Hace unos días el Secretario General
de Primero Justicia Julio Borges aseguró que “Si el gobierno va a elecciones
pierde; si no lo hace, está caído” La caracterización que hace Borges es
correcta y define con claridad el dilema del régimen. Amparado en la pseudo
legalidad que le brinda el secuestro de los poderes públicos el gobierno ha
logrado hasta ahora evitar cualquier confrontación electoral después de la
derrota apabullante de 2015.
El cálculo es simple. Evitar
cualquier elección ante el riesgo de una inminente derrota. La apuesta del
régimen fue ganar tiempo. Y efectivamente lo logró por vías como el falso
diálogo que le permitió diluir los esfuerzos de la oposición, frustrar el
Revocatorio y las elecciones regionales que legalmente debieron realizarse en
2016.
El problema ahora para el
oficialismo es que el tiempo que había ganado para postergar cualquier elección
comienza a operar en contra. El deterioro de la situación económica y social
del país ha creado un contexto en el cual es prácticamente imposible que el
gobierno pueda ganar una elección con un 80% de rechazo en la población. Y la
situación empeora con el paso de las horas.
Algunos teóricos del régimen ya
comienzan a acariciar la idea que frente a un escenario que será brutalmente
peor en el 2018 el régimen debe maniobrar para posponer indefinidamente
cualquier elección. Con toda la manipulación de los CLAP, las misiones, y el
chantaje del carnet de la patria no hay manera que el régimen se recupere
electoralmente después de este desastre. Y esa es una realidad hoy, mañana y lo
será en el 2018 que parece ser el año límite para resolver todas estas
contradicciones.
Desde el punto de vista de las
opciones que tiene el régimen y asumiendo que todos los esfuerzos de la
oposición se concreten en unas elecciones en el 2018 la apreciación de Julio
Borges es acertada. En otras palabras, si el régimen decide aceptar las
presiones y se ve forzado a ir a elecciones en el 2018 perderá
irreversiblemente. Si se aventura a suspenderlas nuevamente con cualquier
pretexto provocará una crisis política que precipitaría su caída.
Pero, ¿podremos esperar hasta el
2018? La agudización de la crisis social, económica y política del país es una
bomba de tiempo activada que parece no llegará al horizonte que Borges sugiere.
El deterioro de las condiciones de
vida y la falta de claridad del gobierno para resolver la crisis nacional
sumada al empeño en aferrarse al poder “como sea” han provocado un estado de
caos y colapso generalizado.
Mientras el país se hunde y los ciudadanos
deambulan por las calles en busca de comida y medicinas resignados a un
“sálvese quien pueda”, en el régimen parecen resignados a “raspar la olla” en
un acto patriótico de saqueo nacional.
Las elecciones como una vía para
resolver la crisis política es algo que está descartado por el oficialismo, al
menos por este año. Estas solo vendrán por la vía de la presión internacional y
la presión interna donde los militares serán un factor clave. Pero si esta
presión no tiene éxito el país se vera en una situación explosiva que
irremediablemente provocará la caída del régimen.
Esa es la realidad que provoca
pesadillas en los personeros del gobierno.
El dilema es claro y crudo. O el gobierno acepta entregar el poder por
la vía de unas elecciones democráticas o las evita y provoca su propio
derrocamiento. En cualquier caso el régimen enfrenta sus últimos días. Es la
hora de sacar las cuentas. Mejor prepararse para una transición negociada, que
ser sorprendidos a media noche por una rebelión.
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