Es
cierto que aún no resulta claro cómo será el final de esta historia. Un
levantamiento militar interno, insurrección popular en las calles, o
intervención militar internacional. Lo que sí está claro es que el tiempo para
salidas “democráticas” y negociadas con la dictadura venezolana ya pasó.
Un
régimen cuyos funcionarios tienen manchadas sus manos de sangre no es uno que
saldrá luego de ningún diálogo. Hoy se ve con mejor claridad que la estrategia
que usó Chávez y siguió Maduro fue la de la negociación para ganar tiempo y
entrampar a una oposición débil y pusilánime.
Mientras
los partidos opositores le vendían esperanzas electorales a la gente el régimen
aprovechaba para atornillarse sin ningún tipo de contrapeso. Esto acabó con el
estado venezolano como institución y con la república misma cuyas fundaciones
han sido demolidas por la barbarie chavista.
No
es fácil para ningún venezolano verse obligado a pedir ayuda militar extranjera
para expulsar al chavismo del poder. Pero el agotamiento de todas las formas
democráticas institucionales no deja lugar para más.
La
sociedad venezolana no puede confiar en una fuerza armada cuyas armas no están
al servicio de la república sino para linchar a la población civil. Los jueces
actúan como verdugos al servicio del régimen. El caos social y el colapso de la
economía han agotado la resistencia física de un pueblo sofocado por hambre y
enfermedades.
Una
vez liquidado este régimen por vías de fuerza no quedará más que rehacer la
república, esta vez tendrá que ser sobre bases sólidas bases de separación
absoluta de poderes y de igualdad de todos ante la ley. Solo así podremos
evitar repetir este infierno que comenzó en 1999.-
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