Hugo
Chávez y la camarilla que le acompañó nunca fueron revolucionarios, más bien
oportunistas de la política. Con retórica beligerante y fraseología socialista Chávez
logró embaucar a la mayoría de los venezolanos en las elecciones de 1998. Y aun
bajo los efectos de la borrachera megalómana del chavismo en 1999 los
trabajadores venezolanos en su mayoría le dieron un voto de confianza a lo que
sería la estafa política más grande del siglo XXI.
Nunca
pensaron los trabajadores y obreros venezolanos que su ingenuidad e ignorancia
los llevaría a apoya justamente al hombre que acabó, literalmente, con la clase
trabajadora.
Detrás
de las medidas populistas de misiones, aumentos y bonos se tapaba la corrupción
que acabó con todas las empresas del estado y hasta con la propia economía. Una
economía que bajo el régimen chavista nunca fue productiva y por el contrario
hizo de los guisos cambiarios su actividad fundamental.
Poco
a poco la clase trabajadora como tal se ha ido extinguiendo en Venezuela. Los
trabajadores abandonan masivamente las empresas públicas porque los salarios no
alcanzan ni siquiera para pagar el transporte. Quiénes cobrar sin trabajar
ahora solo reciben papel moneda o plástico sin ningún valor de cambio. La
empresa privada ha desaparecido prácticamente y con ella los puestos de
trabajo.
No
es una exageración. El pasado primero de mayo pudimos constatar que la
asistencia a las marchas convocadas por el gobierno y la oposición no superaron
el centenar de personas cada una. El chavismo acabó con los trabajadores y los
pocos que quedan ya no son tales sino más bien oleadas de zombies que recorren el país en busca de comida y medicinas.
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