Voceros de la extinta MUD solo admiten hablar de la derrota
del 15 de octubre como un fracaso electoral. Quienes desde esa oposición
escuetamente avalan al régimen, aseguran que el chavismo milagrosamente se
recuperó. Otros, más incoherentes, ahora se atreven a pronunciar la palabra
fraude pero sin renunciar a sus hábitos electoreros. En uno y otro caso la
obsesión con el tema electoral les impide reconocer una derrota
cualitativamente más grave: la derrota política.
La agenda de la Mesa de la Unidad Democrática, propuesta desde
enero de 2016 para salir del régimen de Maduro, ha venido de fracaso en
fracaso. En lugar de acumular fuerzas sociales para lograr una masa crítica que
permita derrocar a la dictadura, los esfuerzos se han diluido en escaramuzas
electorales, las cuales han terminado desmoralizando a la mayoría del país que
se identifica como oposición.
La falta de claridad en el objetivo (transición de gobierno
o ruptura con el estado chavista) y su resultante improvisación, ha traído como
consecuencia una dramática derrota para la dirección política de la oposición.
El no entender que se lucha contra una dictadura con la cual es imposible
negociar a no ser que ello signifique entregarlo todo, ha sido parte de la
falla de diseño en la estrategia opositora.
Igualmente, el aceptar desde un principio y hasta ahora las
reglas de juego del estado chavista consagradas en la Constitución de 1999, ha
limitado las posibilidades de crecimiento, fuerza, y coherencia de esta
oposición.
Luchar contra esta dictadura se ha reducido a un mero
intento de sustituir un gobierno por otro, como si aún estuviésemos en
democracia. Esto ha condicionado a la oposición electoral a centrarse más en
sus opciones presidenciales que en definir una estrategia común o una política
para derrocar al régimen.
Los partidos de la ex MUD siguen operando como franquicias
de posibles candidatos presidenciales, quienes lo único que proponen para
enfrentar la grave crisis política son su propio nombre y su dudosa capacidad.
La llamada Mesa de la Unidad Democrática siempre veneró con
pasión fetichista una supuesta unidad. Lo fue para repartirse las candidaturas
en las elecciones legislativas del 2015 y las de gobernadores del 2017. Fue una
unidad de letras, siglas y candidatos, pero nunca fue una unidad en torno a una
agenda de lucha o una propuesta política de ruptura con el régimen.
Quienes ahora tratan de desmarcarse del fracaso de la MUD
hablan de relanzar esa misma unidad, de hacer elecciones primarias y escoger un
candidato unitario para ir a las presidenciales de 2018. Sin ni siquiera
abordar un debate serio sobre la derrota política, estos partidos (Acción
Democrática, Primero Justicia, Voluntad Popular, Un Nuevo Tiempo, Avanzada
Progresista y Causa R) quieren pasar la página y moverse rápidamente hacia el
único tablero que entienden, el electoral.
La idea de unidad en torno a un candidato presidencial de la
oposición para seguir legitimando el fraude político es falsa, porque no resuelve la verdadera
inquietud del 80% de los venezolanos sobre cómo salir de esta dictadura. ¿Qué
hacer si se pierden las elecciones presidenciales de 2018? ¿Seguir votando ad infinitum?
El régimen tiene razones para celebrar y alentar la falsa
unidad, porque su oportunismo electoral divide y confunde a la oposición.
Frente a esta falsa unidad para seguir en lo mismo, debemos convocar a una
unidad de propósito, que se articule en una nueva dirección política y sume voluntades
en torno al objetivo común: Romper con el sistema del estado chavista
consagrado en la Constitución de 1999 y su subproducto consecuencial, la
dictadura de Nicolás Maduro. @humbertotweets
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