En la política y el derecho, la muy
popular expresión “abogado del diablo” se usa con dos significaciones: primero,
para identificar a una persona que defiende una tesis en la que no cree; y
segundo, al examinar las debilidades y fortalezas del argumento de la
contraparte.
Pero este recurso se ha convertido
en una forma frecuente de enmascarar el relativismo, sobre todo en la política,
donde el abogado del diablo puede asumir con desenfado dos posturas
contradictorias y presentarse como el mediador ideal, el que representa ambas
posiciones.
Este es el papel que, desde un
principio, el régimen chavista le asignó a José Luis Rodríguez Zapatero cuando
lo metió en su nómina de empleados del servicio exterior. Con una retórica
vacía, pero fluida (diálogo de civilizaciones), y el encanto de un estafador
nato, Rodríguez Zapatero se convirtió en el diligente abogado del diabólico
régimen chavista, al tiempo que se presentaba en círculos de la MUD como amigo
de la causa opositora con guiño de ojo y todo.
Su trabajo fue efectivo y eficiente.
Entre llamadas telefónicas y conciliábulos, embaucó a veteranos y noveles
dirigentes de la MUD para ponerlos a trabajar al servicio de la agenda del
régimen. Entre una negociación y otra destruyó la poca credibilidad que le
quedaba a la MUD, al llevarla a complacer al régimen y luego contradecir sus
propias tesis.
Pero su trabajo aún no ha terminado.
Hoy intenta justificar la estafa electoral del domingo pasado como un resultado
“inapelable”, aunque la evidencia lo desmienta. A pesar de que hoy su
credibilidad vale cero, el daño que Rodríguez Zapatero le ha hecho a millones
de venezolanos está latente. La suerte del perverso abogado del diablo está
indisolublemente ligada a la de su siniestro cliente. @humbertotweets
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