas que se avecinan ante el
colapso económico y social. Veremos a la MUD haciendo causa común con el
régimen, actuando como apagafuegos del conflicto y llamando a la “protesta
electoral”. Corresponde entonces a
amplios sectores de la verdadera oposición asumir una política innegociable de
confrontación y ruptura con la dictadura del estado chavista para
derrocarlo, a pesar de lo que diga la
MUD.
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