Cuando las instituciones de un sistema político son
absolutamente incapaces de cumplir sus fines, colapsan, y ese sistema se
derrumba desde adentro. Esta explosión del núcleo interno es lo que en física
se llama implosión. La instalación del modelo de Estado chavista, militar,
autoritario y centralizado, consagrado en la Constitución vigente de 1999,
reprodujo las condiciones ideales para el proceso de implosión que hoy sacude
la república.
La concentración de todo el poder del Estado y sus
instituciones en manos del partido gobernante y su caudillo, destruyó en la
práctica el principio democrático de la separación de poderes y, con ello, los
pesos y contrapesos para sostener el equilibrio político y la paz social.
El resultado de este modelo es un Estado policía que gasta
todos sus recursos en amarrarse al poder y no en resolver los problemas
puntuales de la escasez de comida y medicinas, la inseguridad, el desempleo y,
en fin, el dramático deterioro de la calidad de vida de los venezolanos.
En otras palabras, el Estado venezolano abandonó
completamente sus responsabilidades constitucionales de gobernar, y sólo trata
de mantenerse en el poder por la vía de la represión. Mientras esto ocurre,
cientos de miles de venezolanos mueren en los hospitales; las industrias
públicas y privadas desaparecen, y la economía, junto al país, se cae a pedazos,
sin que el gobierno haga el menor esfuerzo por evitarlo.
Esta implosión tomó por sorpresa a los militares, quienes
creyeron que el manantial del mítico apoyo popular a Hugo Chávez sería eterno y
daría para todo; incluso para compensar las ineptitudes de sus herederos. Les
cuesta entender que el gobierno cívico-militar ha quedado reducido a una
ficción sin el menor apoyo en la calle. Muchos aún se resisten a aceptar la
realidad. Con ingenuidad piensan que la implosión de la república de alguna
forma será cuidadosamente selectiva y no tocará para nada a las Fuerzas
Armadas. Esto es el resultado de la política corporativista adelantada por Hugo
Chávez para convertir a las FANB en un partido político bajo su dirección, y
aislarlo del resto de la sociedad.
Los tenientes y coroneles de los diferentes componentes de
las FANB deben decidir si siguen ciegamente a sus superiores por un camino que
conduce a la destrucción de la república y sus fuerzas armadas, o si hacen algo
para detenerlo. La discusión que hoy se da en los diferentes niveles de las
FANB entre Constitución Vs. Constituyente tiene muy poco que ver con la defensa
del legado de Chávez y mucho con el concepto de defender la integridad
territorial y mantener el orden para lo cual la fuerza armada fue creada.
Sin profundizar mucho en el debate político, los oficiales
militares intuitivamente entienden que una elección constituyente debería
conducir a un consenso social y no ser una jugada política para violentar las
reglas del juego democrático, como abiertamente lo admiten Maduro y su grupo.
Concebida como un arma para aplastar la voluntad de las mayorías, la Constituyente
de Maduro solo traerá mayor caos y desorden, muy lejos de los fines de
integridad y orden que por naturaleza persigue la Fuerza Armada.
Los militares tendrán que decidir si obedecen las órdenes de
Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, aunque estas vayan en contra de principios
elementales de la doctrina militar estudiados en la academia. Sobre todo,
aquellos enseñados por Carl Von Clausewitz y Sun Tzu cuando dicen que nunca
ningún ejército podrá salir victorioso sin el apoyo del pueblo. Y menos aún si,
como en el caso de Venezuela, el pueblo comienza a ver en ese ejército a su
propio enemigo.
Hay algo que los militares jóvenes desconocen y los generales
burócratas deliberadamente les ocultan. La fuerza real de un ejército no está
en sus armas, ni en su capacidad bélica. Su verdadera fuerza está en el
reconocimiento, el respeto, y apoyo del pueblo. Es la legitimidad y no las
armas lo que le da la potencia real a la Fuerza Armada para cumplir con sus
fines. Hasta Mao Tse Tung vio con claridad que la fuente de poder de un
ejército proviene del pueblo y no de las armas, cuando escribió que una bomba
atómica con todo su poder solo sería un tigre de papel frente a un pueblo
unido.
La desnaturalización de las funciones de las FANB también ha
creado condiciones que conducen irremediablemente a su colapso. En los últimos
años se han multiplicado las plazas de generales sin tropa para satisfacer
compromisos burocráticos y aumentar el control político sobre la institución
militar. Esto, con el costo de debilitar su estructura de mando y sacrificar su
capacidad operativa. Esos militares de alto rango son los defensores más
entusiastas del régimen, y son también quienes se hacen los locos ante la grave
crisis interna que sacude a las FANB.
Son los mismos militares que han fracasado en todas y cada
una de las empresas básicas que han dirigido. Son los que han saqueado el
tesoro público, comenzando con el Plan Bolívar 2000 y terminando con la entrega
del Arco Minero del Orinoco a las transnacionales en cuestionables gestiones de
una empresa minera militar. Son los mismos militares que han estado a cargo del
reparto de la comida, fracasaron y no han rendido cuentas. Son los militares que
tienen expedientes de corrupción y narcotráfico; pero las investigaciones son
sepultadas por el secreto militar, al tiempo que son premiados con ascensos,
puestos en el gobierno y soles.
Al igual que el Estado venezolano abandonó sus funciones
para solo ocuparse en mantener el poder por la vía de la represión, las FANB
son controladas por redes de complicidades que la han sometido y obligado a abandonar
sus fines para convertirse en el único sostén burocrático y militar del régimen.
La consecuencia de esto ha sido descomposición moral, deserciones masivas de
oficiales de carrera y el consecuente debilitamiento operativo de la institución.
La implosión de la república es un evento en desarrollo que
amenaza con destruir todas las demás instituciones incluyendo a las FANB, a
menos que exista una fuerza interna más poderosa que lo impida, asumiendo que
aún haya tiempo para detenerla.
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