Hacer política desde el engaño y la
irrealidad nos ha costado casi dos décadas de tragedia bajo el chavismo. Desde 1999, políticos oportunistas y
complacientes han venido reciclando una y otra vez la promesa según la cual es
posible salir del chavismo democráticamente.
Unas veces con elecciones y otras
con negociaciones, la falsa oposición siempre ha encontrado un ángulo para
vender su pócima milagrosa que asegura un final feliz para todo aquel que la
trague.
Pensar que era posible salir del
chavismo apostando a sus engañosas reglas de juego ha dejado un saldo de
cientos de miles de venezolanos asesinados y otros miles que están enterrados
en vida en la cárcel. Las energías de un pueblo combativo y resuelto a salir
del régimen en los primeros años fueron progresivamente castradas en sucesivas
jornadas electorales y en protestas simbólicas e inútiles, porque esas jornadas
jamás se plantearon combatir al régimen para desalojarlo del poder.
Hoy tenemos una Venezuela
depauperada y desahuciada que ha sido reducida física y moralmente por la
represión del chavismo y la traición de la falsa oposición. El signo más
dramático e inequívoco de la desesperanza son más de cuatro millones de
venezolanos que se cansaron de esperar por los cantos de sirena de la falsa
oposición y resolvieron abandonar el país para emprender su propia lucha por la
supervivencia.
La Venezuela que queda se cae a
pedazos: con una economía destrozada, sin instituciones, sin una fuerza armada
digna; gobernada por la ley de la selva impuesta por la barbarie chavista. En
estas condiciones sólo una combinación de fuerzas políticas sociales y
militares internas y externas podrían efectivamente derrocar al régimen.
Sin embargo, el fantasma del engaño
y la falsa ilusión regresa nuevamente de la mano de los operadores de la falsa
oposición. Esta vez han elaborado una narrativa en virtud de la cual un
chavismo ya harto de gobernar cedería mansamente parte del poder a cambio de
ciertas inmunidades para sus elementos más emblemáticos. Así, por arte de magia
negra aparecería en escena la mentada transición, con la aquiescencia de una
comunidad internacional engolosinada con un final feliz negociado y civilizado
entre el régimen chavista y el resto de la sociedad que ha sido su víctima.
Esa transición por la que abogan
operadores y escuderos de la falsa oposición es inmoral e inviable. Por una
parte significa en la práctica dejar intacta la estructura del poder político y
militar del estado en manos del chavismo, mientras designan un gobierno títere,
para el cual ya inclusive hay nombres. Por la otra es una propuesta que deja
todo el peso de su ejecución en manos del régimen chavista, que seguiría
ganando más tiempo en el poder mientras se negocian las formas de esa
transición y se neutralizan opciones contundentes y definitivas, como una
intervención militar internacional.
La transición no es más que una
ilusión para, una vez más, desmovilizar
a la gente por la vía del engaño y apaciguar a la comunidad internacional con
la promesa de una solución democrática negociada con el régimen. Luego del daño
humano y moral que el chavismo le ha propinado a Venezuela hay que ser ignorante
u oportunista para pensar que una transición podría poner fin a nuestras
miserias.
Lamentablemente, la realidad es más
necia y siempre se impone. Quienes prometen que es posible salir del chavismo
sin hacer un solo disparo, quedarán triturados por la irreversibilidad de los
hechos. No se trata aquí de hacerle apología gratuita a una salida por vías de
fuerza, sino de reconocer su inevitabilidad y asumirla como condición necesaria
para derrocar al estado chavista y reconstruir la República. @humbertotweets
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