Una
práctica muy frecuente en las dictaduras comunistas ha sido la de fabricarse su
propia oposición para drenar la presión social en un clima político controlado
y con actores que siguen rigurosamente su guión. Esta es una táctica que le
permite al régimen totalitario usar elementos de la propia oposición como
agentes políticos, ideológicos y culturales en el sometimiento de una sociedad
que renova sus esperanzas de liberación en una falsa ilusión opositora.
Eso
ocurrió prácticamente en todas las dictaduras comunistas de Europa del Este
donde los regímenes totalitarios tenían una disidencia oficialista que era
tolerada por el gobierno y otra que era perseguida a sangre y fuego.
Para
su ejecución esta práctica requiere la activa colaboración de operadores políticos
“opositores” dispuestos a jugar ese papel en forma creíble ante sus seguidores.
Usualmente a estos operadores se les permite un discurso incendiario y
aparentemente radical que esconde jugadas políticas más complejas y
negociaciones de prebendas con el poder.
La
credibilidad de estos agentes infiltrados se convierte en el vehículo
legitimador de falacias argumentales que aseguran la hegemonía de la lógica
gobernante. Argumentos falsos sacados totalmente del contexto histórico son
usados en forma artera para justificar las políticas de la dictadura y lograr
el sometimiento de los ciudadanos.
En
Venezuela tardamos dieciocho años en comprobar lo que parecía increíble: La
oposición política al régimen chavista siempre estuvo en manos de agentes
colaboradores del régimen que alentaron la cohabitación disimulada tras un
falso discurso de oposición.
En
contra de toda la evidencia histórica esa oposición vaciló a la hora de
calificar al régimen de Chávez como una dictadura y por comodidad lo bautizó
como un “gobierno autoritario.” Algunos operadores apelaron a la exquisita
etiqueta de “autoritarismo competitivo” por el solo hecho que participaba en
elecciones.
La
política de no enfrentar ni denunciar la Constitución totalitaria de 1999 y el
empeño en participar en procesos electorales fraudulentos encajaba
perfectamente con los planes legitimadores del régimen. En lugar de organizar a
la sociedad para luchar en contra de la dictadura esta oposición se dedicó
durante dieciocho años a propagar la prédica electoral que terminó
desmovilizando y desarticulando a la oposición en su conjunto.
La
implosión de la Mesa de la Unidad Democrática en el 2017 es el resultado de la
pérdida de confianza y apoyo de la sociedad en unos dirigentes y unos partidos
que han quedado completamente al descubierto en su práctica colaboracionista.
Participar
en las elecciones de gobernadores y la juramentación posterior de los 4
gobernadores adecos adjudicados fueron actos legitimadores del régimen y su
Constituyente. El rechazo a esta política colaboracionista ha sido masivo y de
tal intensidad que los partidos de la MUD decidieron no participar
“oficialmente” en la elecciones de Alcaldes, aunque terminaron usando tarjetas
de otros partidos minoritarios para postular candidatos sin el costo político
de decir la verdad.
La
nueva dirección política de la oposición que sustituya a la MUD debe estar en
manos de los ciudadanos, no de los partidos. Y deberá organizarse no en torno a
las aspiraciones presidenciales de un candidato sino en torno a la unidad de
propósito de amplios sectores de la sociedad para derrocar la dictadura.-
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